martes, 29 de abril de 2025

A la luz de la vela


Si lo de ayer le resultó anecdótico a mis alumnos, a los que peinamos canas se nos intuyó revelador. No solo por la vulnerabilidad de una sociedad ensimismada que descubrió las flaquezas de esa vida fácil que nos prometen los avances, sino también por el regreso a un pasado no muy lejano en el que sí sabíamos distinguir lo básico de lo secundario.
La dependencia de la electricidad se ha vuelto un castigo para Occidente. Volcado en la tecnología y bajo el yugo de las compañías energéticas, las grandes corporaciones que controlan las formas de comunicación (entre iguales, que las de masas siempre las han manipulado), el transporte e incluso la alimentación, el ciudadano ha perdido su autonomía y su capacidad de respuesta. Sí, no hay nada más vulnerable que un ser humano dependiente.
Por eso, los gobiernos temen a los decididos y autosuficientes. A los que saben encender un fuego y trabajar la tierra, a los que conocen los frutos silvestres y destripar un conejo. Sin embargo, nos venden una libertad basada en la banca digital (¡Billetes, nene, billetes!), la inteligencia artificial (¿Acaso sabe freírse un huevo?), los coches eléctricos (Todavía no hay vehículo que iguale a mis piernas) y hasta los zapatos de plástico (Todo muy verde, pero ¿vestimos petróleo y quemamos pieles?). Mentira. No hay nada más libre que un hombre que no tiene miedo a la luz de las estrellas.
Ciberataques, teorías conspiratorias, fenómenos atmosféricos, guerras encubiertas, una Europa debilitada… Cualquier planteamiento era factible, pero al final, tenía que ver con el descontrol que suponen las renovables, unas fuentes que provocan picos enormes de producción energética (¿Recuerdan cómo corría la brisa y brillaba el sol ayer?) que descompensaron enormemente la oferta y la demanda de una red eléctrica con fallos estructurales. Tomen buena nota de lo acontecido porque, según los expertos, el de ayer no será el primer y último apagón.


No obstante, yo prefiero quedarme con el encanto del momento, pensando en los vecinos que pasaron la tarde en los parques comiendo pipas y esas familias que se reunieron en torno a la noche y contaron historias como las que se disfrutaban antaño. Incluso vi la cara de mi madre iluminada por una vela. La misma que, en los cortes de luz que tanto abundaban en los primeros años ochenta, intentaba buscar chascarrillos con los que entretenernos cuando todo se quedaba a oscuras, la televisión era un objeto inútil y solo quedábamos los unos para los otros. Todo era más bonito que este tiempo en el que deambulamos vacíos y rotos.
Para la próxima, además de candiles, linternas, pilas alcalinas, transistor en mano y un camping gas, lean un cuento de Andersen que siempre me ha parecido bastante inspirador para nuestra realidad más actual. La bujía y la vela se centra en la historia de estos dos objetos. Uno de origen humilde, otro encargado de iluminar los salones más fastuosos. Mientras la vela servía a una costurera viuda con tres hijos pequeños, la bujía contemplaba el baile que había organizado la condesa. Pero ¿hay alguna luz que se iguale al brillo que aparece en los ojos de los niños?
Sutil y delicado, Andersen regresa a sus metáforas de la vida cotidiana para crear una parábola donde las diferencias en la idiosincrasia son la forma de acercarse a lo moral con mucha plasticidad, cosa que siempre agradecemos los monstruos.

miércoles, 23 de abril de 2025

¡Feliz Día del Libro 2025!


Hoy es el Día del Libro y como mis obligaciones no paran de crecer (¿Qué habrás hecho en las vacaciones, so pingo?), tendré que echar mano de unos cuantos álbumes de última hornada donde los libros son los protagonistas para celebrarlo. Ya sé que no es muy original, pero la verdad es que la mayoría de ellos me han parecido una delicia y siempre he creído que no hay mejor homenaje hacia ese objeto que los monstruos veneramos que compartir nuestras lecturas con los demás, cosa que hago casi a diario desde que habito este lugar.


