jueves, 29 de abril de 2021

Gemelos pero diferentes


Seguramente conoces alguna pareja de gemelos, y no me refiero a los músculos que te ayudan a caminar o a esos accesorios que cierran de manera elegante el puño de las camisas, sino a los hermanos que se han gestado y nacido al mismo tiempo.


Aunque “mellizo” se utiliza como equivalencia, la palabra «gemelos» es utilizada para referirse a los gemelos homocigóticos, es decir que fueron concebidos por la unión de un óvulo y un espermatozoide, y no dos o más parejas de gametos distintos.
Esto se debe a que durante los días posteriores a la fertilización existe una división anómala que produce dos cigotos. Dependiendo de cuando tenga lugar esa división, tendremos diferentes tipos de gemelos que pueden compartir o no el saco amniótico, el corion y/o la placenta. El caso más llamativo es el de los gemelos siameses, ya que la división del cigoto ocurre a partir del décimo día después de la fecundación, la bipartición es incompleta y ambos fetos compartirán partes de su cuerpo, lo que se llama siameses.


Los gemelos siempre han estado rodeados de un halo de misterio y, por qué no, también de magia. Que si telepatía, que si poderes sobrenaturales, artes adivinatorias… Tanto es así que en el antiguo Japón y algunas tribus americanas, los gemelos eran sacrificados al nacer por interpretarse como un mal presagio. Pero nada de eso.
Si algo tienen los gemelos es que comparten la mayor parte de los genes y tienen un vínculo muy estrecho entre ellos, tanto físico, como emocional. Se tocan entre ellos más que otros hermanos, se desarrollan a modo de espejo (en muchos casos uno es zurdo y el otro diestro) y pueden compartir patrones cognitivos. Véase el caso de dos hermanos idénticos de Minnesota que fueron separados a las cuatro semanas de su nacimiento, siendo adoptados por diferentes familias y no se conocieron hasta los 39 años de edad. Sin tener ningún tipo de interacción, ambos medían y pesaban lo mismo, tenían como favorita la misma playa de Florida, eran buenos en matemáticas y compartían aficiones como la carpintería y el dibujo.


No obstante y como ya he apuntado, los gemelos no son dos gotas de agua. Primero porque su desarrollo embrionario es independiente y pueden sufrir procesos que alteren sus genes, segundo porque su nutrición no es la misma durante la gestación y tercero porque hay una cosa llamada epigenética que dice que todo lo que nos rodea puede alterar nuestro genoma.
Precisamente esto es algo que nos cuentan Germán Machado y Mercè Gali en su recién publicado Yo soy el otro, un álbum editado por Litera Libros con algo de guasa y cierta jondura. 
En sus páginas nos encontramos la historia de Pablo y Eduardo, dos gemelos que debido a su parecido son frecuentemente confundidos. Todo quisqui se equivoca y nadie sabe quién es quién. Ellos ellos alimentan el juego cambiándose la ropa e incluso se aprovechan del lío para salirse con la suya con una frase hecha a su medida: "Yo soy el otro". Pero como las mentiras tienen las patas muy cortas...


Las ilustraciones me encantan, no sólo por una paleta de color tranquila y elegante, o el uso de diferentes técnicas como el ¿collage digital?, sino por esa dicotomía que presenta pero que a la vez se entremezcla, tanto o más que los protagonistas. Simpático y con cierta crítica constructiva, la narración puede derivar en discursos existencialistas o un pequeño debate sobre la importancia de buscar y ser fiel a la propia identidad, una que a veces se ve minada en la infancia por otros deseos más productivos.

domingo, 25 de abril de 2021

Neolenguas, compromiso y clases medias: una breve radiografía de las reseñas literarias actuales


Mural del colectivo Pawn Works en un muro del barrio de Pilsen, en Chicago.

