domingo, 29 de junio de 2008

Mundos creados


Vivimos en un mundo absurdo. Cada vez estoy más convencido. Crímenes atroces, precios psicodélicos, padres despreocupados, hipotecas desenfrenadas, amores olvidados, niños abandonados, putas de renombre, amas de casa aparcadas, multimillonarios muertos de hambre, bombas con sabor a falafel, madres defensoras de la lactancia repudiadas por hacer gala de su condición humana, terroristas que apestan a caviar, sexo, mucho sexo sin fuste, sin reparos y sin consciencia, sexo, mucho sexo embriagado, inmaduro y tímido. Mucho de todo y poco de nada.


Muchas veces me siento embriagado de cierta tristeza absurda, no de esa que se limpia con lágrimas, no. Es esa tristeza que envuelve el aire, que parece niebla, que encoge tu ser como hebra de lana al calor de la llama, que te atraviesa y ensombrece la sonrisa. Lívida, fría e indiferente, suave y soñolienta.
Una vez que ese fantasma escapa de mi lado, respiro una mezcla de nostalgia y melancolía. Huelo a otro tiempo: a fritillas de sartén, cáscara de naranja y masa de croquetas recién hecha, a ceras blandas y polvo de tiza, a pólvora quemada y al brote de los olmos, de la cebada despuntando; siento el frescor del pasado y viajo al futuro, donde viven los sueños. Suspiro y sonrío.


No se escandalice, lector, por la intimidad que hoy le he confiado, después de todo, cada uno de nosotros, por derecho y condición natural, tiene una república particular. Ese lugar que sólo nosotros conocemos, donde soñamos y brincamos por los pensamientos, enhebrados en el hilo transparente de una telaraña, tejidos por sonrisas, teñidos del color añil del cielo y enjuagados por las nubes de verano. Pensamientos absurdos, alegres e imposibles. Cactus que engendran fresas, hogares de merengue y guindas, fábricas de juguetes y ríos que no fluyen, nubes que descargan melones y árboles que fructifican tuercas y tornillos.


Y le parecerá extraño, pero le confieso que conozco muchos de estos países y lugares extraños. Sitios imaginados, donde habita lo desconcertante. Conocí a una tal Alicia, hablaba incansablemente del lugar donde vive un conejo, el sombrerero y el gato, también una reina… Oí hablar de aquel país, el de la segunda a la derecha y todo recto hasta la mañana… Pero el que más me ha sorprendido últimamente es El país de Jauja creado por Kestutis Kasparavicius y Francisco Segovia (Fondo de Cultura Económica). 


Son muchos, creo que demasiados, los que puedes visitar… No, no sé cuanto cuesta el peaje…, creo que depende de la voluntad, de lo que esté dispuesto a pagar, a dejar atrás, a compartir… De lo que lea.

miércoles, 25 de junio de 2008

Inspiración


Hoy he tenido un arrebato de inspiración y me han surgido estos versos... No son gran cosa, pero bien valen una sonrisa...

CIELO

Casita de la mañana,
de la niebla,
también del sol.
Hogar del viento,
del rayo,
de las nubes de vapor.

País del cielo,
adonde va esta canción,
donde duerme la luna
al arrullo de un son
que cantan las estrellas
siempre en clave de do.
Ilustración: Raquel Marín