Empiezo con Ximo Abadía y su particular tributo al libro con Que nunca se acabe. Publicado por Litera este libro tiene un formato muy cuidado. Se presenta dentro de un estuche, una especie de caja sorpresa que, gracias a la imagen de la portada, anticipa el verdadero leitmotiv de la obra: ese libro rojo que se desliza por debajo.


Utilizando el negro y el rojo, el autor valenciano crea una historia mínima, una suerte poética que ensalza la pertenencia de un libro que bien puede ser el que tenemos en las manos. Así, con la intrahistoria, con lo metaliterario, juega con el lector-espectador a través de las imágenes y unas metáforas visuales en las que el libro aumenta de tamaño a cada golpe de página.


El libro nos acompaña a cada paso, en algunos de los momentos vitales más importantes, camina con nosotros, nos cobijamos en él y nos ayuda a crear nuestra personalidad. Tanto es así, que el libro es un símil de la vida humana, pues ¿acaso detrás de un libro no llega otro? ¿Detrás de nosotros no vienen nuestros hijos? Sutil y delicado.


Un diccionario con historia es la fábula que se han inventado Oliver Jeffers y Sam Winston para celebrar el diccionario, ese libro que últimamente está tan en desuso pero que tanto bien ha hecho a la humanidad.


Publicado por Andana, esta que me recuerda a otras como El libro en el libro en el libro de Müller, ¡Otra vez! de Gravett o incluso su Niña de los libros, juega con las palabras para crear una intrahistoria que bebe de la casualidad y el surrealismo más alocado para ensalzar el valor de un libro aparentemente aburrido.


Un aligátor, un dónut, un fantasma, la luna, una reina y una pastilla de jabón montan un circo de los más extravagante que pone patas arriba un diccionario que al final tiene que poner un poco de orden en sus páginas (o si no, no podrás encontrar nada en ellas). Mucho fotomontaje (la edición es impecable), tramas secundarias y mucho humor blanco para un libro que puede leer toda la familia (a los adultos les recomiendo que echen un ojo a las definiciones y si quieren siempre pueden echar una partida a cualquier juego de ficciones).


En la misma editorial nos encontramos con Los puentes de Tom Percival. un álbum que nos cuenta la historia de Mia, una niña que se siente más sola que la una porque sus padres se pasan el día trabajando. Vive es una especie de isla abandonada en mitad del océano desde la que no puede llegar a ninguna parte. De repente, un día se topa con un libro (Nota: ¿Por qué muchos de los libros que protagonizan estas historias son rojos?) y todo cambia. Ante ella se abre un mundo de posibilidades que, como puentes tendidos sobre el oleaje, le permiten vivir aventuras increíbles y conocer lugares nunca antes imaginados.



Con una línea mucho más introspectiva y relajada que los anteriores, el autor de Los invisibles, El río o El mar lo vio, vuelve a hacer gala de la técnica del collage digital recreando estampas bucólicas y sugerentes donde el poder de los libros es evidente gracias a una óptica llena de perspectivas donde podemos encontrar un pequeño guiño intergeneracional. ¿Se atreven a descubrirlo?


Siguiendo en esa línea de descubrimiento literario, nos encontramos con Clara y el hombre en la ventana, un libro de María Teresa Andruetto y Martina Trach que Limonero acaba de publicar en nuestro país. Utilizando una anécdota personal, la escritora argentina recrea una historia cotidiana ambientada en un entorno rural de otro tiempo.


Clara le lleva unas cosas al señor que vive en la casa grande. Nunca sale de allí, está encerrado desde hace mucho tiempo. Le pregunta a Clara si sabe leer. Al responder esta que sí, le hace entrega de un libro que devora mientras camina hacia su casa. ¿Qué le pasará al extraño vecino? ¿Por qué no habla con nadie fuera de esas cuatro paredes? Un desamor, un secreto y una serendipia se reúne a través de los libros. Coraje y amor son las dos palabras que llenan nuestra cabeza tras su lectura (y eso que la autora utiliza poquitas para darle forma a este libro).


