Una vez que ha pasado el confinamiento, invitamos a otros monstruos para disfrutar de su compañía y, sobre todo, para charlar de lectura y libros infantiles. En este vienes casi veraniego nos visita Carolina Lesa Brown, todo un honor teniendo en cuenta lo mucho que conoce este ámbito monstruoso de la LIJ y sus valiosas reflexiones al respeto. ¡Muy atentos!
Hay muchas formas de convertirse en monstruo (léase “adulto
que ama los libros para niños”). Con la llegada de los hijos, con los estudios
de magisterio o gracias a la bibliotecaria de turno. ¿Cómo fue su camino hacia
la literatura infantil?
La lectura en la infancia. Cuando era pequeña, leer obras
que luego podía compartir con mis amigas, hizo que quisiera participar del
mundo literario. Con siete y ocho años todas éramos fans incondicionales de
Elsa Bornemann, a la que llegué a escribirle. Así, tan chiquita. Al principio,
quería ser escritora; pero cuando crecí —cito a un gran amigo— preferí evitarle
a la humanidad ese trago y me convertí en editora. En Argentina, de donde soy, la
lectura está muy ligada a procesos de cambio social, a la construcción de la
ciudadanía. Por eso estudié comunicación, una carrera que me permitía observar
la literatura, el lenguaje, desde el marco de las Ciencias Sociales y, a la
vez, trabajar en proyectos sociales donde la literatura estuviera muy presente.
Aunque todas las etapas de la vida pueden ser transformadoras, creo que la
infancia, al depender íntegramente de los adultos, es mucho más vulnerable que
las demás. Todas estas cuestiones alimentaron mi interés en la literatura
infantil, sobre todo desde un punto de vista comunicacional, donde se tienen en
cuenta conceptos como el poder y la legitimidad de determinados conceptos y
relaciones. En definitiva, como campo de construcción de sentido.
Su blog es muy caleidoscópico. Vía de escape, cuaderno de
campo, biblioteca, álbum de recuerdos… ¿Qué significa para usted Cuando te presento el mundo? (N.B.: Hagan "click" en el enlace y disfruten, lectores)
Para mí es un pequeño espacio en el que poder compartir
experiencias de lectura, sobre todo, para las familias y los terapeutas. Me
gusta pensar en él como un lugar que pone su granito de arena para repensar la
literatura que ofrecemos, en especial, a los que tienen algún tipo de
peculiaridad. En el fondo, lo que intento promover es la oportunidad que
merecen los niños y niñas, más allá de su diagnóstico, a poder leer la misma
literatura de calidad que ofrecemos a los demás. Si los viéramos como lectores
o lectoras antes que como personas con discapacidad, la selección de libros
cambiaría, porque supondría pensarlos como seres humanos con las mismas necesidades
simbólicas de los demás.
Sin lugar a dudas el apartado, para mí “estrella”, de su
blog es la sección Cartas, un espacio
en el que se dirige a su hijo Bruno, un niño diagnosticado con TEA (trastorno
del espectro autista), para hablar de las lecturas que más le gustan. ¿Por qué
se decidió por el formato epistolar?
El género epistolar siempre me ha gustado por la intimidad que
supone. También, por la capacidad de interpelación directa, a pesar de requerir
de la distancia. Las cartas son tímidas y, a la vez, valientes; dan presencia
en la ausencia, porque su tiempo de lectura, como el de los libros, es diferido.
Este sistema de comunicación me recuerda al código que teníamos con Bruno
cuando era pequeño. Muchas veces, al resultarle insoportable los estímulos
sensoriales, no podías dirigirte a él de manera directa, mirándolo a los ojos o
tocándole, por ejemplo. La comunicación de ambos tenía lugar a través de un
tercer objeto, como los álbumes o un muñeco. Hoy, estos libros se han
transformado en cartas.
El autismo, el alzheimer, la libertad sexual, la pobreza o
el racismo están cada vez más presentes en los personajes y argumentos de la
LIJ. Esta visibilización se puede abordar desde diferentes puntos de vista: vis
comercial, postureo, diversidad, necesidad…
¿Qué opina usted al respecto?