Tras un Día del Libro no muy sonado a causa de los daños pandémicos y esa crisis económica que se cierne sobre nosotros, toca hablar de las reseñas que circulan por todo tipo de plataformas.
No voy a decir que mis reseñas sean lo más de lo más, de hecho, ya me gustaría a mí tener el suficiente tiempo para profundizar como dios manda en los libros, a base de lecturas académicas y puntos de vista más especializados. Sí, lo reconozco, a veces me voy por las ramas, pero al menos pongo el ojo donde toca o me apetece, que ya es bastante.
Tampoco diré que soy el único, pues todavía queda gente seria en esto de la Literatura (infantil en mi caso) que se preocupa por aportar cierto rigor a las lecturas, conectar unas con otras, ver más allá del argumento y sugerir interpretaciones discursivas desde los aledaños. Mi aplauso hacia su trabajo.
Lo que sí voy a decir es que hay otro gran, por no decir enorme, grupo de reseñadores que cada vez me ponen más enfermo. Y no es que sean más o menos guapos, tampoco tiene que ver con el tipo de literatura que recomiendan (para gustos, los colores) o que sus fotos tengan mejor o peor calidad. Tiene que ver con su manera de aupar un libro, de entregarlo a sus posibles lectores.


Mural de Frenemy (aka Kristopher Kotcher) en Jaffa, Israel.

En primer lugar exhiben unas tremendas carencias lingüísticas. Y no me voy a poner pejiguero con tildes, comas, cohesión sintáctica o tiempos verbales (que yo también la cago). Simplemente son incapaces de explicar las razones que les llevan a recomendar un libro. Sus deficiencias son tan grandes en esto de la expresión escrita, que el abanico de adjetivos se limita a seis vocablos: “guay”, “chulo”, "genial" “espectacular”, “impresionante” y “brutal”. Si bien es cierto que delimitan muy bien sus parcelas de satisfacción, no aportan nada más al posible lector (aparte del típico copy-paste de la presentación editorial..., que esa es otra...). Y si nos ponemos a hablar de las jergas neolingüistas, pa' qué más... ¡Parece mentira que lean tanto! Resumiendo: cualquier alumno de sexto de primaria lo haría mejor. 


Mural de Douglas Rouse (aka Douglas 66) para la librería Poor Richard's en Colorado Springs.

Seguimos con el compromiso, más todavía si hablamos de Literatura Infantil… Si no teníamos bastante con emocionarios o libros de valores, ha llegado el momento de los ismos. Y no es que la literatura deba ser aséptica, pero tampoco convertirse en el refugio de todas las tendencias que pongan de moda nuestros políticos y gurús personales. Feminismo, racismo, ecologismo, veganismo… Parece ser que, últimamente, si compramos cualquier libro, este debe ser susceptible de constituir un manual inmejorable con el que salvar a la humanidad, de ser útil para el lector; hacernos mejores personas y vivir comprometidos con nuestros preceptos ideológicos o sociales... ¿Qué rollo, no? No hay que orientar todos los libros hacia la salvación eterna, que para eso ya hay religiones. Un poco de personalidad, melones. Hay que darle la vuelta a la tortilla, desterrar los tabúes, divertirse y leer porque sí. Me hastía tanto libro por un mundo mejor.


Mural de Levalet en Francia.

Por último me pregunto: ¿Por qué todas estas reseñas parecen destinadas al mismo tipo de público (Léase "personas caucásicas con un nivel cultural medio y cierto poder adquisitivo")? ¿Acaso otros no leen? Seguramente sí, pero damos por hecho que no. O simplemente es que no sabemos que leen. Es por ello que animo a todo el lumpen, las clases bajas y obreras, los pijos de la calle Serrano y a los maestros de los colegios de élite, a dar su visión sobre la lectura, a que den vuelo a sus gustos e interpretaciones. Parece ser que la lectura nos interesa exclusivamente a la clase media. ¿Solo leemos los funcionarios, los médicos, los docentes y algún yuppie? Como mediadores de lectura necesitamos dirigir nuestra opinión a cualquiera, un término que incluye a los temporeros, las cajeras del supermercado, los CEO de las multinacionales o los aristócratas. La lectura, como el comer y el dormir, debe alcanzar a todos los que construimos la sociedad, no solo a una franja de sus estamentos.


