Dejando
a un lado los nacionalismos paletos y acaparadores (¡Como si no hubiese cosas
más importantes de las que hablar!), se constata una vez más que tendremos que
esperar muchos años todavía para volver a las tasas de desempleo de hace unos
años (denoten que va para casi una década ya…), si es que alguna vez las
recuperamos… No queramos ser pájaros de mal agüero y confiemos en los
empresarios españoles y sus ideas para relanzar nuestra economía (es nuestra
única esperanza dado que banqueros y políticos han dado muestras evidentes de
ser grandes corruptos y unos completos inútiles).
Ahora
me dirán que “¡De los empresarios fíate tú! ¡Menudos son! ¡Esclavistas y vividores!
¡Avaros y arribistas!”…, a lo que les responderé: Tienen toda la razón del
mundo, pero… un empresario es un inversor -no nos olvidemos-, y por tanto,
nunca quiere perder dinero (¿acaso usted quiere perder sus ahorros, el fruto de
su trabajo…?). En lo que no le llevo la contra es que, como en botica, los hay
de todas clases y que, algunos de ellos, ni sienten ni padecen cuando han de mandar
al paro a sus trabajadores. Pero también me consta que otros muchos -por no
decir una inmensa mayoría- sufren lo indecible a la hora de despedir a las
personas con las que han crecido sus negocios y beneficios, a la gente que ha
invertido su tiempo y esfuerzo en alimentar el tejido productor de este país.
Nos
encanta demonizar a jefes, propietarios y autónomos, porque todos ellos
enmascaren pequeñas y grandes operaciones especulatorias, pero también es
cierto que, si no fuese por ellos, el dinero no iría de mano en mano y el
capital quedaría inmovilizado por las grandes fortunas, algo que no conviene en
un sistema económico liberal como este en el que la circulación de bienes debe
ser el mejor de los combustibles para luchar contra una crisis que tan de
cabeza nos trae.
A
lo que voy: inviertan, emprendan y arriesguen en sus ideas, porque todo puede
ser que algún usurero, algún lince cambista, salga corriendo con sus cuentas
corrientes y le deje con dos palmos de narices (y sin beneficio alguno)... Algo
de lo que mucho puede hablarnos la protagonista de El cochinito de Carlota, una historia del genial David McKee (que
últimamente nos hace llegar mensajes bastante complejos) y publicada por Fondo
de Cultura Económica, que se ve engañada por una hucha con forma de cerdito
volador (y bastante cabrón).