Pienso que cada uno de los temas que mencionas merecen un
análisis independiente, pues van ligados a la recepción y experiencia literaria
de estos colectivos específicos. Más allá de lo ya sabido —la necesidad de
docentes y familias de utilizarlo como recurso didáctico, y de todo lo que
implica—, me gustaría mencionar la necesidad de crear materiales supuestamente
inclusivos. Se da por hecho, que solo con mencionar un tema controvertido o
tener un personaje con una determinada condición, es suficiente. El objetivo es
una identificación simplista, basada en estereotipos, que poco recoge la
complejidad de la realidad. Lo cierto, es que para que una sociedad sea
inclusiva se necesitan, prioritariamente, políticas sociales, culturales y
educativas, no libros de ficción. La responsabilidad de la literatura es crear
buenas historias para que estas personas, que ya tienen una vida difícil,
puedan participar en igualdad de condiciones, tal como afirma Yolanda Reyes “del
derecho a ser sujeto del lenguaje: a transformarse y transformar el mundo y a
ejercer las posibilidades que otorgan el pensamiento, la creatividad y la
imaginación”. Por eso, desde mi punto de vista, si la intención es enviar un
mensaje, es más más honesto, interesante e inteligente, publicar libros
informativos, y no utilizar la ficción como disfraz.
Por otra parte, en caso del autismo en concreto, he
observado cómo a lo largo de estos años se han extrapolado algunas de sus
características para dar forma, de manera natural, a la personalidad de ciertos
personajes literarios. Rasgos como la dificultad social, la inquietud ante el
contacto físico, el hecho de no mirar a los ojos, un interés muy específico y
la falta de comprensión de las ironías. Personajes que pueden considerarse
excéntricos y a la vez encajar dentro de ese espectro, como Newt
Scamander de la serie Los animales fantásticos o Agamemnon White de Guardianes de fantasmas.
Últimamente, la presencia de la discapacidad en la LIJ se
aborda desde el prisma de la discriminación positiva. ¿Acaso lo ofensivo no
contribuye a lo literario?
La literatura y lo políticamente correcto nunca se llevaron
bien. Sin embargo, la lectura y la subversión siempre hicieron un buen tándem;
pero no porque el libro tuviera esa intención, sino porque la historia burbujeaba
por sí misma. Lo ofensivo puede ser literario o no; pero en temas sensibles
socialmente, si no está bien justificado dentro de la narrativa (personalidad
de un personaje, necesidad de la trama) se traduce en pocas ventas o en una
mala campaña contra el libro, que puede terminar en mala reputación para la
editorial o incluso su retirada del mercado. No olvidemos que las editoriales
son empresas con intereses económicos, y cada libro es una apuesta de ventas. De
todas maneras, esto también tiene que ver con lo que hablábamos antes, impera
una visión positiva porque se usan como recursos didácticos. Entre líneas, podemos hacer varias deducciones.
La primera, es que el libro continúa siendo percibido como una voz de
autoridad; la segunda, se sustenta en un concepto de comunicación
unidireccional y unívoca, donde la persona es una tabula rasa que recibirá el
mensaje tal y como fue concebido; la tercera, refiere a la idea de que los
adultos deben tener todas las respuestas y, la cuarta, denota una falta de confianza
en el diálogo como estrategia de construcción del conocimiento.
Este sitio está poblado de muchos monstruos que a veces se
encuentran perdidos a la hora de ofrecer y sugerir lecturas a chicos como su
hijo. ¿Existen ciertos criterios para ello o simplemente se trata de
ensayo-error?
Yo creo que ninguna de las dos cosas es excluyente. Según el
momento vital de cada uno, por ejemplo, la misma lectura puede ser un acierto o
un error. Por supuesto que hay criterios de selección, con el que trabajamos editores
y mediadores. Pero una familia no tiene por qué conocerlos. Por eso es tan
importante la labor de orientación se hace con ellas desde las librerías, los
centros culturales, las asociaciones y en la formación docente. Los niños y
niñas deben elegir sus lecturas, y como adultos tenemos que acompañar esta
elección desde la escucha y el respeto, interpretando sus gustos e intereses
para saber qué ofrecer. Y este ofrecimiento debe contemplar, siempre, lecturas
cada vez más complejas y sugerentes que hagan crecer la competencia lectora.