Mural de Tinho (Walter Nomura) en Frankfort.

Y sí, quizá todo se deba a un mundo que gira muy rápido, a la costumbre de ser lo más breves y sintéticos posible, a que muchos no leen ni siquiera los libros que publicitan (que eso es lo que hacen), o a la falta de formación en un área que se presupone puede hacer cualquiera (me gusta o no me gusta, ¿he ahí la mediación lectora?), pero por favor, como mínimo, hablen de sus impresiones personales, no quieran hacerse los salvadores y diríjanse a todo quisqui. Algunos se lo agradeceremos. ¡Que recomendar un libro es una cosa muy seria, odo!


Mural de Marcin “Barys” Barjasz, en Lódź, Polonia.

jueves, 22 de abril de 2021

Caperucita sueña


A esta semana llena de Rociíto Carrasco, menas y debates electorales, toca ponerle un poco de cordura. Y es que la manipulación mediática a la que estamos abocados desde tiempos inmemoriales (¡Viva la demagogia! ¡A derechas! ¡A izquierdas!) necesita algo de sentido común. Más que nada para que se nos pase el dolor de cabeza, que con esto de la mascarilla pesan hasta las orejas.


No sé si se habrán dado cuenta, pero cada día asistimos a un espectáculo lamentable en el que una vorágine de temas absurdos diluyen nuestra atención en pro de otras cuestiones que empiezan a resultar algo sospechosas cuando los políticos ven peligrar sus sillones.
A estas alturas de la película más nos valdría no fiarnos de nadie. Que ni los unos son tan buenos, ni los otros son tan malos. Yo les recomiendo que se dediquen a leer. Leer miradas, leer curvas, leer rectas, leer periódicos, leer el rastro de la lluvia o el brillante camino de los caracoles, leer imágenes y también palabras. Leer, leer y leer. Lo que sea. Como sea. No sea que tanta tontería se nos adhiera al intelecto (que ya las tripas las tenemos llenas) y haga de nosotros seres más tontos que de costumbre, que es lo que intentan.


Es curioso como el potencial intelectual del ser humano se ve cada día más mermado por todas las cortinas de humo que no nos dejan ver el horizonte, ni siquiera dibujarlo. Puede deberse a que el hombre está cada día más sujeto a la realidad y sea incapaz de desligarse de ella para atender a su propia inteligencia, esa que le permite discernir entre lo bueno y lo malo, entre lo propio y lo ajeno.


Quizá esto fue lo que llevo a Sor Juana Inés de la Cruz, una de las mejores escritoras de la literatura barroca hispanoamericana, a escribir su Primero sueño, un poema que ha tomado prestado el siempre elocuente Gabriel Pacheco para urdir su Caperucita roja (primero sueño), el libro que ha publicado la editorial canaria Diego Pun y que entremezcla muchas sensaciones y lecturas.


La religiosa y el ilustrador mexicanos comulgan en un álbum sin palabras donde la noche y lo onírico son el camino elegido para, no sólo desbordar el clásico cuento infantil, sino exorcizar los miedos y anhelos del alma en un viaje por las ataduras del tiempo. El bosque que germina sobre las sábanas, la astucia que se abre camino, el universo labrado por los deseos, y un lobo que nos adentra en la espesura iluminada por la luz de esa luna que, minúscula, tachona todo de recuerdos.


Acercarnos a esta Caperucita es acercarnos a lo primario. Aunque teñido de azul cobalto -el color fetiche en la paleta de Pacheco-, la roja caperuza es la verdadera protagonista, ya que su presencia-ausencia nos ayuda a indagar, a buscar, a internarnos en esas bifurcaciones que apuestan por confundirnos, para volver de nuevo al sueño y encontrarnos con nosotros mismos sin necesidad de capuchas que nos presuponen y limitan. 
Lobos, ancianas, madres, leñadores, pero también sueños, despertares, encuentros fortuitos, miradas de entendimiento y digresiones de todo tipo se adueñan de un libro que, a pesar de parecer exento de sentido, nos invita a pensar, imaginar y, sobre todo, vivir sin cadenas.