martes, 24 de junio de 2008

De hilos, vidas y bodas




Odio los grandes eventos sociales. Todo lo que tenga que ver con lentejuelas, champán barato, ínfulas aromáticas, besos insulsos varios, sonrisas de quita y pon y compromisos sin fuste, no está hecho para mí. Será que reniego de este mundo absurdo o que quizá lo comprenda… No puedo evitar el esbozo de una sonrisa cuando recuerdo esas bodas de todo a cien que se gastan en estos tiempos: bodorrios, bodrios y borrachos (por no hablar de boato, bochorno y botulismo, también presentes en asuntos de este tipo).
Mi última boda (como asistente, claro está... uno no puede permitirse vaciarse la buchaca en pro de semejante fanatismo social) aconteció en el agosto pasado. De índole familiar y con muchos invitados (dato importantísimo, créame), fue una reunión sin desperdicio. Me recordó a un teatrillo de colegio, de esos de cartón piedra, dueño de lo absurdo y la comedia, donde habitan personajes de lo más peculiar: el perro y el lobo feroz, la abuelita y los cinco cerditos… Polichinelas, títeres y marionetas trabajando en el espectáculo circense más descabellado que he visto. En fin: anecdótico, dejémoslo ahí.
También denotaré algo más: es de agradecer el estar invitado a semejante fatuidad pero lo verdaderamente sorprendente es que, los que se unen, pretenden que contribuyas a ese… eterno amor, con un presente (N. B.: algunos se conforman con darte la noche y no exprimirte la billetera, todo un detalle). Y si hay que regalar, se regala. Unas veces regalo dosis de humor (muy necesarias para la vida en común), otras, contracciones musculares (también útiles en ciertas ocasiones… y posturas) y las menos, palabras.
Esta vez tocaron palabras. Las palabras de Davide Cali y Serge Bloch en El hilo de la vida. Las creí apropiadas para la ocasión. Palabras sinceras, pequeñas, vitales, realistas y cotidianas. Palabras enlazadas por una hebra de lana roja que frunce y borda los avatares de la vida. Palabras como “beso”, “pastel”, “carta”, “ella” y “perdón”, palabras que encontramos tras las páginas de nuestro transcurrir.
¿Quién se atreve a decir que no es un verdadero regalo?

lunes, 23 de junio de 2008

Sobre las miserias de este espacio


- El otro día le eché un vistazo a tu blog.
- ¿Ah, sí?
- Sí.
- Serás de los pocos…
- Me gustó lo que leí. Está bien.
- No es para tanto… Escribo lo que se me ocurre.
- Pues está muy bien. Me reí bastante.
- Me alegro.
- Hay cosas tan ácidas como tú, je, je, je.
- Ea…
- Eso de los cuentos es un poco extraño, pero le sacas el jugo.
- Pues éxito poco, la verdad.
- Ya sabes que hay tantas cosas en Internet…
- Voy a tener que recurrir al sexo, se ve que es lo único que interesa.
- Ja, ja, ja…
- Es verdad. Seguramente, si tuviese millones de enlaces a páginas porno, el éxito sería rotundo.
- ¡Hasta tendrías que cobrar!
- ¿Qué te crees? ¿Qué no?
- Ja, ja, ja… Sería un poco absurdo hacer una página sobre Literatura Infantil y que el acceso lo tuviesen sólo los adultos.
- Serían otros cuentos… Ja, ja, ja.
- ¡Y tanto!
- Ya sabes que lo absurdo es lo que nos va a todos…
- Pues ya sabes, si dentro de unos meses ves que escasean las visitas…
- … Voy a colgar pedofilia y zoofilia, que tienen mucho tirón.
- Ja, ja, ja… ¡A ver si te encarcelan!
- Eso seguro. Sería en pro de la cultura. Siempre necesitamos mártires. A lo mejor les da por leer…
Fotografía: Belén Simón