Desde mi punto de vista, hay una falsa idea que afirma que leer es fácil y
divertido. Yo la diría con la boca muy pequeña. Depende para quién y para qué
edad. El proceso lector es, sobre todo en las primeras edades, difícil. Tal vez
sería más importante decir que leer es complejo, cuesta, pero que merece la
pena.
Cambiemos de tercio… ¿En qué se fija una editora de libros
infantiles cuando ve un libro infantil?
Se fija en que, como decía Ana María Machado, haya merecido
la pena talar un árbol para publicarlo. La historia debe tener el potencial
suficiente para que, al trabajarlo sobre la mesa, todos los elementos
narrativos funcionen como un engranaje. El objetivo final siempre es que el
libro se adueñe de una parcela la biblioteca y no sea exiliado a un mercadillo
de segunda mano.
Mercadillos y bibliotecas me han llevado hasta algo tan
peliagudo como el canon. ¿Cree que es tan subjetivo como dicen?
Tal vez porque vengo de otra área o porque no tengo las suficientes
herramientas teóricas, no termino de ver con claridad este tema. Lo cierto, es que más que en una lista de
autores u obras, prefiero pensar la LIJ como un campo en tensión, en el sentido
de Pierre Bourdieu, e inscrito en él, una serie de obras y autores clásicos o
de referencia, que pueden variar a lo largo del tiempo. Me parece más
interesante observar la configuración de este campo, de sus reglas del juego, y
cómo eso influye en la selección de obras y autores. Dicho esto, en lo que se
rompe la dicotomía objetivo-subjetivo, creo que sí es necesario tener ciertas
obras u autores de referencia. Si seguimos recomendando a Janosch o Arnold
lobel, por ejemplo, es porque no hemos encontrado nada que los supere.
A su modo de ver las cosas, ¿qué características tiene el
libro infantil perfecto?
Te confieso que como soy imperfecta, no me gustan las cosas
perfectas. Como lectora, prefiero hablar de libros que permanecen. Y para
permanecer, tiene que existir una historia que eche raíces en quien lee. Ahora
bien, si me lo preguntas como editora, mi respuesta varía: el libro perfecto es
aquel que respeta la armonía entre el sonido y el silencio lector, donde las
palabras tienen una precisión matemática, las ilustraciones, si las hay, enriquecen
el relato y, en su conjunto, se marca un ritmo de lectura que coincide con el
ritmo de la historia. El formato, al mismo tiempo, colabora en la idea del
libro y, muy importante, el concepto de lectura coincide plenamente con el
catálogo. Pero sabemos que el libro perfecto no existe, ¡siempre habrá una
errata con una innovadora estrategia de supervivencia!
Hablando de supervivencia, ¿la de un buen libro puede estar
condicionada por el contexto? A veces tengo la sensación que buenas obras
padecen de “obsolescencia programada”...
La supervivencia de un buen libro depende no solo del contexto sociohistórico, hay obras que en su momento pasaron sin pena ni gloria, como el
Pentamerón de Giambattista Basile, y fueron rescatadas muchos años después.
En la actualidad, a mi entender, debido a la superproducción editorial, la supervivencia
de los libros depende de diferentes factores: la campaña de marketing, que el público
lo convierta en un best seller y, para mí lo más importante, que libreros
y libreras apuesten por ellos.
Las librerías son los agentes fundamentales de esta cadena.
Los “lectores perdidos”, esos jóvenes que leen durante la
infancia pero que de repente se desligan de la lectura placentera, constituyen
uno de mis temas favoritos. ¿Alguna sugerencia para traerlos de vuelta a los
libros?
En primer lugar, creo que los momentos de no lectura son tan
respetables como los de la lectura. A veces, es necesario alejarse, vivir otras
experiencias, leer otras formas de arte, de cultura o transitar otros caminos.
Y, aunque esto suene muy mal, hay muy buenas personas que no leen y otras nefastas
que citan a Shakespeare. Dicho esto, como convenimos que es mejor leer que no
hacerlo, yo partiría de escuchar a la no lectura. ¿Qué hace o provoca el
abandono? ¿Cuánto hay de momento vital, de contexto socioeconómico u otras
causas como la falta o el cierre de bibliotecas en un barrio, en un colegio?