Con unas ilustraciones donde las tintas medias y el ocre cobran mucho significado (¿Ven el polvo de las calles antiguas? ¿La casas de adobe que poblaban el pasado? ¿El color sepia de las fotos antiguas?), los grandes espacios se inundan de silencio y las secuencias animadas en la misma doble página se construye un libro que dan ganas de abrazar.


Llegamos a Leer no es un rollo. El título de este libro de Nils Freytag y Silke Schlichtmann en el que participan, entre otros, Kathrin Schärer, Axel Scheffler, Julie Völk. Olf K, Ute Krause, Paul Maar y Cornelia Funke, es toda una declaración de intenciones, no solo dirigida hacia la infancia, sino a todos los adultos que durante los últimos años han abandonado la lectura para dedicarse a otros menesteres más tecnológicos (como habrán podido darse cuenta viendo esa portada maravillosa).


Lo más florido de la literatura infantiles alemanas nos presenta una veintena de prejuicios ilustrados que justifican esa máxima que reza: la lectura es un rollo. Utilizando la disyunción como principal herramienta argumental, este libro invita a despojarse de todas esas preconcepciones que abundan en un mundo lleno de pantallas gracias al humor y la contradicción.


¿Quién dijo que leer es un rollo porque siempre se hace difícil empezar? ¿O que leer es un rollo porque nada existe en la realidad? Déjense de pamplinas. Este libro es una forma inmejorable de acercarse de nuevo a la lectura y aparcar las redes sociales, las series repetitivas y los vídeos insultos en pro de ese objeto que durante siglos nos ha entretenido como ninguno.


Mariajo Ilustrajo se sumerge en el beneficioso mundo de la lectura con Odio me encantan los libros gracias a Bindi Books. Llega el último día de clase y la maestra les dice a los alumnos la tarea para estas vacaciones: leer un libro. Si para mí no supondría ningún trastorno, para la protagonista de este libro es lo peor que le podía pasar porque odia los libros. Tras una visita a la biblioteca, al final se decide por un libro y…



Una historia sencilla y sin pretensiones donde la magia de los libros se hace patente con unos personajes muy sugerentes y una aventura que cambia del gris al technicolor conforme leemos. Recursos del cómic, una tipografía vectorizada y un guiño a la Alicia de Carrol hacen de esta historia un buen acicate para lectores que necesitan un chapuzón literario.


No podía faltar en esta mini-selección una librería, algo de lo que se han encargado Fran Nuño y Esther Peces. El protagonista de Mi librería y yo (editorial Iglú) quiere montar una librería cuando sea mayor. Disfruta tanto o más que las estanterías de su estantería, el anticipo de la que seguramente se haga realidad algún día. Además, el chiquillo tiene un ojo buenísimo para los clientes, se impacienta mientras pasa el primero, fantasea con qué libros pedirá y disfruta cuando estos se acercan a los libros.



Con ilustraciones donde las composiciones geométricas de los libros contrastan con las siluetas sinuosas de los personajes, Esther Peces acompaña el texto poético de un Fran Nuño que aboga por ensalzar una profesión tan romántica gracias a los sueños infantiles de un niño cualquiera. Sencillez e inocencia para un relato intimista y honesto.


Otro de los libros que me han gustado mucho es Adivina qué leo esta noche, un álbum de Carmen García Iglesias con una treintena de animales que nos comparten sus lecturas nocturnas. Una jirafa, un oso panda, un reno o un koala comentan algunas de las obras más conocidas de la Literatura Infantil y Juvenil, libros canónicos que todo el mundo debería conocer o intuir a base de las pistas que nos dan estos personajes.