jueves, 19 de junio de 2008

Escaleras y desvanes





Indeciso: ¿Amy Winehouse?, ¿Red Hot Chili Peppers?, ¿Jamiroquai?... Decidido: Skunk Anansie.
Elegida la banda sonora de este lapso de tiempo, comenzaré a escribir (espero no cometer muchas infracciones gramaticales…) y veremos donde nos lleva la imaginación.
Podemos viajar a Namibia, recorrer las arrugas de tus sabanas, o visitar el desván… No te extrañes. El desván es un lugar increíble. En él hay un mundo entero por descubrir. En el desván puedes encontrar un oasis de chocolate y una ciudad egipcia, descubrir una familia de ratones y una colonia de escarabajos, y un lugar fresco y tranquilo para descansar y pensar. Podrás abrir ventanas que abran otras ventanas y buscar amigos con quienes compartir lo descubierto… Pero para poder hacer todo esto necesitas encontrar la escalera que te lleve a él.
Yo he descubierto muchas veces esa escalera: unas, de mano de un amigo, otras, ayudando a los más viejos, la mayoría, riendo con los niños, y la última vez, leyendo.
Satoshi Kitamura tiene esa capacidad asombrosa de mostrarte la escalera, de llevarte a mundos extraños –a veces hasta conocidos-, de divertirte… En el desván, es su –junto con Hiawyn Oram- obra más sorprendente. Con líneas de tinta temblorosa y tonos amables de acuarela es capaz de ilustrar poesía visual, de buscar esa nota sonriente del mundo infantil con ese toque japonés que imprime en sus imágenes. Sus libros, desde Alex quiere un dinosaurio hasta Yo y mi gato, tienen al niño como protagonista: es el niño quien decide, actúa y se expresa. También, sus personajes, se enfrentan a situaciones aparentemente simples, pero de gran calado para forjar la personalidad desde los cimientos del aprendizaje (Cuando los borregos no pueden dormir, Pablo el artista, Igor, el pájaro que no podía cantar). De ahí, el éxito de sus historias.
Sube la escalera. Imagina y serás libre.

martes, 17 de junio de 2008

Poemas en un día de sol




YO QUIERO REÍR
Antonio García Teijeiro

Yo quiero reir.
No quiero llorar.
Yo quiero sentir
el verde del mar.

El verde del mar
y el azul del cielo.
Yo quiero, yo quiero
tal vez navegar.

Sí, sí, navegar
arriba, en el cielo.
Tratar de volar
de espaldas al suelo.

Un pájaro, un pez,
yo quisiera ser
y poder cruzar
las nubes y el mar.

VELA
María Cristina Ramos

Ha zarpado un barco
blanco de papel.
La mesa le ha dado
un mar de mantel.
Pirata de miga
lo mira zarpar
desde la cercana
torre de la sal.
Un faro de aceite
le guiña su ojo,
el vinagre envía
mensajes en rojo.
La noche está en vela,
no sabe por qué
ha zarpado un barco
blanco de papel.

SI TU BOQUITA FUERA...
Luis Pescetti

Si tu boquita fuera de mayonesa
yo me la pasaría besa que besa
Y besa que besa, la mayonesa.

Si tu boquita fuera de chocolate
yo me la pasaría bate que bate
Y bate que bate, el chocolate
y besa que besa, la mayonesa…

Si tu boquita fuera de calabaza
yo me la pasaría masa que masa
Y masa que masa, la calabaza
Y bate que bate, el chocolate
y besa que besa, la mayonesa…

Si tu boquita fuera de limón verde
yo me la pasaría muerde que muerde
y muerde que muerde, el limón verde
Y masa que masa, la calabaza
Y bate que bate, el chocolate
y besa que besa, la mayonesa…
Si tu boquita fuera terrón de azúcar
yo me la pasaría chupa que chupa
Y chupa que chupa, terrón de azúcar
y muerde que muerde, el limón verde
Y masa que masa, la calabaza
Y bate que bate, el chocolate
y besa que besa, la mayonesa…

Si tu boquita fuera una fresita (de frutillita)
yo me la pasaría "mmm" rica que rica
Y rica que rica, que es la fresita
Y chupa que chupa, terrón de azúcar
y muerde que muerde, el limón verde
Y masa que masa, la calabaza
Y bate que bate, el chocolate
y besa que besa, la mayonesa…