miércoles, 21 de abril de 2021

Introspección creativa


Mucha gente piensa que el proceso creativo tiene mucho de mágico. Que ilustradores, escritores, fotógrafos, directores de cine o músicos tienen un don y que, por arte de birlibirloque, son capaces de cualquier cosa sin entrenamiento previo. Pues no, señores, además de cierto sentido estético y alguna aptitud, detrás de cada artista hay muchas horas de trabajo, de reflexiones, de pruebas, ensayos y errores, y, sobre todo, muchas horas de estudio.
Dominar los pinceles, el cincel, el objetivo o el arco de un violín, requiere de cierto empeño y mucho tiempo. Luego, amén de las repeticiones y equivocaciones, las sonatas de Rachmaninov, las esculturas de Giacometti o El pelele de Goya acaban pareciendo fáciles.


Nos mintieron sobre el uso de las drogas duras, el alcohol, el sexo, los viajes astrales, la interpretación de los sueños, el budismo, las partidas de ajedrez e incluso el ecologismo. Nada asegura la catarsis artística. Las ideas pueden llegar en cualquier momento. En mitad de una clase, en plena ola de calor, en la habitación de un hospital o sobre la taza del wáter.
Tanto es así que convengo con ustedes en que algo de paz y tranquilidad nunca viene mal para aclarar las ideas e inspirarse a base de pensamientos y recuerdos que, aunque complejos, siempre logran ordenarse y conspirar en pro de un mensaje -el nuestro- que va elevándose y tomando forma.
Por todo ello no se extrañen si alguna vez reciben tirones de orejas, mañas caras o alguna que otra coz por parte de artistas y creadores, gentes que no suelen gustar de enteraos, impertinentes, opinadores y golismeros que, además de contribuir a la marabunta, distraen y molestan.


Por eso, cuando leí Nirave y el mar por primera vez, esbocé una amplia sonrisa de triunfo, algo por lo que le estoy muy agradecido a Matt Myers, su autor, y a Dr. Buk, la pequeñísima editorial abulense que lo ha traído hasta nosotros. Y como sé que este libro ha pasado desapercibido para muchos monstruos, aquí lo traigo para su disfrute. Les aseguro que les va a encantar.
La orilla del mar. Un día espléndido. Mientras otros se dedican a pasear o al juego, Nírave contempla el horizonte y comienza a conversar con la arena y los desechos que encuentra en la playa. Varias personas se acercan y lanzan preguntas. Condescendientes, de extrañeza, unas con sentido, otras más absurdas. Haciendo caso omiso, ella da rienda suelta a su imaginación, hasta que de pronto se acerca alguien que la sorprenderá gratamente.  


Atmósfera y localización son los dos rasgos definitorios de unas ilustraciones en las que podemos oler el mar, disfrutar de las aves pasajeras, o de cómo el sol se filtra por la espuma que llega a la orilla. Imágenes llenas de quietud y profundidad -muy aptas para espectadores contemplativos- llenan las páginas de un álbum donde se respira la tensión de un alma creativa e introvertida que anhela encontrar un lenguaje propio entre ese ruido absurdo que muchas veces es el mundo, que trata con indiferencia a quieres no saben mirar, y que aborda también el entendimiento intergeneracional y las formas de concebir el arte.
Realismo y pinceladas de ¿acrílico u óleo? que consiguen sorprender y emocionar a partes iguales.


Aparte de ser una historia ideal para leer en la orilla de la playa, tiene mucho de cotidiano, algo que la hace perfecta como regalo a niños rebeldes, artistas en ciernes o incluso consagrados. Solo ellos entenderán la necesidad de entender la creatividad desde un proceso reflexivo y libertino.


domingo, 18 de abril de 2021

Libros de artista, álbumes de artista... ¿qué son?