Me recuerda a esas pequeñas reseñas que hacemos entre iguales cuando los monstruos nos encontramos en mitad de una librería o en una firma de libros. Hacemos nuestra particular valoración, desvelamos la trama y algunos detalles y nos vamos reconociendo en la experiencia lectora de otros. Una buena excusa para bucear en las estanterías o tomar ejemplo. Seguro que más de un padre puede ayudar a sus hijos a averiguar la treintena de títulos que, como El libro de la selva o El mago de Oz, leen estos bichos tan simpáticos.


Para terminar, les sugiero degustar Eres un lector/Eres un escritor de Christine Davernier y April Jones Prince. Publicado por Maeva hace un tiempo, este libro con dos caras, nos invita a conocer las dos facetas de un libro, la del lector y la del escritor, porque el uno sin el otro no son nada y el libro sin ellos no existiría.


Mientras los unos se pirran por una buena librería, otros prefieren visitar una biblioteca. Los hay que leen acompañados y los que leen solos. Algo parecido pasa con los que escriben. Viven, buscan sus propias historias y les dan forma. Unos se fijan en los demás y otros en su propia vida. Cada cual puede elegir un extremo para comenzar porque lo mejor de todo es que todos se encuentran en un mismo punto: el libro.


Y si quieren conocer más libros como estos, no se olviden de pasar por esta gran selección de libros con libros como protagonistas.

martes, 22 de abril de 2025

Adolescencia y redes sociales


Adolescencia. Es la palabra de moda durante las últimas semanas gracias a una miniserie de televisión que ha puesto al descubierto los problemas que puede desencadenar el uso indebido de las redes sociales. Y lo peor de todo es aguantar a los padres que me rodean preguntándome qué opino al respecto. He aquí mis comentarios. El que quiera, que lea.


Lo primero de todo es que no la he visto ni tengo intención de hacerlo. Eso de entrar en bucle con los problemas profesionales no es lo mío. Ya tengo bastante con el día a día en las aulas, como para seguir alimentando sus demonios. Prefiero sumergirme en nuevos planteamientos, que recrearme en miserias más que asumidas.
En segundo lugar, les recuerdo que, como en cualquier otra serie de ficción basada en hechos reales, no todo lo que recoge sucede en el mismo grado, en el mismo orden o a la misma persona. Evidentemente, los guionistas trabajan para una industria que en muchas ocasiones necesita de la audiencia para tener éxito asegurado. Cuánto más impactante sea el producto a nivel mediático, más se hablará de este y las ganancias serán mayores.


No obstante, y a pesar de estas dos primeras consideraciones, llegamos al punto más peliagudo. ¿Los chavales utilizan las redes sociales como el protagonista de la serie? El sí es rotundo. Acosan a sus compañeros, hacen comentarios inoportunos e hirientes a conocidos y amigos, comparten contenidos inapropiados, manipulan archivos y cometen delitos tipificados en el código civil. Las cosas ya se van de las manos de los adultos, conque los críos…
Y muchos replicarán: “Mi hijo/a no”. Y yo les diré: “Desde el momento que tú le haces entrega a un chaval de 10 a 12 años de un dispositivo móvil con conexión a internet sin ningún tipo de control (y cuando digo control, digo control), te puedes esperar cualquier cosa”.
Me maravilla esa ligereza con la que muchas familias con cierto estatus y formación regalan estos objetos e incluso lo justifican. “Así puedo saber qué hace en todo momento… Es que me paso el día fuera de casa…” “Lo necesita para hacer las tareas de clase…” “Si es como una consola, ¿qué puede hacer con él…?” ¡Ja! El quid de los aparatos con conectividad a internet está en su interactividad y su cripticismo, es decir, el móvil permite el acceso a cualquier tipo de contenido y al mismo tiempo solo el usuario tiene el poder de saber a lo que accede y hace con él esquivando toda supervisión.