Si tu boquita fuera de caramelo
yo por esa boquita me tiro al suelo
Me tiro al suelo, por caramelo
Y rica que rica, que es la fresita
Y chupa que chupa, terrón de azúcar
y muerde que muerde, el limón verde
Y masa que masa, la calabaza
Y bate que bate, el chocolate
y besa que besa, la mayonesa…
Ilustraciones: Gustavo Aimar y Leonor Pérez

lunes, 16 de junio de 2008

Niños adultos


Inmerso en un nuevo proyecto para promover la lectura, desarrollar las bibliotecas escolares y ayudar a la buena consecución del llamado Plan de Lectura, tengo la mesa del salón a rebosar de ensayos, obras de ficción y varios títulos de opinión e información variada. Entre ellos, he conseguido reunir dos obras de Alison Lurie y, verdaderamente, las cuestiones que recogen ambos han conseguido despertar mi interés. Sí señor, me gusta el cerebro de esa mujer. Una de las cosas más hermosas que he leído en uno de ellos, proviene del comienzo de su prólogo:

A menudo da la impresión de que la mayoría de autores de renombre que escriben para los niños son, en cierto modo, distintos de los demás escritores. Se diría que ellos mismos también son niños en lo profundo de su ser. Puede que haya síntomas evidentes de esta condición: que estas personas prefieran la compañía de los niños a la de los adultos, que disfruten con los libros y juegos infantiles, o disfrazándose y pretendiendo ser alguien distinto. Son impulsivos, soñadores, imaginativos, imprevisibles. […]

Creo que es cierto. Fuera de los datos biográficos de muchos autores de Literatura Infantil y Juvenil, podemos suponer que, para escribir a lectores que rondan desde los cuatro hasta los dieciséis años, hay que sentir, pensar y hasta actuar como ellos. También es cierto que, para muchos, por no decir la mayoría, las circunstancias no favorecieron su madurez psicológica (como breve inciso me pregunto: ¿Hay alguien en el Mundo psicológicamente maduro? Que alce la voz, por favor). Muchas son historias siniestras, tristes, desencantadas, miserables e incomprensibles. El que no era huérfano, sufría delirios de grandeza, el pobre, por ser pobre, y el rico, vaya usted a saber…, de fobias, filias y orientaciones sexuales, ni hablar. Feministas, emigrantes, busca-fortunas, viajeros, expresidiarios y militares se cuentan entre las ocupaciones de estos hombres y mujeres. Por no mencionar un largo etcétera de impredecibles situaciones que forjaron a estos creadores. Y es que para escribir, hay que vivir.
Finalmente, añadir a esta reflexión que, no sólo los que escriben para niños se han de sentir niños, sino que los que leen para niños también deben pensar como niños, que los que hablamos con niños, deberíamos expresarnos como ellos y los que educamos a los niños, hemos de jugar con ellos. Actividades, todas ellas, extremadamente difíciles de conseguir, por ello, los que lo consiguieron y dieron con las palabras adecuadas para narrar a niños y jóvenes, mi enhorabuena y agradecimiento, ya que sin ellos la Fantasía no camparía a sus anchas en la mente de nuestros sucesores. Y que dure…

