miércoles, 31 de octubre de 2018

Matilda o 30 años de ¿¿feminismo??



Este mes de octubre se han cumplido tres décadas desde la publicación de la primera edición de Matilda, una de las obras cumbres de Roald Dahl. Treinta años (se dice pronto) desde que esta niña curiosa y enamorada de los libros entró en nuestras vidas.
Teniendo en cuenta que para un libro, uno que además sigue más vivo que nunca, son muchos años, es lógico que editoriales, librerías, bibliotecas y colegios se hayan hecho eco de los faustos. Se han realizado actividades y talleres, recogido innumerables anécdotas, organizado foros, mesas redondas, y publicado nuevas ediciones para ensalzar las bonanzas de la lectura de este ya clásico.


De entre todas ellas, la que más me han llamado la atención son las que han atendido al cariz feminista de esta obra trascendental de la Literatura Infantil. Indagando en el pasado y remontándome a los años noventa, he descubierto que esta era y es una lectura que se hace con mucha frecuencia (¡Madre mía! ¡Y yo sin saberlo! ¿Seré un bicho raro?). Según muchas opiniones, Matilda es el prototipo de la nueva mujer. Culta, inquieta, valiente, libertaria y decidida. Todo un ejemplo que debe cundir entre pequeñas, jóvenes y mayores para construir un mundo nuevo en el que las niñas tengan los mismos derechos y expectativas que los hombres. Matilda es un símbolo, un estereotipo de lo que muchos anhelan. Incluso  algunos artículos académicos también hablaban del tema. La cosa se puso seria, así que empecé a darle vueltas al asunto. ¿Realmente apunta Matilda a esa dirección? ¿Llenar de personajes femeninos una novela es indicativo de un discurso feminista? ¿Ser feminista implica ser un gran lector, culto e independiente?... Respiré y, dejando a un lado estas interpretaciones desde los foros del empoderamiento de la mujer actuales, intenté buscar puntos que rebatieran esta lectura sobre la relación de Matilda con el feminismo.


En primer lugar hay que decir que, como cualquier otra obra literaria, esta también necesitaba su protagonista. No sé qué llevo a Roald Dahl a elegir una niña en vez de un niño (llamo la atención sobre este punto ya que en las obras de este autor priman los protagonistas masculinos como Charlie, James, George o Billy) pero creo fue una elección más o menos arbitraria y nunca estuvo relacionada con razones de corte feminista.
En segundo lugar y dejando un poco de lado a su heroína, hay que hablar sobre otros personajes secundarios que, a pesar de ser mujeres, dan una visión del género un tanto nefasta. Este es el caso de Mrs. Trunchbull, Mrs. Wormwood y Mrs. Honey.


Si nos centramos en la madre de Matilda observamos que a pesar de soltar perlas que gustan mucho a sus lectoras como “Me temo que los hombres no son siempre tan inteligentes como ellos piensan”, también hemos de fijarnos en la contrariedad que representa ser una mujer que vive a la sombra de un tío mediocre e ignorante que quiere una vida similar para su hija. De feminista, poco...
Pasamos a un peso pesado, Mrs. Trunchbull, la directora de la escuela en la que estudia Matilda. Dahl la describe como una persona horrible, un auténtico antagonista que no sabe de modales ni de educación, algo que despierta una animadversión real hacia el personaje. ¿Por qué Dahl castiga así a una mujer fuerte? ¿Acaso no es esto loable en cualquier caso? ¿Por qué al final la sustituye por un hombre?


Y así llegamos a Mrs. Honey, la maestra que termina adoptando a Matilda (no es de extrañar teniendo en cuenta las afinidades entre ambas... ¿Tendría esto algo que ver con el clasismo?). Aunque muy leída y educada, Mrs. Honey es una pusilánime, se conforma con vivir escondida para no enfrentarse a unos problemas personales en los que tiene mucho que ver Mrs. Trunchbull. Si además tenemos en cuenta que la directora realiza ciertos abusos, sobre todo psicológicos, hacia esta, la cosa no pinta muy bien. Digámoslo claro, ni el carácter apocado de Mrs Honey, ni la relación que se establece entre estas dos mujeres, serían buen ejemplo de sororidad en el discurso feminista de hoy día.