El otro día me comentaba una amiga que su hermano le compró un móvil a su sobrino con la condición de que podría leer todas sus conversaciones en las redes sociales y saber el historial de navegación. Evidentemente, el chiquillo le dijo que estaba de acuerdo, a sabiendas de que él era quién tenía el control y no su padre: podía mantener o borrar los contenidos que quisiera, es decir, manipular la visión que su progenitor tenía de él (ojito…). Convertirse en un chaval responsable, aunque actuara como un demonio. ¿Se les eriza el vello? Pues imaginen a Maquiavelo con un bicho de estos entre las manos…
Sí, queridos monstruos, la raíz del problema está en la tenencia de estos aparatos y no en su uso. Como todos sabemos, la niñez tardía y la adolescencia son lo que son, aunque muchos se venden los ojos. Los jóvenes trasgreden las normas. Unos muchas veces, otros, las menos, pero siempre hay oportunidad para ello. Y no me vengan con que la educación lo soluciona todo. Autoridad, instrucción y prohibición también cuentan (fíjense en el código de circulación dirigido a los adultos...).


¡Y ojo! Quienes crean que los políticos pondrán freno a los problemas que atañen exclusivamente al entorno familiar, se equivocan. Según rezan las leyes de mi comunidad autónoma (como en otras tantas), el uso del móvil está prohibido en las aulas, pero les puedo decir que el 80% de mis alumnos de 12 años (1º E.S.O.) acuden al centro con este en el bolsillo y, por supuesto, en connivencia con sus padres. Y no seré yo, humilde profesor, quien se enfrente a un hecho aceptado socialmente mientras no se utilice en mi presencia (que si los hijos viven embelesados con las pantallas, hay que ver a los padres...).
Así que, no me mareen más con su culpa desmedida y su amor paternal para que desmienta o confirme lo que expone esta serie de televisión. Adolescencia solo les ha hecho ver que la piedra está en su tejado. En su mano está dejarla o quitarla. No me den más la vara, por favor.


Acompañan este post, álbumes como:

Helen Docherty y Thomas Docherty. La zampa pantallas. Maeva Young

Paula Merlán y Concha Pasamar. Algo está pasando en la ciudad. Cuento de luz.

Pilar Serrano y Anna Font. Cuando la tecnología secuestró a mi familia. Tramuntana.

Para más álbumes sobre esta temática, no te olvides de visitar ESTE OTRO POST

miércoles, 9 de abril de 2025

Clásicos reinterpretados


Si bien es cierto que la literatura de consumo está en su punto más álgido, ¿qué sucede con los clásicos? A pesar de que los profesores nos hemos inventado todo tipo de recursos para hacer llegar los clásicos a los alumnos de una forma más o menos amena, sigue existiendo esa percepción anacrónica insalvable por parte de los jóvenes que les invita a negarse a leer obras que se escribieron hace décadas o cientos de años.
A pesar de esta realidad que constatamos en todos los centros de secundaria a lo ancho y largo del globo terráqueo, de vez en cuando y como por arte de magia, un grupo de alumnos se encandilan de una de esas historias que tanto han disfrutado las generaciones anteriores. Fortunata y Jacinta, La casa de Bernarda Alba, Tres sombreros de copa… Hay muchos libros que, por alguna extraña razón son capaces de calar entre un público que encuentra entre sus páginas un reflejo en el que mirarse.
Esa es la magia de los clásicos. Cuando muestran su verdadera naturaleza, no hay quien se resista a ellos. Un buen momento para aprovecharse de la situación y llenarse de barro: entablar un diálogo con los chavales, preguntarles sobre puntos comunes, establecer sinergias intergeneracionales y ver cuán universales son esas novelas, relatos u obras de teatro que trascienden a otras de reciente factura que se quedan cortas cuando las comparamos con las líneas argumentales y los personajes que autores de siglos anteriores elaboraban con más decoro y elegancia.