viernes, 13 de junio de 2008

Ciclos




Estoy muy satisfecho con el pequeño club de admiradores de este espacio que se ha creado en poco tiempo (espero que sigan siendo constantes en sus visitas y no me obliguen a dedicarme a otros menesteres… Breve inciso: creo que necesito sonidos más alegres para la disertación de hoy… Antonio Vega no es muy recomendable en una mañana soleada como esta…).
Me sorprende -no sé de qué modo-, la gran capacidad del personal que me rodea para, una vez tras otra, desearte un feliz año nuevo y propinarte a modo de succión, una pareja de besos indisolubles e incomestibles. Se ve que a la gente le pierde eso de las cuestiones cíclicas y repetitivas: las Nocheviejas, los Años Nuevos, las rebajas, los carnavales, las Semanas Santas, las primeras comuniones, las renovaciones de vestuario, las limpiezas generales, las bodas veraniegas y los apartamentos veraniegos… Como dice una letra muy chirigotera: “To’ lo año, lo mi’mo”.
Uno, no ha sentido nunca la necesidad imperiosa de asemejar su vida a un pez que se muerde la cola, al carácter cerrado del tiempo y su repetición fractal. A un servidor le gusta la linealidad, la continuidad y el avance (esto no quiere decir que sufra de vez en cuando ciertos vaivenes y retroceda a ciertos puntos pasados). Eso de cerrar mi preciado mundo a unos cuantos quehaceres casi rutinarios se escapa de las manos de un emprendedor… Así pasa, que luego vienen las depresiones y demás ínsulas psicológicas… Así que: avancen. Desplazarse es una alternativa a la estasis vital muy plausible. Toda una experiencia, todo un desafío. ¿Qué sería de nuestras civilizaciones si no hubiesen parido a todos esos que se desmarcaron de la tendencia cíclica? Decididamente, nada. Instrúyase y camine en línea recta, es la única salida.
Paradoja cierta es, que la sugerencia lectora de hoy esté dedicada a los ciclos (predicar sin ejemplos se llama a esto, por lo que llámenme también el rey de lo absurdo). Ciclos naturales, vitales, ciclos y más ciclos, vueltas y más vueltas, círculos en el tiempo e historias sin comienzo ni fin, son el tema principal de todos los títulos que Iela Mari (en ocasiones junto a Enzo Mari) regala al primer lector. La narración conseguida con sus imágenes coloristas y de excelente diseño prescinde de las palabras en todos los casos, logrando captar la atención del lector por las formas y sus variaciones y de la acción de la historia. Aunque su obra más conocida sea El globito rojo (probablemente por la frescura de la historia y lo imposible de la narración), entre mis favoritas cuento otras como La manzana y la mariposa (un gran ejemplo del fenómeno natural de la polinización y los ciclos vitales de los organismos vivos), Las estaciones (ambas de la editorial Kalandraka) e Historias sin fin (esta última, además de la obra homónima que se adentra en el mundo de las cadenas tróficas, incluye El huevo y la gallina, solucionándonos así uno de los grandes enigmas biológicos).

miércoles, 11 de junio de 2008

Elmer


La otra tarde contemplé, no sin sorpresa, un objeto que me resultó chocante, e incluso me hizo elucubrar algunos pensamientos –probablemente nada científicos- sobre un tema bastante espinoso: la relación entre Literatura y Capitalismo. El objeto en cuestión era un monedero. Y pensará el lector que si de un monedero he conseguido hacer una disquisición, qué hubiese conseguido con un buen libro… pero ahí está el asunto... lea y empápese.
Este monedero no era un monedero al uso, sino uno bastante peculiar: era un monedero Elmer. Un monedero con un par de orejas, una trompa bien dibujada, estampado a cuadros de colores por un lado y a modo de tablero de ajedrez por el otro.



Aquellos familiarizados con el extraño –y desconocido- mundo del libro-álbum habrán reconocido, casi al instante, al personaje leitmotiv de esta curiosa faltriquera. El personaje creado por David McKee, Elmer, ese elefante diferente al resto de la manada, tan distinto de sus congéneres que, en vez de tener la piel grisácea, la tiene estampada de una bonita cuadrícula multicolor.
Desde su nacimiento, en 1989, hasta nuestros días, la historia de Elmer, además de convertirse en un clásico del álbum ilustrado, ha pasado a transformarse en una máquina de fabricar billetes sin medida (un álbum-serie compuesto de 22 títulos que ha sido traducido a 70 lenguas y ha vendido más de 7 millones de ejemplares), cosa rara en esto de la Literatura Infantil donde las ventas del producto son bastante modestas, lo que implica una diversificación pasmosa del proceso creativo. De ahí la sorpresa.