Por lo tanto, vería la causa para elaborar una estrategia más acertada.
Por otra parte, y más importante, creo que nos centramos en
el abandono de narrativa, del objeto libro, pero esto no significa
necesariamente la pérdida de lectura: hay muchos adolescentes que leen la
prensa, otros cómics o novelas gráficas (género que no se suele tener en cuenta
cuando se habla de lectura), y están los que consumen ficción digital, entre
otros. Ahora bien, si imaginamos un
contexto cotidiano, siempre me ha funcionado compartir aquello que estoy leyendo.
Hablar sobre mis lecturas de manera natural con jóvenes o niños/as. A veces, al
crear dinámicas complejas, olvidamos algo esencial: situarnos de igual a igual
para compartir historias y decir lo que hemos sentido al leerlas o escucharlas.
Yo no siempre recomiendo libros; en ocasiones, me parece más oportuno un
espectáculo de narración oral como re-acercamiento a la lectura.
¿Y dónde queda la paraliteratura? En cierta entrevista te
escuché hablar de este punto tan interesante que no siempre es bien recibido…
Bueno, la verdad es que mi postura es muy poco ortodoxa… Y
coincide con la de Peter Dickinson: la paraliteratura tiene, principalmente,
dos funciones: la primera es socializadora. Permite crear una comunidad lectora
entre iguales basada en el diálogo y el intercambio de libros. Como ha afirmado
Aidan Chambers, este diálogo es muy importante para la promoción de la lectura,
porque una de las grandes fuentes de lectura son las recomendaciones. El vínculo
y las relaciones que se generan a través de los libros no es algo menor, porque
crea pertenencia. Una vez, una buena amiga, coordinadora de diversos talleres
de lectura me dijo: “más allá de la lectura, estos niños y niñas vienen para sentir
que no están solos”. En segundo término —sigo con Peter Dickinson—, permite a
los niños y niñas ganar confianza en estructuras sencillas para pasar a otras más
complejas. En otras palabras, estoy a favor. La verdad es que no conozco a
nadie que no tenga libros malos e inconfesables en su memoria lectora. El
problema es cuando pasan a ser un gran porcentaje de la producción editorial o la
línea principal de consumo.
Una cuestión que me crispa los nervios: ¿Vale cualquier
libro?
Si entendí bien la pregunta, entonces te diría que sí:
cualquiera puede encender un buen fuego o ser sustituto de papel higiénico
durante la pandemia.
Jajajaja… Esperaba una respuesta de este tipo…. A la hora de
recomendar libros, ¿es más difícil desligarse de la faceta de madre o de la de
editora?
Sin duda, me es imposible desligarme del lado editor. Mis
hijos pueden tener gustos contingentes, varían con sus años y sus intereses. Pero
hay libros que tienen más años que los tres juntos y constituyen una apuesta
segura, u otros nuevos, que merecen un lugar en la mesita de noche. No todas
las personas pueden comprarse libros todos los meses, por eso intento que el
dinero sea invertido en una historia a la que se pueda volver.
Los monstruos generalmente nos quejamos de que los libros
para niños son una parcela humanística muy desconocida, casi un reducto para
cuatro locos. ¿Qué le falta al mundo de la literatura infantil para llegar al
gran público?
En mi opinión, lo primero que falta en la LIJ es gente de
diferentes áreas del conocimiento, que enriquezca las perspectivas y los
debates. Especialistas en diferentes campos científicos y sociales que nos
animen a pensar o introducir nuevas variables de análisis. El reducto de la
literatura infantil no es solo pequeño, sino endogámico, y eso no es saludable
para ningún campo de trabajo. Por eso, creo que la propuesta de Filosofía
Visual de Wonder Ponder, la apertura hacia la ficción digital que promueve
Lucas Ramada, por citar ejemplos actuales, fueron tan bien recibidas como en su
momento lo fue la mirada antropológica de Michéle Petit.