Es por eso que aprovecho este post para sumergirme en la pequeña colección de clásicos con forma de álbum que se está marcando la editorial canaria Diego Pun. Si no teníamos bastante con Quijote y Lazarillo, llega Celestina. De la mano de Luis San Vicente, Ernesto Rodríguez Abad y Benigno León Felipe se recuperan clásicos de la literatura española en otro formato que, lejos de simplificar las obras íntegras de Cervantes o Fernando de Rojas, las complementa con una cosmovisión enriquecida con nuevos elementos.



Así, en esta ocasión, la Celestina está representada como artífice de un teatro de marionetas que hila, devana y corta los hilos de la vida y del amor. Una suerte de parca, una manipuladora que, con su lengua vivaracha y sabiduría popular, es capaz de modificar la trama de una historia que sigue vigente en las pantallas de la televisión, los líos de faldas en islas paradisiacas y las cuitas de poder en las grandes multinacionales.

Ayudado por el formato y los giros de doble página que nos obliga a practicar el texto, lo teatral se despliega ante nosotros con escenas que intercalan panorámicas horizontales y miradas abruptas en las que la correveidile se siente dueña y señora de un elenco digno del Oscar a la mejor película de picaresca española.

Calisto y Melibea. Melibea y Calisto. No son nadie. Viven cegados por el amor y se dejan corromper emocionalmente por una vieja alcahueta de clase baja, hedonista y bastante amoral. Sin duda es el personaje clave de este melodrama amoroso que Luis San Vicente se encarga de ubicar en una posición central de este álbum lleno de ademanes afectados (Fíjense en los tórtolos. Son para matarlos…) y algún desdentado (Los criados y su pelaje son una maravilla).

Todas las imágenes se tiñen de rojo, como los ojos de los cuervos que sobrevuelan a Celestina, como el telón de ese teatrillo de las guardas que acaba hecho jirones, como el trasfondo pasional de esta historia. Si bien es cierto que hay metáforas muy hermosas (esa pareja de gorriones sobrevolando el azul celeste es muy cautivadora), echo de menos el trasfondo social que tan bien retrata la corrupción y la hipocresía de ese mundo dominado por el dinero que no solo se limita al Medievo o el Renacimiento, sino a todas las épocas ulteriores.

lunes, 7 de abril de 2025

Juegos de artificio


Por lo que tengo entendido, los críos de hoy día no se entretienen con cualquier cosa. Ya no les sirven las piedras, el barro o los palos. Ni siquiera les vale con la montonera de juguetes que con tanto esmero les regalan por su cumpleaños o por Navidad. Nada es suficiente para ellos. ¿O quizá para sus padres…? ¡Equilicuá! ¡He aquí el quid de la cuestión!


Yo no sé ustedes, pero yo solo veo montones de padres que buscan acicates con los que rizar el rizo en el universo lúdico de sus hijos. Hípica, kite-surf, robótica, paddle, waterpolo, gafas de realidad virtual y hasta campus de inteligencia artificial. Unas aficiones de altos vuelos con las que buscan entretener a sus hijos. ¿Y esto? ¿A qué se debe?
En primer lugar tenemos la culpa. Los padres se pasan el día en sus respectivos trabajos y desatienden incesantemente a sus hijos, algo que sucede también cuando están con ellos porque: “¡Yo también necesito tiempo para mí!” “¡Es muy duro todo esto!” “¡Como no desconecte me voy a pegar un tiro!”
En segundo término tenemos los complejos paternos proyectados sobre la realidad filial. Y es que, amigos, hay mucho traumatizado en esto de la crianza. Gente que en su tierna infancia no ha tenido un duro y soñaba con los fuegos (¡Ups, quería decir "juegos"!) artificiales de Beverly Hills 90210 y las sitcoms de clase media americana, se dedica a relanzar sus frustraciones de forma exponencial.