Lo curioso es que para un servidor, Elmer es más que billetes verdes. Además de ser uno de esos álbumes de valores que tanto gustan a aspirantes a progres y maestros utilitaristas,  Elmer es el reflejo de una historia personal (David McKee está casado con una mujer de origen anglo-indio y su hija tenía que soportar comentarios sobre el tono oscuro de su piel por aquel entonces) que no sólo habla de la necesidad de una sociedad plural, de la aceptación de lo extraño, del respeto y la apertura de mentalidad hacia lo desconocido. También nos habla de la búsqueda de la propia identidad, de afrontar los problemas con humor (¡Violencia no, por favor!), de mofarse de las cosas vanas de este mundo y de buscar soluciones prácticas.
Porque Elmer, nos representa a todos. ¿Quién, por diversas circunstancias, nunca se ha sentido distinto y solo? Toda la vida han existido Elmer, tantos que todos encontramos en este elefante con piel de "patchwork" algún rasgo de nuestra propia personalidad. Su carisma, su frustración, sus crisis y catarsis, la necesidad de ser reconocido como uno más... La universalidad de Elmer es evidente sin necesidad de fuegos de artificio, sin dramas y sobre todo sin discursitos.
Eso sí, lo que desconozco es si Elmer daría su beneplácito para verse convertido en un objeto del merchandising tan superficial... Paradojas, amigos, paradojas...



lunes, 9 de junio de 2008

De Socovos a Oriente


Me chiflan las mentiras. No es que sea un mentiroso sin remedio, pero a veces, la mentira puede utilizarse a favor del bien ajeno, como recurso enormemente didáctico, ser un oficio respetable o, en el mejor de los casos, para librarse de una mala e indeseable compañía. Podría decirse, mirándola desde esta perspectiva, que la mentira es un regalo. Virtuosa y práctica. Eficaz y sinuosa. ¡Cuánto valor tiene la mentira! –esbocen una sonrisa, es lo mínimo que pueden hacer, pillastres…-.
El otro día acudí a la “Casa de la Cultura” de la localidad en la que resido, Socovos. Allí, en medio de los montes y la brisa de las pre-Béticas, también hay un remanso para la curiosidad, el ocio, la música… y los libros. Su biblioteca y bibliotecario, Antonio (uno de los cinco pilares fácticos del pueblo junto con el cura, los médicos, el farmacéutico y los maestros), aunque plenos de tarea debido a la reconversión de las bibliotecas en ciber-cafés y de los puestos de lectura en poyos de sobremesa, se encuentran algo abandonados por los lectores, situación que, a veces, vamos a paliar algunos imposibles. Me acerqué al mostrador y le pregunte sobre varios títulos. Esta vez no hubo suerte, así que dirigí mis pasos a una búsqueda entre los lomos de las palabras y descubrí uno de color amarillo. El honesto mentiroso de Rafik Schami. De vuelta al sitio del bibliotecario, le pregunté que si lo había leído. “No” me dijo, “pero cuando lo leas me dices que tal está…”. Intuí el por qué de dicho interés…
Meses antes, los integrantes del club de lectura sito en dicho espacio, leyeron otra obra del mismo autor, Narradores de la noche (editado por Siruela en su colección de literatura para jóvenes), ejemplo de novela coral donde un grupo de viejos amigos se reúnen en torno a la noche para buscar de entre sus recuerdos, cuentos e historias que sean capaces de devolver a uno de ellos su bien más preciado: la voz. Irresistible, ¿verdad? Eso me pareció a mí. Y lo leí. Y soñé con las telas de oriente, el frescor de las paredes de adobe, el aroma de las tisanas olvidadas… y los cuentos que guarda el desierto en cada grano de arena.

viernes, 6 de junio de 2008

Chris Van Allsburg. Autores aparcados.





Ha llegado el momento de abandonar esa postura de verdugo que muchos críticos de tres al cuarto adoptamos –sería más loable llamarnos criticones, la seriedad es menor y el desdén aporta cierto toque de humor al asunto-, y transmutarnos en seres dadivosos y bienhallados que ensalcen los pormenores del oficio tan respetable del autor. Eso sí, para denotar las cualidades de unos, debemos minusvalorar las de otros, y en este caso, la parte perjudicada será la Crítica (en mayúscula no por devoción, sino por reunión y globalización, que ahora está muy de moda…).