Si a todo esto añadimos el aspecto de los personajes, la cosa es de traca... Les invito a que, sin perder de vista las ilustraciones de Sir Quentin Blake, comparen el físico de Mrs. Trunchbull con el de Mrs. Honey. Agua y aceite. Sale perdiendo la primera claramente. Sabemos que es una mujer por el “pecho prominente” que señala el autor y poco más, ya que tiene que ver más con un toro Miura que con una humana.


Con todo esto no quiero decir que Matilda no este sujeto a este tipo de interpretaciones (Los libros son espejos y cada uno puede mirarse en ellos como le dé la real gana. Es algo maravilloso que debe suceder), pero sí hay que tener en cuenta que reducir los libros al discurso de los ismos puede ser peligroso, sobre todo cuando esos libros desprenden mucha luz (véase el caso).
Por mi parte y obviando la relación que puede o no tener este libro con el feminismo (El caso es que me ha venido bien releerlo), yo me quedaría con los que quizá son los motivos primigenios de Dahl para escribir una obra como esta. 
El primer motivo es literario. Según ha explicado su hija a los medios en alguna ocasión, Dahl quiso reencontrarse con su yo lector a través de este libro. “Matilda fue uno de los libros más difíciles de escribir para él (Roal Dahl). Creo que había un miedo real y profundo en su corazón acerca de esos libros que estaban cayendo en el olvido, y él quería escribir sobre esto.” comentó Lucy Dahl hace unos años. 
El segundo se refiere a otro pilar básico en la obra de Dahl, el desdén hacia el mundo adulto. Tanto en Las brujas, como en Charlie y la fabrica de chocolate o James y el melocotón gigante, los adultos y su universo son ridiculizados, algo que da buena cuenta del carácter subversivo de la obra de este autor, tan afín a los niños.
La última razón es la crítica hacia la institución escolar. Tal y como explica en su Boy. Relatos de infancia, las malas experiencias en este ámbito fueron decisivas para inspirar libros como este donde, a modo de denuncia infantil, narra algunas prácticas indeseables que todavía hoy se llevan a cabo desde la institución educativa. 
El resultado de esta suma fue magnífico, sobre todo porque Dahl hizo lo que mejor sabía hacer: escribir lo que le daba la real gana. Algo por lo que brindaré durante este cumpleaños. ¡Larga vida a Matilda!


NOTA: Todas las imágenes que acompañan a esta entrada excepto la primera pertenecen a la serie de ilustraciones que Sir Quentin Blake ha realizado re-imaginando al personaje Matilda treinta años después.

martes, 30 de octubre de 2018

La importancia de llamarse "Libro"



“Libro”. La boca se nos llena... “Libro”. Con una sola palabra…
Si no estuviera envuelta por ese halo divino, trascendental y venerable, daría menos pereza, sobre todo a los que no la usan con mucha frecuencia. A veces también inspira cierto miedo, incluso pánico. Todavía más cuando suena a bocanada, esa que llena pero no alimenta, empalagosa, casi indigesta.
Debería ser amable pero siempre termina por resultar agobiante, casi asfixiante. Un empeño más. No sé si comercial o postural, pero que agota de verdad. También denoten su deje elitista en singular, mientras que al pronunciarla en plural parece hasta vulgar. No sé qué pasa con el tema del libro, pero realmente empieza a cansar.


Quizá deberíamos alternar los mensajes, hacer como con las campañas de prevención de los accidentes de tráfico, un año impactante y al siguiente, otra más relajada. O quitarle importancia, abrirle el paso a lo popular. Sería fantástico que el libro pasase de mano en mano, que la lectura caminara con cierta libertad. Como otras aficiones, como cualquier otra actividad. Que estuviera ahí, una opción más.
Me gustan los libros pero también las cervezas, las manzanas y el guisado de costillas. Me gustan los libros pero también el dominó, el cine y nadar. Me gustan los libros pero también los besos, los paseos y mirar el cielo. Me gustan los libros y eso, creo, no es indicativo de nada.


Los libros deberían ser eso, libros. Que te alejen de todo pero a un mismo tiempo te acerquen a los demás. Que te dejen disfrutar del mundo y también sufrir con él. Que le den rienda suelta a la fantasía, siempre mágica. Volar a tu aire, flotando, sin rumbo. Imaginar, soñar, perderte. Eso son los libros. Y nada más.
“Libro”… Quizá el problema no resida en la misma palabra, sino en quienes la usamos.


