Me chiflan las mentiras. No es que sea un mentiroso sin remedio, pero a veces, la mentira puede utilizarse a favor del bien ajeno, como recurso enormemente didáctico, ser un oficio respetable o, en el mejor de los casos, para librarse de una mala e indeseable compañía. Podría decirse, mirándola desde esta perspectiva, que la mentira es un regalo. Virtuosa y práctica. Eficaz y sinuosa. ¡Cuánto valor tiene la mentira! –esbocen una sonrisa, es lo mínimo que pueden hacer, pillastres…-.
El otro día acudí a la “Casa de la Cultura” de la localidad en la que resido, Socovos. Allí, en medio de los montes y la brisa de las pre-Béticas, también hay un remanso para la curiosidad, el ocio, la música… y los libros. Su biblioteca y bibliotecario, Antonio (uno de los cinco pilares fácticos del pueblo junto con el cura, los médicos, el farmacéutico y los maestros), aunque plenos de tarea debido a la reconversión de las bibliotecas en ciber-cafés y de los puestos de lectura en poyos de sobremesa, se encuentran algo abandonados por los lectores, situación que, a veces, vamos a paliar algunos imposibles. Me acerqué al mostrador y le pregunte sobre varios títulos. Esta vez no hubo suerte, así que dirigí mis pasos a una búsqueda entre los lomos de las palabras y descubrí uno de color amarillo. El honesto mentiroso de Rafik Schami. De vuelta al sitio del bibliotecario, le pregunté que si lo había leído. “No” me dijo, “pero cuando lo leas me dices que tal está…”. Intuí el por qué de dicho interés…
Meses antes, los integrantes del club de lectura sito en dicho espacio, leyeron otra obra del mismo autor, Narradores de la noche (editado por Siruela en su colección de literatura para jóvenes), ejemplo de novela coral donde un grupo de viejos amigos se reúnen en torno a la noche para buscar de entre sus recuerdos, cuentos e historias que sean capaces de devolver a uno de ellos su bien más preciado: la voz. Irresistible, ¿verdad? Eso me pareció a mí. Y lo leí. Y soñé con las telas de oriente, el frescor de las paredes de adobe, el aroma de las tisanas olvidadas… y los cuentos que guarda el desierto en cada grano de arena.
El otro día acudí a la “Casa de la Cultura” de la localidad en la que resido, Socovos. Allí, en medio de los montes y la brisa de las pre-Béticas, también hay un remanso para la curiosidad, el ocio, la música… y los libros. Su biblioteca y bibliotecario, Antonio (uno de los cinco pilares fácticos del pueblo junto con el cura, los médicos, el farmacéutico y los maestros), aunque plenos de tarea debido a la reconversión de las bibliotecas en ciber-cafés y de los puestos de lectura en poyos de sobremesa, se encuentran algo abandonados por los lectores, situación que, a veces, vamos a paliar algunos imposibles. Me acerqué al mostrador y le pregunte sobre varios títulos. Esta vez no hubo suerte, así que dirigí mis pasos a una búsqueda entre los lomos de las palabras y descubrí uno de color amarillo. El honesto mentiroso de Rafik Schami. De vuelta al sitio del bibliotecario, le pregunté que si lo había leído. “No” me dijo, “pero cuando lo leas me dices que tal está…”. Intuí el por qué de dicho interés…
Meses antes, los integrantes del club de lectura sito en dicho espacio, leyeron otra obra del mismo autor, Narradores de la noche (editado por Siruela en su colección de literatura para jóvenes), ejemplo de novela coral donde un grupo de viejos amigos se reúnen en torno a la noche para buscar de entre sus recuerdos, cuentos e historias que sean capaces de devolver a uno de ellos su bien más preciado: la voz. Irresistible, ¿verdad? Eso me pareció a mí. Y lo leí. Y soñé con las telas de oriente, el frescor de las paredes de adobe, el aroma de las tisanas olvidadas… y los cuentos que guarda el desierto en cada grano de arena.
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