Encuentro un encanto personal en las obras de ciertos autores, sobre todo si, además de ser capaces de desvalijar la caja fuerte de las palabras con la ganzúa de la imaginación, son capaces de acompañarlas con las imágenes más oportunas.
Muchas veces, ese encanto se ve diezmado por la realidad del asunto: existen ciertos autores que, pese a su gran aportación al mundo literario, se han visto algo marginados por esta “sociedad lectora” que configuramos todos. La sorpresa sacude a éste, el aquí presente, cuando visita alguna que otra librería o biblioteca y encuentra que muchos autores de reconocido “prestigio” (NB: ¿alguien sería tan amable de definirme este sustantivo tan periodístico e indiscriminadamente utilizado?) no se encuentran debidamente representados en las estanterías.
No es indignación lo que corre por mis venas a modo de cuajarones sanguíneos (siento desesperanzar a todos aquellos que les gustaría que sufriese una trombosis…), simplemente busco respuestas a algo que se escapa de mi lógica (por cierto bastante somnolienta). No soy un enviado celeste, tampoco ansío mecenazgo alguno, ni mucho menos lamer algún que otro esfínter anal, pero si me gustaría concederle crédito, y algún que otro mérito, a un autor que considero no se encuentra en el lugar merecido dentro de la Literatura Infantil y Juvenil: Chris Van Allsburg.
Es curioso que un autor tan prolífico –véanse títulos suyos como El expreso polar, La escoba de la viuda, Jumanji, El naufragio del Céfiro y Los misterios del Señor Burdick, entre otros- esté tan pobremente representado sobre las baldas de nuestras bibliotecas y librerías. Y no sólo eso, sino que, por añadidura, sea tan poco leído. También es extraño que, inspirando tantas producciones cinematográficas homónimas, el público, desconozca por lo general, que todas estas películas están basadas en las obras de este autor.
Tengo una explicación bastante plausible a esta cuestión, pero la trataremos en sucesivos episodios.
Si tuviese que elegir alguno de sus títulos, me decantaría indudablemente por dos: Los misterios del Señor Burdick, con esas ilustraciones en blanco y negro que permiten desplegar las alas de la imaginación hasta cotas imposibles, y El expreso polar, que aunque cuenta una historia sencilla y tiene unas imágenes típicas del autor, tiene un final precioso, cargado de misterio y entrañable.

Y sí, Chris Van Allsburg es capaz de pintar olores en la arena, de ocultarse entre la acción y trazar las líneas de sus imágenes, de ser ese observador escurridizo que se apostilla en los rincones secretos de la historia para contárnosla con esencia y sin recargo.

miércoles, 4 de junio de 2008

La ignorancia...


Hace un mísero momento me he dado cuenta de mi ignorancia (que ya es bastante castigo en sí misma)…
¿Y yo pretendo enseñar a otros el placer que encierran los libros? Yo, que tan siquiera he leído clásicos de la talla de El libro de las tierras vírgenes de Ruyard Kipling o Niebla del maestro Unamuno, no puedo ser maestro de aquellos que no han encontrado el encanto que encierra el paso de una página o el tacto de la celulosa (esta última preferiblemente repleta de letra impresa y no enrollada y lista para usar ante cualquier emergencia de tipo intestinal)… Aunque también es cierto, como bien dice Ana María Machado, que maestro no es el que siempre enseña, sino el que de repente, aprende.
Y como un servidor ha aprendido de su propio error, intentaré redimirlo (no como mis pecados, que son meras circunstancias, sino como mis carencias, necesidades salvables del naufragio): pondré manos a la obra, acudiré a una biblioteca y, haciendo valer mi derecho a eso tan poco apreciado denominado “cultura”, leeré. Leeré gustoso, tranquilo y a buen ritmo, como deben llevarse a cabo todas las necesidades naturales del Hombre (y cuando digo todas, me refiero a todas).
Siempre me ha apetecido leer el Libro de la Selva de Kipling, y no sólo porque cuando contaba poca edad, los creativos de Disney bombardearan mi cerebro con tan desvirtuada versión cinematográfica de dicha obra, sino porque los biólogos (incluida Ana Obregón) sentimos verdadera pasión por las descripciones paisajísticas, la fauna exótica (esta premisa depende de la procedencia del biólogo-lector) y las aventuras de toda índole.