En las últimas charlas sobre álbum a las que he asistido, he oído bastantes veces las expresiones "libro de artista", "libro de autor" "cuaderno de artista" o "libros-objeto", unas denominaciones que a veces se utilizan indistintamente pero que tienen sutiles diferencias. A eso mismo me dedicaré hoy, a sacarlas a la luz, y de paso me internaré en los llamados álbumes de artista, un apartado donde incluyo algunas publicaciones de última hornada.


Por lo general, cuando hablamos de libro de artista, nos referimos a una publicación concebida y diseñada por un artista como obra de arte en sí misma. Para ello, el autor es consciente de algunas de las características del libro como objeto: su capacidad de circulación geográfica, el bajo coste y la longevidad del soporte hacen más accesibles sus creaciones y llegan así a un mayor número de personas. Es decir, utiliza el libro como objeto democratizador de sus ideas ya que, hasta hace poco, dicho formato ha sido considerado el principal medio de difusión de masas.
Fotografía, collage, libros acordeón, arte postal, grabado, libros alterados (son aquellos libros de artista que se realizan sobre otros libros), medios digitales, óleo, elementos pop-up y móviles, dioramas, troqueles… Cualquier técnica y concepto artístico es válido a la hora de desarrollar un libro de artista, algo que propicia cierta problemática a la hora de sistematizar los criterios que permitan identificarlos y clasificarlos.
Lo mismo sucedería sobre su reproducibilidad. Generalmente, el libro de artista es único o tiene una edición muy limitada, un hecho que aúpa el coleccionismo y la revalorización, véanse Twentysix Gasoline Stations de Edward Ruscha (3000 ejemplares), el Quadrante Illeggibile Bianco e Rosso de Bruno Munari (2000 copias) o La boîte verte de Marcel Duchamp (300 ejemplares ordinarios y 20 de lujo). Este hecho tiene poco que ver con el libro convencional, uno altamente reproducible debido a su carácter industrial. Sin embargo, en la actualidad no se considera una característica diferenciadora, ya que hay libros de artista que se han reproducido una y otra vez por diferentes intereses.


Bruno Munari. Quadrante Illeggibile Bianco e Rosso.


Marcel Duchamp. La boîte verte.

Dentro de los libros de artista también podríamos hablar del cuaderno de artista. Debido a su carácter personal e íntimo, estas herramientas de estudio son libros de artista per se. Solo habría que matizar que los cuadernos llevan implícito un grado de experimentalidad mayor y responden más a un proceso que a un producto artístico final en el que el discurso está debidamente construido y presentado al lector-espectador. Como cualquier otro libro de artista puede ser único o reproducible, algo que siempre responde a un interés personal o capricho, tanto del autor, como de un editor externo.


Dieter Roth. Little Temptative Recipe.

Por último hay que detenerse en los libros de autor. Con esta denominación nos referimos a todos aquellos libros que se publican sin la intervención de un editor o una casa editorial, algo que hoy día es sinónimo de autoedición. En ellos, el autor es responsable de todos o la mayoría de los aspectos del proceso de creación y edición del libro. Ello no implica que sean libros exclusivos o con tiradas de 500 ejemplares -existen libros de autor que han vendido miles de copias-, ni que contengan ideas transformadoras dirigidas a los cambios sociales. Si bien es cierto que tienen buena prensa ya que responden a deseos personales o innovadores que muchas veces no tienen cabida en la edición convencional, muy pocos son libros de artista.


Edward Ruscha, Twentysix Gasoline Stations.

Una vez definidos estos tres tipos de libros, me gustaría establecer ciertos paralelismos con el llamado libro-álbum, uno de los géneros mayoritarios en la Literatura Infantil y que reúne una cantidad sustancial de libros de artista.
Lo primero que debemos de tener en cuenta es que los libros de artista surgen en el siglo XX, sobre todo en el segundo tercio, una época donde las vanguardias artísticas -léanse surrealismo, arte pop o el movimiento Fluxus- desarrollan las primeras producciones artísticas de este tipo. Es también la época en la que el álbum infantil se desarrolla enormemente, por lo que existe un paralelismo que hace emerger puntos comunes que conectan unos con otros, más todavía si tenemos en cuenta que el libro-álbum es un género en el que empiezan a ingresar numerosos artistas gráficos reconocidos.


