A esta semana llena de Rociíto Carrasco, menas y debates electorales, toca ponerle un poco de cordura. Y es que la manipulación mediática a la que estamos abocados desde tiempos inmemoriales (¡Viva la demagogia! ¡A derechas! ¡A izquierdas!) necesita algo de sentido común. Más que nada para que se nos pase el dolor de cabeza, que con esto de la mascarilla pesan hasta las orejas.
No sé si se habrán dado cuenta, pero cada día asistimos a un espectáculo lamentable en el que una vorágine de temas absurdos diluyen nuestra atención en pro de otras cuestiones que empiezan a resultar algo sospechosas cuando los políticos ven peligrar sus sillones.
A estas alturas de la película más nos valdría no fiarnos de nadie. Que ni los unos son tan buenos, ni los otros son tan malos. Yo les recomiendo que se dediquen a leer. Leer miradas, leer curvas, leer rectas, leer periódicos, leer el rastro de la lluvia o el brillante camino de los caracoles, leer imágenes y también palabras. Leer, leer y leer. Lo que sea. Como sea. No sea que tanta tontería se nos adhiera al intelecto (que ya las tripas las tenemos llenas) y haga de nosotros seres más tontos que de costumbre, que es lo que intentan.
Es curioso como el potencial intelectual del ser humano se ve cada día más mermado por todas las cortinas de humo que no nos dejan ver el horizonte, ni siquiera dibujarlo. Puede deberse a que el hombre está cada día más sujeto a la realidad y sea incapaz de desligarse de ella para atender a su propia inteligencia, esa que le permite discernir entre lo bueno y lo malo, entre lo propio y lo ajeno.
Quizá esto fue lo que llevo a Sor Juana Inés de la Cruz, una de las mejores escritoras de la literatura barroca hispanoamericana, a escribir su Primero sueño, un poema que ha tomado prestado el siempre elocuente Gabriel Pacheco para urdir su Caperucita roja (primero sueño), el libro que ha publicado la editorial canaria Diego Pun y que entremezcla muchas sensaciones y lecturas.
La religiosa y el ilustrador mexicanos comulgan en un álbum sin palabras donde la noche y lo onírico son el camino elegido para, no sólo desbordar el clásico cuento infantil, sino exorcizar los miedos y anhelos del alma en un viaje por las ataduras del tiempo. El bosque que germina sobre las sábanas, la astucia que se abre camino, el universo labrado por los deseos, y un lobo que nos adentra en la espesura iluminada por la luz de esa luna que, minúscula, tachona todo de recuerdos.
Acercarnos a esta Caperucita es acercarnos a lo primario. Aunque teñido de azul cobalto -el color fetiche en la paleta de Pacheco-, la roja caperuza es la verdadera protagonista, ya que su presencia-ausencia nos ayuda a indagar, a buscar, a internarnos en esas bifurcaciones que apuestan por confundirnos, para volver de nuevo al sueño y encontrarnos con nosotros mismos sin necesidad de capuchas que nos presuponen y limitan.
Lobos, ancianas, madres, leñadores, pero también sueños, despertares, encuentros fortuitos, miradas de entendimiento y digresiones de todo tipo se adueñan de un libro que, a pesar de parecer exento de sentido, nos invita a pensar, imaginar y, sobre todo, vivir sin cadenas.
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