Me acuerdo cuando mi madre nos llevaba al médico y, mientras esperábamos (¡Las colas de los ochenta sí que eran colas!), nos entreteníamos con montones de juegos, sobre todo verbales. Enlazábamos palabras por la última sílaba, nos inventábamos otras tantas, repetíamos refranes, trabalenguas y coplillas y modificábamos los que ya conocíamos. Todo ello aderezado con pequeñas riñas que se olvidaban fácilmente.
Hoy en día, cuando algún nene se aburre, el padre o madre de turno le endiña en móvil y la criatura se pasa las horas embobado con las gilipolleces que pasan ante sus ojos, su encefalograma se vuelve plano y sus padres lo aparcan como un objeto inanimado que no necesita atención. ¡Espabilen, coño! Que lo que necesitan los críos es tiempo de calidad.


Para que vayan inspirándose, hoy les traigo ¡Ahora tú! un libro de William Cole y Tomi Ungerer que ha publicado la editorial catalana Entredos para disfrute de los monstruos menos dormilones. Con el subtítulo de Un libro para ir a dormir, los autores nos invitan a conocer las peripecias nocturnas de Frances y su padre, un hombre con mucha inventiva que sabe esquivar las intenciones de una hija nada somnolienta. Así, el hombre le propone un pequeño juego de expresiones faciales. ¿Sabrá poner cara de enfado? ¿Y de sorpresa? ¿De distraída? ¿Y tú, sabrías?


Este librito, además de darnos las buenas noches con una historia bien simpática, se interna en las relaciones paterno-filiales desde una perspectiva lúdica que Ungerer se encarga de aderezar con detalles animales. Un búho, una cabra y otros cuantos personajes más acompañan las muecas de la protagonista para hacer las delicias de los utilitaristas de la LIJ. Para los que quieren seguir jugando les propongo una variante: tápense la mitad inferior de la cara con este libro abierto y esperen que el otro adivine que cara están poniendo.

viernes, 4 de abril de 2025

Guarros pero naturales


Desde que una catedrática nos explicó que si los extraterrestres nos visitaban, les pareceríamos organismos cubiertos de mocos, empecé a entender el mundo de la escatología desde otro prisma.


No es por nada, pero la cera de los oídos, la grasa del pelo, el sudor, las lágrimas o el esmegma son secreciones que los seres vivos producimos para combatir la sequedad ambiental. Como nuestro origen es acuático y abandonamos ese medio para conquistar los nichos ecológicos terrestres, tuvimos que protegernos del medio aéreo gracias a moléculas que, como los polisacáridos, retuvieran agua en su seno.



No obstante, nunca viene mal algo de higiene y decoro, que si nos dejamos llevar por nuestra naturaleza, podemos terminar como los protagonistas del poemario de hoy: eructando, llenos de caspa y con uñas kilométricas. Todo un catálogo de chiquillos muy cochinos que merece la pena conocer y disfrutar a carcajada limpia.

En el pañal de Juanito,
he encontrado un meteorito
y un rabo de lagartija
enganchado a una sortija.

Varias teclas de piano,
dos lombrices y un gusano.
Trozos de tiza y de tela,
de crayones, de una vela.

El cordón de algún zapato,
bigotes del pobre gato,
las pelusas del salón
y la llave del buzón.

Plumas, canicas, tornillos,
saltamontes y hasta grillos.
No es, por tanto, de extrañar
que nunca quieran cenar,

pues cuanto se encuentra y toca
va y se lo mete en la boca,
y por más que se lo diga,
todo acaba en su barriga.

¡Menudo cajón de sastre
el pañal de este pillastre!
¿Qué hemos de hacer con Juanito,
el glotón de mi hermanito?

Nacho Rubio.
En el pañal de Juanito.
En: Los niños guarros.
Ilustraciones de Marc Taeger.
2025. Poio (Pontevedra): Pepa A Loba.


martes, 1 de abril de 2025

Amigos de la infancia


Todos sabemos que la amistad va y viene. Trabajo, pareja o circunstancias personales van construyendo relaciones que a veces terminan en una bonita amistad. Sin embargo, sigo constatando que la mayor parte de la gente mantiene un grupo de amigos relacionado con su infancia o adolescencia.
Fulanito y yo íbamos juntos a la escuela y jugábamos en el mismo equipo de perdedores. A Menganita la conocí en la guardería y en el instituto terminamos siendo las mejores del club de voleibol. Era un payaso, siempre me robaba los ligues, y al final, mira tú por donde, acabamos haciéndonos amigos en un campamento de verano.