Katsumi Komagata. Meet Colors - Little Eyes

Uno de esos puntos comunes es la imagen. Tanto el libro de artista, como el libro-álbum se desligan del lenguaje textual para desbordarse a través de otros lenguajes, principalmente el gráfico, de manera que la idea encuentra nuevas narrativas donde caben miradas diferentes que alientan discursos más o menos transgresores, más o menos transformadores, más o menos literarios.
Otra sinergia es la materialidad. El libro de artista se interna en el objeto libro, despliega sus páginas, las modifica y replantea su utilidad para circunscribirse a nuevos elementos que ayuden al mensaje artístico, algo que también hace el libro-álbum al sacar partido de elementos como las guardas o las tapas para desbordar el discurso literario. La arquitectura del libro habla por sí misma e interacciona con el lector-espectador.


Warja Lavater. Le petit chaperon rouge.

Entonces, ¿cualquier libro-álbum podría considerarse libro de artista? No.
Por lo general los libros de artista suelen responder al acto creativo de un único artista, mientras que los álbumes integran varias voces e ideas, algo que en muchas ocasiones supone una ruptura del discurso artístico.
Tampoco quiere decir que cualquier libro ilustrado por un artista de renombre deba ser tratado como libro de artista. Delacroix para el Fausto de Goethe, Picasso para La metamorfosis de Ovidio, Monet para El cuervo de Allan Poe..., a lo largo de la historia son muchos los ejemplos de pintores que han colaborado con escritores y viceversa, pero siempre en calidad de “iluminadores” que amplifican lo literario. Algo de lo que ya hablé cuando me pregunté ¿Es arte la ilustración?



Suzy Lee. Alice in Wonderland.

Pero lo que más diferencia (y define) al libro-álbum infantil es el aspecto comunicativo hacia la infancia, un obstáculo enorme para muchos libros de artista en los que la complejidad del discurso necesita una mirada más formada e integradora. Por esta razón hay pocos libros de artista dentro del álbum ya que, además de transgredir la mirada, alcanzan la universalidad discursiva gracias a su legibilidad artística. Algo que sucede con, entre otros, las versiones de los cuentos clásicos de Warja Lavater, el MN1 de Bruno Munari, el Hasta el infinito de Kveta Pacovska, o el Alice in Wonderland de Suzy Lee (cuyo original se encuentra en la Tate Modern de Londres).


Afinando con estas propuestas de sobra conocidas, hoy les traigo a este espacio de monstruos ávidos de contenido gráfico, otros dos libros que destilan cierto sabor a los libros de artista.


El primero es Cuaderno Arcaico Muralis, un libro de Pablo Auladell exquisitamente publicado por la siempre dedicada editorial alicantina Degomagom. Con el subtítulo y siete consideraciones para emboscados, este proyecto personal nos presenta una serie de dibujos recogidos en uno de los cuadernos del artista, concretamente el utilizado entre julio de 2018 y mayo de 2020. Algo que nos da la oportunidad de conocer las ideas generatrices de muchas obras que están por venir, así como nos invita a participar del viaje canónico realizado por el artista a través de sus páginas.



Al tiempo que transcienden la subversión y rompen las convenciones, esta secuencia de imágenes se acompañan de siete textos extraídos de sus charlas y talleres para invitarnos a la reflexión de las paradojas y sutilezas del proceso creativo, y otras miserias artísticas y, por qué no, también humanas.


El segundo es la Enciclopedia visual de los sonidos, un trabajo de Isidro Ferrer del que nos hace partícipes A buen paso, una de esas editoriales con buen gusto hiperdesarrollado. En esta quimera con vises de abecedario, libro de actividades, cuaderno de artista, libro alterado y diario de pandemia, se recopila la experiencia realizada por el doblemente premiado con el Nacional de Diseño y el Nacional de Ilustración gracias a una iniciativa del Museo Nivola (Cerdeña, Italia). En ella se pretendía dar voz silenciosa a muchos de los sonidos que nos envolvieron durante el silencio de los confinamientos y que hasta entonces pasaban desapercibidos en el tumulto de nuestras vidas cotidianas.



