Que la guerra cultural a la que estamos asistiendo durante
las últimas semanas (y a la que dedicaré una sustancial entrada en próximas
entregas de este cuaderno monstruoso) nos está proveyendo de un grado de
obscenidad sin precedentes, está más que claro. No sólo porqué está mostrando
la cara más vil de los políticos, sino porque se está perpetrando gracias a la cooperación
ciudadana (esto sí que me produce verdadero pavor).
Desde hace décadas, no veíamos en España cómo el personal
daba rienda suelta a sus bajezas más cainitas, que desde el miedo y la envidia
corrompen lo humano y animan al conflicto entre iguales.
Aparte de mítines, monsergas, lecciones y octavillas (que
telita con la propaganda), el personal se halla expectante, no sólo por si se
lleva alguna hostia (que últimamente llueven a mares), sino también vigilante (¡Denuncia al canto!).
Asomados desde los balcones, apostillados en la cola del
supermercado o desde jardines y parques, algunos no pierden ripio. Lo que hagan
los demás importa demasiado. Todo el santo día con la segunda y tercera persona
en la boca. Que si tú, que si él, que si vosotros, que si ellos. Da igual
plural que singular, lo más importante es orejetear.
Gallegos, andaluces, vascos o extremeños. Aquí lo que se
lleva es meter el hocico, una idiosincrasia que lleva muchos años haciéndonos
mella, que acucia las crisis, traza barreras y cercena vidas.
Háganse, hágannos un favor. Relájense, cómprense buenas
bambas, vístanse con su mejor bozal (¡Cuánto bueno han traído las mascarillas!)
y tiren a hacer leches (bajo la sombra, que el sol aprieta), que cada uno, con
lo que tiene, ya tiene bastante.
Por si acaso no han pillado la directa –que últimamente, en
vez de sudor, destilo ácido nítrico-, empiezo la semana con uno de esos títulos
que descubrí durante esta cuarentena gracias al buen ojo de Javier Carilla y su
espacio De letras ilustradas. Algo se nos
escapa, un álbum de Jean Gourounas editado en castellano por Phaidon, es un
libro-álbum altamente recomendado para españoles y sucedáneos (léanse griegos o
italianos), pues probablemente se vean muy retratados en la panda de golismeros
que protagonizan esta historia.
Partiendo de una escena en la que un pingüino está pescando
en mitad de una banquisa de hielo, se desarrolla una acción a caballo entre lo
teatral (todo sucede en ese mismo escenario sobre el que aparecen el resto de
personajes) y la historieta o sketch cómico (para más señas acudan a este post). Un oso, un reno, una morsa, una liebre ártica o un esquimal (es curioso
que se mezcle fauna ártica y antártica), van contribuyendo a una historia en la
que lo absurdo y lo paródico se entremezclan para crear un discurso que
funciona a modo de reflejo de naturaleza humana.
Un surrealismo que dice todavía más gracias a unas
ilustraciones de formas básicas y paleta de color limitada (azul, marrón, beige
y blanco) que recuerdan a las de otros autores como Jon Klassen o Peter Brown
que se centran en la expresividad y caracterización para adentrarse en otros derroteros
del subconsciente. Porque queramos o no, siempre hay algo que se nos escapa…
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