Marije Tolman y Ronald Tolman. 2018. El libro. Adriana Hidalgo - Pípala.

lunes, 29 de octubre de 2018

Construyendo nuestra historia



Ya hemos empezado con los exámenes y la cosa se pone tizná. La biblioteca a reventar en los recreos, ojeras sobredimensionadas, faltas de asistencia sin justificar, mal humor, caras largas y alguna lágrima son el pan nuestro de cada día. Más todavía cuando te tocan los cursos superiores (los alumnos son grandecicos y se van dando cuenta de lo que ganan y lo que pierden).
Mientras que en la escuela no se respira animadversión alguna hacia la institución educativa (siempre hay niños a quienes no les gusta la escuela, pero por lo general, y aunque estudien poco, lo reconocen como su hábitat), en los centros de secundaria la cosa cambia, el alumno no quiere estar en las (J)aulas. Su rebeldía y ganas de transcender les aboca a cierto odio visceral hacia la rutina, las pautas, las normas, la cuadrícula. No es su sitio.


Llevo más de una década oyendo las mismas quejas y las mismas ilusiones. Comparto con muchos colegas el “Esto siempre ha sido así” pero también opino que también se debe a una falta de sincronización entre los alumnos y su entorno. Mientras que escuelas y facultades han ido cambiando, los centros de E.S.O. y Bachillerato estamos sujetos a cierto estatismo (Lo digo por mi propia experiencia como alumno y como profesor).
El cambio es difícil, pero mientras esperamos que suceda yo siempre les digo que a mí tampoco me gusta este rollo. Que llevo catorce años contando las mismas cantinelas. Hora tras hora con la célula, con la deriva continental y con los mismos chascarrillos, y que sin embargo para mí cada clase es diferente, e intento disfrutar con ellos mientras enseño algo. Sí, la vida es repetitiva, injusta y muchos adjetivos más, pero en vez de quejarse, más les valdría dar un vuelco al ánimo y apropiarse de una atmósfera que puede ser muy contagiosa.


Este podría ser el mensaje de Una historia, un libro de Mariana Coppo (editorial Kalandraka) que sencillamente me ha encantado. Pero lejos de encorsetar las decenas de interpretaciones posibles quiero centrarme en las características de este libro-álbum que recuerda en cierto modo al Seis personajes en busca de autor de Pirandello (en este caso cinco, y más que autor buscan una historia en la que zamparse).
El libro se plantea como una sucesión de escenas en un mismo escenario donde se va forjando una narración. Además, la autora decide diferenciar las páginas derecha e izquierda, es decir, reserva la página derecha para el mundo creativo y fantástico y la izquierda para la faceta aburrida y más real. Mientras que en las páginas derechas un universo colorista y mágico es dibujado por el personaje gatillo (este alma libre, incluso marginal, le da al interruptor), en las páginas de la izquierda la acción es sosa, insulsa, tanto que están casi vacías o son atravesadas por un nubarrón. Llega un momento en el que ese cosmos imaginativo se adueña de otro personaje, y de otro más, así, hasta llegar a desbordarse por todo el espacio. Por último, un guiño metaliterario y una frase que invita a construir otra historia, la nuestra propia.



viernes, 26 de octubre de 2018

Hablando de LIJ con... Antonio Rodríguez Almodóvar



Román Belmonte (R.B.): Es un honor para mí que haya accedido a esta pequeña entrevista. ¡No sabe la de veces que he pasado las páginas de libros como El castillo de irás y no volverás o El hacha de oro! Mil gracias. ¡Empezamos! ¿Qué le llevó a interesarse por el folclore de transmisión oral en España?
Antonio Rodríguez Almodóvar (A.R.A.): Una suma de circunstancias, pero principalmente la lectura de Juan de Mairena, en los capítulos que se refieren al folclore como cultura viva.
R.B.: Como folclorista le pregunto, ¿por qué es importante recuperar la memoria colectiva?
A.R.A: Bueno yo solo soy “aprendiz de folclorista”, como decía el propio Machado de sí mismo, y ya me parece mucho atrevimiento por mi parte. Yo he llegado a la cultura popular desde la filología y la etnografía, aunque es verdad que me he pateado el territorio buscando cuentos.
La cultura oral hace las veces de la historia de las clases populares, aunque de distinta manera. La cultura hegemónica (Gramnci) se apoya en los documentos escritos; la otra en la memoria comunal.