Búhos, aviones, conejos, mordiscos, tortugas o bombillas fueron algunos de los elementos escogidos por Isidro Ferrer para hacernos escuchar con la mirada todo aquello a lo que sus oídos habían dejado de prestar atención, y de paso nos invita a elaborar nuestro propia enciclopedia. ¿Os atrevéis?



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Para saber más sobre libros de artista podéis echar mano de algunos recursos como:

- Ángela Cabrera Molina. 2015. El libro-arte y la infancia. Tesis doctoral. Madrid: Universidad Complutense.

- Riva Castleman. 1994. A Century of Artists Books. Nueva York: MoMA. Edición digital AQUÍ

- Salvador Haro González. 2013. Treinta y un libros de artista. Una aproximación a la problemática y a los orígenes del libro de artista editado. Marbella: Fundación Museo del Grabado Español Contemporáneo.

- Sabina Alcaraz i Gonzalez. 2012. El libro de artista. Historia y contemporaneidad de un género artístico. Valencia: Universidad de Valencia.

jueves, 15 de abril de 2021

La carrera de la vacuna


Que vamos rezagados en la carrera de la vacuna es un hecho más que evidente. No sólo porque las farmacéuticas nos hayan tomado por cobayas (es lo que tienen las prisas, que a veces la cagan), sino porque en este país de pandereta priman muchas otras cosas en vez de la salud pública o la economía. El eterno problema de un territorio que nadie sabe por qué sigue funcionando.


Si creían que vivían en los países del primer mundo, estaban más que equivocados. Espero que hayan constatado de primera mano que además de ser ciudadanos de segunda, pertenecemos a un continente en clara decadencia económica y social que presta sus servicios a las clásicas potencias mundiales y los imperialismos en vías de desarrollo. Sí, amigos, Europa es el pito del sereno.
No se preocupen, seguiremos siendo el parque temático de un mundo donde los museos, el canon cultural y las formas de vida occidentales pasarán a ser las nuevas atracciones de feria, mientras otros vienen a disfrutar de playas, catedrales y otras obras de arte. Un panorama futurista que empezó a coger forma hace años.


Luego está España, ese zoológico lastrado por el buenismo, la ignorancia y el complejo de superioridad moral, que sólo ha quedado por delante de África y Latinoamérica en una vacunación que dará el pistoletazo de salida a la nueva era post-pandemia donde solo estarán al mando los estados que lo tienen claro. Un norte que nosotros perdimos hace muchos siglos gracias a unos gobernantes que solo tienen clara su propia dirección y una doble moral que nada tiene que ver con el de esas sociedades que nos lanzan sus migajas.
Y es que un país que vive de exprimir la cartera a las clases medias, el sector servicios, cuatro multinacionales que van y vienen, el autónomo desesperado y la economía sumergida, se merece, como mínimo, que se rían de él. Sí, vamos a despegar, pero a medio gas, como siempre.


No se preocupen. Si pueden, échenle gracejo, que de eso, al menos, tenemos bastante. Será difícil, pues no crean que no estamos viendo durante el último año -¡y lo que nos queda por ver!-, pero hay que intentarlo. Por eso mismo he aparcado la carrera de la vacuna (ya no saben con qué entretenernos y marearnos) y me dedico a la diversión a raudales con otra carrera, concretamente Una carrera épica, el álbum de Marie Dorléans que publicó hace un tiempo Astronave y que merecía un hueco en este rincón de libros.
No es el primer álbum de carreras de caballos con el que se van a encontrar en este lugar, pero sí será el primero que desarrolla una mirada muy lúdica y loca, donde el sinsentido rompe el marco de lectura para jugar con el subconsciente. A lomos (nunca mejor dicho) de lo esperado y lo inesperado, en este libro de formato horizontal también hay lugar para los guiños y la sutil crítica.