¿Qué tendrán los amigos de la niñez que a mucha gente le cuesta desligarse de ellos? Lo primero que hay son recuerdos. Hemos compartido multitud de momentos positivos (generalmente son lo que abundan en la infancia) que construyen vínculos muy fuertes emocionalmente hablando. Los primeros amores, las primeras borracheras, el sentimiento de independencia paterno… Son experiencias que nos marcan, nuestro subconsciente recurre a ellas con frecuencia, ellos están ahí y generan apego.
Del mismo modo, todo ese tiempo compartido sirve de acicate para confiar en ellos. Un amigo de verdad nunca te traiciona, y si lo hace, duele el doble. ¿Se traducirá en dependencia emocional? ¿Por eso es tan difícil mandar a la mierda al capullo que te ganaba siempre a las canicas? Sí, algo mágico rodea a los amigos de la niñez, ¿pero el qué?


Quizá encontremos la respuesta en el título de hoy, pues toca sumergirse en uno de esos libros que huele a buenos amigos. Y es que Kalandraka ha publicado esta primavera una de esas obras de Leo Lionni que, a pesar de ser bastante desconocida, quita el sentido. Un año entero es la historia de Guille y Greta, dos ratoncillos (el animal favorito de Lionni para protagonizar sus creaciones) que entablan amistad con un arbolillo llamado Fito.
Todo empieza en enero, cuando Fito no tiene una sola hoja y se encuentra cubierto por la nieve. Estos deciden hacer un ratón de nieve y las conversaciones comienzan a fluir. Así pasa el invierno, llega la primavera con sus flores, un verano a reventar de fruta e incluso las vacaciones. En definitiva, 365 días del año en buena compañía.


Es curioso como el padre de Pequeño azul y pequeño amarillo establece una relación entre organismos tan diferentes. Un árbol enorme e inanimado se deja querer por un par de diminutos roedores que no paran quietos ni un segundo. Paradójico pero fiel a la realidad (¿Acaso los mejores amigos se parecen en algo?). 
Detalles que recuerdan a mi querido Frederick, imágenes que describen una historia circular y un texto que tiende a desligarse de la repetición y deja en el lector una querencia a nuevas aventuras, a esa continuidad que nos regala el comienzo de un nuevo ciclo, constituyen buenas bazas en este álbum.
A pesar de estos recursos narrativos y el lado más pedagógico de un libro que, auguro, va a encaminar a familias y docentes hacia los meses del año y las estaciones, yo sigo con mi cantinela con tal de alejar el didactismo omnipresente en la LIJ. Y para ello, una comparación bastante extrema, pero muy inspiradora…


No sé si alguno de ustedes ha visto alguna vez El cazador, una película de 1978 de Michael Cimino protagonizada por Robert De Niro, Christopher Walken, John Savage y Mery Streep sobre el antes y el después de la guerra de Vietnam. Si lo han hecho, seguramente hayan pensado que se trataba de una historia con tintes antibelicistas, un drama en toda regla. Sin embargo, un servidor siempre ha creído que es un alegato maravilloso sobre la amistad, sobre cómo los hombres y sus miserias pueden devastar algunos de los momentos más hermosos que han tenido.
Ahí es donde entran en el discurso Guille, Greta y Fito. Ellos también comparten el brillo de la hierba, el aroma de las flores y el sabor del verano, el ocio y el trabajo. Se brindan ayuda, se comprenden y se ríen unos de otros. Su pasión por la vida impregna todas las páginas de un libro con formato vertical que Lionni no eligió por casualidad. Alargado. Como los altos árboles, como los niños que crecen, como la sombra de esa amistad que se alarga conforme se acerca el crepúsculo…