R.B.: ¿Cree que las identidades territoriales y los nacionalismos ayudan a recuperar el folclore de manera íntegra o tienen un sesgo manifiesto?
A.R.A: Normalmente se hace un uso sesgado de las tradiciones, como para probar la “autenticidad” o la “profundidad” de la cultura propia, y de ahí dar el salto mortal al nacionalismo. Una peligrosa manipulación.
R.B.: En etnografía suele suceder que el transmisor del conocimiento puede añadir elementos de su propia cosecha o, como ocurre en la actualidad, elementos que tienen que ver con el cine, los medios de comunicación o internet… ¿Cómo sabe un folclorista qué elementos de un cuento son los primigenios?
A.R.A: El investigador debe tener en cuenta esas incorporaciones y valorarlas, como transformaciones, como simples ocurrencias. Normalmente son esto último. Pero cuando significan transformaciones, sobre todo si son de sentido, hay que comprobar si se han extendido en el propio medio.


R.B.: ¿Existen diferencias entre un cuento tradicional y uno moderno? En caso afirmativo ¿Se refieren estas más al contenido o a la forma?
A.R.A: Son dos géneros completamente distintos, aunque los segundos se apoyan a veces en los primeros. Las diferencias atañen tanto a la forma como al contenido.
R.B.: Su trabajo más conocido son los Cuentos al amor de la lumbre. Con ellos llenó un enorme hueco en la literatura tradicional española. De todos estos, ¿cuál es su favorito?
A.R.A: Esta es la pregunta más difícil, porque son muchos. Pero, en fin, digamos que el primero, Blancaflor, me sigue pareciendo un prodigio.


R.B.: Si no me equivoco, usted adaptó una serie de estos cuentos para los Cuentos de la Media Lunita, una colección con cierta vis infantil y muy ilustrada que pretendía acercar estas creaciones a los niños. Todavía vigente y con cierta aceptación, me gustaría preguntarle ¿qué puntos considera usted esenciales a la hora de adaptar un cuento tradicional?
A.R.A: Es esencial no variar el argumento, la espina dorsal del relato. Sobre eso, los aditamentos son intentos de captar la atención, solo eso.
R.B.: La eterna pregunta, ¿el cuento debe enseñar o debe entretener?
A.R.A: Las dos cosas van indisolublemente unidas. Por eso los cuentos orales tienen tanto éxito.


R.B.: En cierta ocasión publiqué en la cuenta que los monstruos tienen en Instagram, unas imágenes que Jesús Gabán realizó para su versión del cuento Los tres toritos. Un par de seguidores se echaron las manos a la cabeza y empezaron a lanzar improperios cuando vieron la escena de toreo que se recoge en una de las páginas (y eso que el estoque se hacía con un alfiler…). Sonreí ante la indignación desorbitada y me pregunté si hay un punto en el que puedan convivir tradición y actualidad. ¿Existe ese lugar de confluencia?
A.R.A: No me extraña en absoluto. La espantosa moda de “lo políticamente correcto” puede acabar con todo. Incluso con la literatura.
R.B.: Continuando con lo anterior y echando mano de caperucitas animalistas o bellas durmientes feministas  ¿Qué opina de las versiones de los cuentos tradicionales enmarcadas en contextos, ismos y problemáticas actuales que se publican sin cesar?
A.R.A.: Creo que ya he contestado a eso. Puede ampliarlo en un artículo mío titulado Cuentos populares, perfectamente incorrectos.
R.B.: La muerte, el clasismo o el machismo se han convertido en aspectos censurables en la sociedad occidental… ¿Qué les diría a todos esos adultos que viven preocupados por estas realidades recogidas en los cuentos tradicionales? ¿Cómo le podríamos dar la vuelta a la tortilla y animar así a la transmisión íntegra de estas creaciones a los niños sobreprotegidos del presente?
A.R.A: Hay que recordarles que los cuentos de tradición oral poseen un mensaje simbólico, que va dirigido a la formación de la mente y la integración del cuerpo humano. Querer racionalizar eso es emprender el vuelo de la paloma en un lugar abstracto, sin aire