Como ya ha hecho en otros libros como C’est chic!, Odile? o Le ballon d’Achille, la autora francesa aúna lo imposible con la imaginación en pro de un discurso disparatado que siempre esconde detalles hermosos. Lo dicho, atentos a este libro y a esta autora (¿De verdad que ninguna editorial española se ha planteado publicar Nous avons rendez-vous o Notre cabane, dos libros más que hermosos?).


miércoles, 14 de abril de 2021

Oficios extintos y olvidados


El progreso es el olvido. No hay mayor ejemplo para esta afirmación que la cantidad de oficios que se han perdido durante los últimos cien años, una época donde la tecnología y la industrialización han cambiado nuestras necesidades y formas de consumo. Esto ha llevado aparejada la desaparición de un sinfín de actividades que otrora fueron muy comunes o simplemente se han convertido en relícticas (me encantan estos palabros biológicos).


Hace mucho tiempo que no veo cobradores de autobuses (imaginen lo importante que era un oficio como este en el Londres de hace décadas) ni ascensoristas (si te descuidas, las máquinas de hoy día son capaces de adivinar a qué piso quieres subir…). Los serenos desaparecieron hace tanto que nunca llegué a escuchar el zurrir de sus llaves. Aguadores y aladreros tampoco existen (los primeros vendía agua potable cuando el suministro estaba de aquella manera y los segundos reparaban carros y carretas).
Algo parecido sucede con el paragüero (el último lo vi en Winchester hace más de diez años… ¿será porque en Europa todavía hay paraguas buenos que merece la pena arreglar?) o el campanero (¿Ustedes distinguen entre el toque de arrebato, repique o difuntos?). Muy pocos saben hoy día cómo funciona un molino y mucho menos un batán (este artilugio es un engendro hidráulico con unas palas de madera que golpeaban los tejidos para darles consistencia después de su fabricación.


En aras de la nostalgia y para combatir esa pérdida del patrimonio cultural y laboral, hay personas que están recuperando todos estos oficios, pero lejos de buscar sustento con ellos, los consideran otra afición más. Es el caso de los esparteros que crean nuevas formas a base de fibras vegetales. Lo mismo pasa con los cesteros, que sobreviven en los pueblos donde mimbreras y castaños ayudan a la economía familiar, las bolilleras y sus encajes (que valen un dineral) y algún que otro afilador que recorre durante el verano los barrios de la periferia con su flautín anunciador. Los menos son los barquilleros, que pululan por algunas ferias con sus juegos de ruleta.
Si todo sigue así, auguro que pronto desaparecerán los kiosqueros (periódicos digitales mediante), los acomodadores (algunos quedan por ciertos cines y teatros, pero ya veremos los que sobreviven tras la pandemia), los ebanistas (¿Han visto ustedes un mueble de madera últimamente?) o los churreros (muy a mi pesar y con tanto defensor de la comida saludable, dentro de nada son capaces de declararlos delinqüentes). Y nos entrará mucha pena.


Algo parecido debió sentir Sophie Blackall cuando se decidió a contar el día a día de un farero en su ¡Hola, faro!, un álbum que edita en castellano Lata de Sal esta primavera pero que hace unos años obtuvo la Medalla Caldecott. No es para menos pues este libro a caballo entre la ficción y la no ficción, tiene mucho que contar sobre una profesión de la que actualmente no queda ni rastro.
Empezando por el formato (uno vertical, como era de esperar hablando de faros) y terminando por los recursos narrativos que utiliza en sus ilustraciones, esta mujer de cuyo trabajo hablé hace unos días consigue hilar una historia donde descripciones y emociones se entrelazan para impregnar al lector del modus vivendi de estos trabajadores y sus familias. Limitaciones, ventajas, alegrías, tristezas y más de una curiosidad llenan las páginas coloristas de un libro que mira al pasado tendiendo un puente al futuro.


Disecciones arquitectónicas, paseos circulares de madres gestantes, valor y solidaridad, escaleras de caracol, puestas de sol únicas y otros horizontes de ensueño son algunos de los motivos que encontrarán para enamorarse de un libro sencillamente exquisito que ejerce de luz y guía.