Elegir de la obra de Unamuno para ocupar el último resquicio que queda libre en mi mesa se debe, simple y llanamente, al placer y la curiosidad, dos apartados con gran volumen en mi persona…
¡Se me olvidaba! Hay otra razón por la que quiero leer ambos títulos: darle alguna utilidad a esos lugares conocidos como bibliotecas, esas salas atestadas de estantes y baldas, donde duermen miles de volúmenes, aburridos de tanto “cultureta” de baja estofa venido a más que sólo acoge en préstamo a aquellos que hacen gala de la nueva-cultura-de-masas-elitista-y-de-claro-espíritu-políticamente-correcto. ¿Por qué será que, cada vez que imagino una biblioteca, viene a mi mente la escena descrita por Jonathan Swift en La guerra de los libros? Creo que es debido a que, la última razón que me invita a leer estos dos títulos, es la de que la lectura de los clásicos cimienta toda la lectura y, de manera osmótica, el resto de nuestra cultura.
Creo que son buenas razones, o por lo menos, buenas excusas para alimentar mi mente, ávida de nuevas sensaciones.

lunes, 2 de junio de 2008

El hombre que sembraba árboles y otras formas de vivir


Aportar algo a este mundo es una dura tarea, sólo apta para ambiciosos, optimistas y algún que otro chalado. La verdad es que nunca me he planteado pasar a la Historia, de hecho prefiero disfrutar de las vistas, acompañado de un buen plato de caracoles y una conversación agradable, antes que presentarme a los numerosos castings que minan las principales capitales de provincia del país en busca de nuevas estrellas: de la canción, del baile, la interpretación o del morro, una de las especialidades artísticas españolas con más auge hoy día.
Lo cierto es que ya no está la vida para honrar a aquellos que hagan algo provechoso y altruista por este planeta que habitamos. Ahora, como mucho, se le cuelgan medallas a casi todos los políticos, a algún lameculos que otro, a ciertos viejos –más porque lo son que por lo que han hecho- y a muy pocos que de verdad las merecen, pero ya se sabe... Si lo miramos bien, tampoco importa mucho, puesto que al no estar muy acostumbrados a estas gestas, cuando ocurre alguna, nos damos buena cuenta de que ha de ser loada, así que, al menos, reconocemos a quien lo merece.
Este es el caso del personaje de una novelita (el diminutivo no se debe a lo trivial de su argumento, sino a su extensión) que he tenido ocasión de leer este fin de semana de deseada tranquilidad, El hombre que sembraba árboles, del francés Jean Giono. Toda una lección de humanidad, perseverancia y edificante voluntad. Es un relato sencillo que, en apenas cincuenta páginas, es capaz de construir una personalidad inolvidable, la del hombre que, con tan sólo sus manos, tiempo y constancia, es capaz de erigir una obra hermosa y útil, que perdure en el tiempo, constructiva, propia de una naturaleza heroica y admirable. Léanla. Es mi único consejo.
A colación de esta historia se me vienen a la mente otros ejemplos con semejante mensaje, todos ellos en el formato del álbum ilustrado, véase La señorita Emilia, de Barbara Cooney (Editorial Ekaré), El jardín subterráneo del autor coreano Cho Sunkyung, (Thule Ediciones) o La isla lejana –D. Hofmeyr & J. Daly, Editorial Blume-, donde el mundo vegetal es la clave para conseguir un mundo más humano.

Ilustración: Francisco Javier Martínez Marín