R.B.: La cuentoterapia está muy de moda y se encuentra presente en los ámbitos de la psicología y la educación. ¿Qué piensa al respecto de esta práctica?
A.R.A: He conocido experiencias muy interesantes. Todas van dirigidas a aplicar los elementos simbólicos.
R.B.: Como los números impares están muy presentes en los cuentos populares, le voy a pedir tres últimas respuestas: su comida favorita, un juego que le divierta y alguna recomendación de lectura.
A.R.A: El gazpacho, el parchís y Las mil y una noches.



Antonio Rodríguez Almodóvar (Alcalá de Guadaira, Sevilla, 1941), aunque de joven fue marino mercante, estudió la carrera de Filosofía y Letras. Inició en Madrid la especialidad de Filosofía Pura, pero acabó licenciándose en Sevilla en Filología Moderna (1969) y doctorándose por la misma universidad en 1973. Fue profesor interino y contratado de la Universidad de Sevilla y del Colegio Universitario de Cádiz (1969-1974) y en 1975 ganó por oposición la cátedra de Instituto. Es autor de narrativa, teatro y poesía, sobre todo de obras dirigidas al público infantil y juvenil (se alzó con el Premio Nacional en esta categoría en el año 2005), sin embargo es más conocido por su prolongada e intensa dedicación al estudio y recuperación de los cuentos populares españoles, campo en el que sobresalen sus Cuentos al amor de la lumbre (Premio Nacional de Literatura 1985) y los Cuentos de la Media Lunita, una colección que se sigue reeditando desde hace más de treinta años. Desde 2015 es Académico Correspondiente de la RAE.

jueves, 25 de octubre de 2018

Semana de los cuentos (IV): Cuentos para soñar



Llevo dos noches sin pegar ojo. Un maldito resfriado se ha adueñado de mi anatomía y cuando no es el dichoso moqueo, hace aparición un estornudo que me despierta a mitad del sueño (Mmm… ¡Tarta de zanahoria!). Voy necesitando un receso en las fosas nasales y despejarme de esa congestión que tanta lata me da. Espero que cuando esto acontezca duerma a pierna suelta, porque si no el castigo será doblemente injusto. Y si no, tendré que decirle a alguien que me lea un cuento, como por ejemplo los Cuentos de Mama Osa, el último libro de Kitty Crowther recientemente publicado en castellano por Libros del Zorro Rojo y al que le auguro una larga vida. Pero antes de hablar de él, volvamos a la relación de los cuentos y el álbum…


Desde que empecé a diseccionar álbumes me percaté de que la narrativa breve, concretamente el cuento, era lo que primaba en un formato donde el número medio de páginas rondaba las treinta y dos. Mientras que en los albores del libro-álbum la mayor parte de los autores echaron mano de los cuentos tradicionales para desarrollar sus creaciones, a partir de la segunda mitad del siglo XX la tendencia fue cambiando con los cuentos de autor y las historias personales empezaron a salir a la palestra.
Estas nuevas ideas, aunque no distaban mucho de ese germen popular primigenio, sí buscaban un cambio en la LIJ de la época, y es así como se abandonaron las arquitecturas sencillas y lineales (generalmente una sola narración continua) para diversificarse en otras menos comunes. Nacieron obras como Historias de ratones, Sopa de ratón, Búho en casa o Saltamontes va de viaje, unos títulos de Arnold Lobel donde primaba una historia que servía de exo para otros cuentos independientes, todos ellos aglutinados en un mismo volumen. Así es los Cuentos de Mama Osa. Es un libro de hoy pero huele a otro tiempo.