Por otra parte, creo que tenemos un grave problema de
comunicación con el público general: manejamos un discurso obvio y resabido,
que no llega donde debería llegar o, al menos, no todo lo que quisiéramos. Si
aún es frecuente oír, al entrar en una librería, alguien que juzga al libro
porque está escrito en mayúsculas o minúsculas, nuestra labor necesita un
replanteo importante. Estas situaciones dejan en evidencia que somos una gran
minoría que se relaciona muy bien entre sí, pero que tiene una seria dificultad
para pensar en otras estrategias o espacios de acercamiento a las familias, más
allá de los tradicionales. ¿Tenemos suficiente presencia en los foros y grupos
de crianza en las redes sociales? ¿Cuántas editoriales hacen llegar sus catálogos
a otros lugares donde habita la infancia, como empresas de ocio y tiempo libre, centros de atención temprana o los gabinetes de psicología?
Estoy bastante de acuerdo con tu postura, es más, es una de
las razones por las que me animé a abrir una pequeña sucursal de este sitio en
Instagram, algo que, por otro lado, me granjeó críticas por una parte del
sector LIJ-ero. Fue como si estuviera denigrando los libros infantiles. Me
pareció una postura un tanto elitista por su parte. ¿Por qué cree que pasa esto?
No tengo suficiente información para decir si es elitista o
no, pero sí creo que la lectura de la infancia y la adolescencia está, muchas
veces, en círculos que no contemplamos: YouTube, Instagram, otras redes sociales.
Si se han creado esos espacios es porque las personas no se han sentido identificadas
o acogidas por otros más tradicionales. Han elegido otros medios y eso merece
una pensada. Los jóvenes llevan años haciendo colas interminables en la Feria
del Libro, por ejemplo, y —tal vez me falta información—, pero hasta donde sé, nunca he visto que se
promoviera un espacio para ellos, en los que reunirse y hablar de sus lecturas;
en los que se escucharan sus demandas. La lectura es como la educación: tienes
que partir del otro, para idear espacios de construcción y acercamiento. Si mal
no recuerdo, Foucault decía que las prácticas sociales generan dominios del
saber (objetos, conceptos, técnicas), que dan lugar a nuevas formas de
conocimiento y, por lo tanto, a nuevos sujetos de la historia. Los jóvenes de
hoy no son los de décadas atrás: ha cambiado su percepción, sus códigos y sus
formas de actuar. Lo primero que tendríamos que hacer es abrir espacios de escucha
si queremos llegar a ellos.
Como punto y aparte (que un servidor prefiere los “hasta
luego”), tres vicios de monstruo... Tu juego preferido, algo de gastronomía y
unos cuantos libros infantiles que te encanten.
Te cambio un poco la pregunta y te cuento tres vicios
fundamentales:
Vicio nº 1:
los juegos de mesa. Formo parte de la junta directiva de Ludiversia, una
asociación familiar de juegos de mesa y de rol increíblemente fantástica.
Vicio nº 2: pintar
miniaturas de juegos como el Zombicide (¡amo matar zombies!).
Vicio nº 3: el
boxeo (aunque lo practico menos de lo que debería).
Jajajaja… Espero que al menos comas y cumplas con los
principios fundamentales de la termodinámica... (Risas).
Está entrevista continuó en Instagram para profundizar sobre las experiencias de lectura de niños con espectro autista, así como otras en el ámbito de la salud mental. Pueden acceder a estos vídeos AQUÍ (parte 1) y AQUÍ (parte 2)
Nota: Todas las imágenes que acompañan la entrevista corresponden a algunos de los títulos favoritos de la entrevistada o a libros que ha leído últimamente y le han gustado mucho.
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Carolina Lesa Brown es licenciada en Comunicación Social
(UNLP), máster en Necesidades y Derechos de la Infancia (UAM) y máster en
Libros y Literatura para Niños y Jóvenes (UAB). Ha trabajado en estudios
creativos y en proyectos educativos en comunidades con riesgo social. Desde que
llegó a España, desempeña diversas tareas de comunicación, edición, creación de
contenidos y asesoramiento en el sector editorial e instituciones ligadas a la
infancia. Es formadora de la Red de Bibliotecas para Pacientes y colabora con
docentes y terapeutas para acercar la literatura a niños y niñas con
necesidades educativas especiales, en particular con la condición del espectro
autista. Es autora del blog Cuando te presento el mundo.