El segundo punto que llama la atención de este libro es el color predominante, el rosa, como dirían mis alumnos, “fosforito”, un color que ya nos invita desde la cubierta a sumergirnos en esta idea que surgió gracias al sueño de Sara Donati, una amiga de la autora, tal y como se nos indica en la dedicatoria. El rosa fluorescente lo llena todo, nos envuelve. No es la negra oscuridad de la noche, sino una luz viva y a la vez tenue que nos invita a cerrar los ojos, a soñar, mientras se refleja sobre la nieve o la sonrisa de una madre que cuenta historias.
También debemos señalar que los tres cuentos que Mamá Osa narra nos hablan de construir lazos con los demás, de cómo formamos parte de un todo plural donde cada uno realizamos una tarea por el bien ajeno. Nos podemos reconocer tanto en la guardiana de la noche, como en Jacko Mollo, Zhora, Bo u Otto, pues nos hablan de situaciones humanas y cercanas, sin demasiada moraleja pero con claridad.
Y para dejarles con la intriga sólo les digo que me encanta el final, porque sigo siendo un niño y me encantan los cuentos.  



miércoles, 24 de octubre de 2018

Semana de los cuentos (III): Antologías de cuentos tradicionales, una selección



Anton Pieck

Señoras, señores, por si no lo saben hoy es el Día de la Biblioteca. Un sitio al que acudir no sólo durante esta jornada, sino de vez en cuando. Darse un garbeo por los expositores de novedades, por las selecciones temáticas, la cómicteca, las publicaciones periódicas y sobre todo recorrer los estantes de fondo bibliográfico, porque les recuerdo que la razón por la que nacieron las bibliotecas fue para preservar y custodiar nuestro conocimiento. Antes de que existieran el saber pasaba de boca a oído y a veces se perdía por el camino. Le pasaba a la medicina, a las matemáticas, a la ingeniería o a los cuentos.
Si hay libros que me llevan hasta las bibliotecas son las antologías de cuentos, las colecciones de estos relatos populares. Hay tantas y tan ricas que es una suerte que haya bibliotecas. Primero de todo porque yo no tengo espacio para todas ellas, segundo porque muchas de ellas (las más hermosas) se encuentran descatalogadas permanente.
Por mucho que algunos se empeñen en desprestigiar estas narraciones en pro de otras más técnicas y profundas, el aquí firmante siempre gusta de recordar una anécdota personal que ensalza su valor... Andaba yo en quinto de carrera cursando la asignatura “Geobotánica” cuando la catedrática encargada de impartirla preguntó si alguien conocía las características de la taiga. A mí me vinieron a la cabeza los Cuentos del río Amur, una de mis colecciones de cuentos populares fetiche durante la infancia y ni corto ni perezoso me lancé a describir los bosques de aquellos relatos plagados de abedules de bajo porte, abedules de hierro, brezos y musgos. No me equivoqué y ella me preguntó que si había estado allí. “Varias veces” contesté.
De vez en cuando me topo con que alguna biblioteca ha dado de baja algunas de estos libros y algo en mí se apaga. Entiendo que la falta de espacio, la duplicidad de volúmenes o el pobre uso que reciben muchos libros son motivos suficientes para prescindir de ellos, pero también creo que debiera considerarse la calidad artística de los volúmenes que se pierden.
Es por ello que hoy he querido desempolvar este tipo de libros a los que debemos tanto, no sólo para que lo tomen como excusa a la hora de visitar una biblioteca, sino para que tanto usuarios, como bibliotecarios los valoren convenientemente; una pequeña selección para la que he utilizado unos cuantos criterios como:
1. Escoger recopilaciones de cuentos tradicionales y no de autor.
2. Centrarme en las que reúnen relatos de un mismo país, una amplia zona o una etnia o religión particular.
3. Tener en cuenta la diversidad que nos provee el mundo.
4. Combinar ediciones actuales con otras ya descatalogadas.
5. Y que me gusten.
Sé que echarán de menos algunas (hay casas editoriales especializadas en este tipo de publicaciones como Miraguano, Siruela y José J. de Olañeta, por lo que les animo a que echen un vistazo a sus catálogos).
¡Disfruten de los cuentos y de las bibliotecas! Porque cuando una biblioteca desaparece, una parte de nosotros mismos también se pierde.





Jakob y Wilhem Grimm. Cuentos de niños y el hogar. Anaya (3 Vols. Diferentes ediciones). Me encanta la selección de Lore Segal ilustrada por Maurice Sendak El enebro y otros cuentos Lumen (2 vol.) y la de Herrín Hidalgo en El señor Korbes y otros cuentos de Grimm, para Mediavaca.


Benedikte Naubert. Cuentos populares alemanes. Siruela.


VV.AA. Cuentos suecos. Anaya.


Asbjornsen y Moe. Cuentos completos noruegos. Libros de las malas compañías.


José Manuel de Prada. Cuentos populares irlandeses. Siruela.
  

Katharine M. Briggs. Cuentos populares británicos. Siruela.


Giambattista Basile. Pentamerón. Siruela.


Charles Perrault. Cuentos de antaño. Anaya. (Reeditado)



Antonio Rodríguez Almodóvar. Cuentos al amor de la lumbre. (2 vols. Edición antigua / 2 Vols. Nueva edición: Cuentos maravillosos y Cuentos de animales y costumbres). Anaya.
  

Ana Cristina Herreros. Cuentos populares de la Madre Muerte. Siruela.


Pascual Pascual Recuero. Antología de cuentos sefardíes. Ameller.


Javier Asensio García. Cuentos populares de los gitanos españoles. Siruela.


José Viale Moutinho. Cuentos populares portugueses. Siruela.


Diane Tong. Cuentos populares gitanos. Siruela.


Vuk Stefanovic Karadzic. Cuentos populares serbios. Miraguano.


Ramón Sánchez Lizarralde. Cuentos populares albaneses. Miraguano / Libros de los Malos Tiempos.


María E. Roces (ed.). La bella de la tierra y otros cuentos albaneses de la viva voz del pueblo.
Ilustraciones de Jesús Gabán. Libros de las malas compañías.


Petre Ispirescu. Cuentos maravillosos rumanos
Ilustraciones de Roxana Irimia. Libros de las malas compañías.


Nikolai Afanasiev. Cuentos populares rusos. Anaya. (3 vol. Edición antigua. / 4 vols. Nueva edición). Existe dos selecciones editadas por las editoriales Reino de Cordelia y Libros del Zorro Rojo más que interesantes.


Dmitri Naguishkin. Cuentos del río Amur. Anaya


Ana Cristina Herreros. Cuentos populares del Mediterráneo. Siruela



Fernando Pinto y Antonio Jiménez. Bajo la jaima. Cuentos populares del Sáhara. Miraguano



C. G. Campbell. La novia del mar y otros cuentos de las tribus árabes. Libros de las malas compañías. 


Ana Cristina Herreros. Cuentos del erizo y otros cuentos de las mujeres del Sahara. Libros de las malas compañías.


René Basset. Cuentos populares de África. José J. de Olañeta.


VV.AA. Cuentos populares de Africa. Siruela.
  

Anónimo. Las mil y una noches. No sabía decantarme por una edición, así que la dejo al cargo de los expertos. A mí la selección de Juventud me gusta... Eso sí, no he podido resistirme a acompañarla con las ilustraciones de Olga Dugina para la versión que hizo de algunas historias junto a Arnica Esterl y editado por SM.


Jesús Marchamalo y Damián Flore. Cuentos populares de La India. Siruela.
  

Richard Wilhelm. Cuentos chinos. Paidós.


VV.AA. Cuentos de la China milenaria. Anaya. (2 Vols.)
  

Amparo Takahashi. Cuentos y leyendas de Japón. Anaya.


Richard Gordon Smith. Cuentos tradicionales de Japón. Satori Ediciones.


Morris Edward Opler. Mitos y cuentos de los apaches chiricahuas. Miraguano.


Edward S. Curtis. Las flechas mágicas, y otros relatos de los indios cheyenes, comanches, wíchitas. José J. de Olañeta.


Edward S. Curtis. Cómo se salvó el mundo y otros cuentos indios. José J. de Olañeta.
NOTA: Respecto a los cuentos de las tribus nativas de Norteamérica decir que tanto la editorial Miraguano, como José J. de Olañeta, tienen las colecciones más extensas de este tipo de relatos, sobre todo la segunda que editó la mayor parte de los recopilados por Edward S. Curtis. Sucede lo mismo con los cuentos de los diferentes países de Latinoamérica.


Fabio Morabito. Cuentos populares mexicanos. Siruela.


Gloria Cecilia Díaz. Cuentos y leyendas de América Latina. Anaya


Anneliese Löffler. Cuentos de los aborígenes australianos. Océano Ambar.