Las reseñas que más me
gusta redactar son las de los libros que, como el de hoy, no
necesitan presentación alguna, más que nada porque no me tengo que
preocupar de introducir el argumento, desglosarlo o hablar de los
personajes (¿Quién no conoce a Babar?) y me puedo dedicar a hablar
de otras cuestiones que, aunque menos explotadas, pueden resultar
igualmente interesantes (N.B.: ¡Así me gusta empezar la Navidad! Y
si me toca un pico en la lotería, mejor que mejor...).
Desde hace un tiempo
necesitábamos una nueva edición de las historias originales de este
elefante y el resto de su gran familia creada por Jean de Brunhoff y
que vió la luz en 1931, y eso es algo de lo que se ha encargado la
editorial Blackie Books. Yo guardaba un par de ejemplares de las
anteriores ediciones facsímiles (de la, casi olvidada en el mundo
LIJ, editorial Alfaguara, y que podrán encontrar en librerías de
segunda mano y bibliotecas), más pequeñas y manejables para los
pequeños lectores, pero estoy igualmente encantado con este nuevo
formato (todas en un solo volumen, pero nada que ver con las
gigantescas primeras ediciones, todo un lujo hoy por el elevado coste
de producción y que no duraron mucho tiempo) mucho más práctico
para todos los lectores, y que incluye el prólogo que el enorme
Maurice Sendak realizó para la edición del 75º aniversario. Así
que ya saben: una oportunidad inmejorable para volver a la
infancia...
Aparte de todos estos
datos y teniendo en cuenta que el personaje y todo su merchandising
llevan en las librerías más de ochenta y cuatro años (¡Si se
descuida nace el mismo día que mi abuela!) y teniendo en cuenta el
análisis de Sendak en el que habla de una cierta incomprensión
inicial hacia esta obra que fue moldeando con el tiempo, he creído
conveniente hablar sobre la anacronía y/o sincronía de este clásico
de la LIJ con los tiempos que vivimos, resumiéndolo en una pregunta:
¿Sigue vigente Babar? Espero no defraudar con la disertación...
Generalmente se da por
hecho que la Literatura (la de la mayúscula e independientemente del
género que tratemos) trasciende al contexto en el que se ideó (seré
breve), sobre todo porque, aunque hable de las cuestiones, problemas
y situaciones universales del ser humano, es capaz de construir un
mensaje propio en cada lector, desarrollar su propia libertad. Esto
creo que no es objetivo de debate alguno. El problema viene cuando la
imagen entra en juego y el formato pasa a ser álbum ilustrado, algo
que le sucede a las historias de Babar. Tratándose de una de las
obras pioneras de este formato en la LIJ debemos apuntar una serie de
puntos, a mi juicio, importantes.
Empezando con La
historia de Babar, el inicio de la saga, he de decir que, además
de utilizar las ilustraciones como mero apoyo narrativo (carecen de
lenguaje propio en la mayoría de las ocasiones), el autor se ciñe
en exceso a las formas y a la ideosincrasia de la época, algo que
choca frontalmente con la visión que en la actualidad se tiene sobre
temas como el machismo, el racismo, la exaltación religiosa o la
violencia explícita -véase lo trágico de la muerte de su madre-
(N.B.: No me extrañaría nada que muchos trabajadores de la
educación o lo social y activistas de distinta índole viesen en
esta obra un peligro para las mentes de nuestro futuro... Me
descojono, pero cosas peores he visto con tanto proteccionismo y
discriminación positiva... ¡Socorro! ¡Los nuevos curas!). Quizá
sea esto lo que lleva a muchos, entre los que se incluye Sendak, a
aparcar este libro a un lado, puesto que difiere mucho de la
concepción actual de álbum ilustrado, una más libre, más
transgresora y críptica.
Un año después se obra
el gran cambio y De Brunhoof crece como autor con El viaje de
Babar, una de las historias favoritas de muchos lectores. Esto se
debe a que el autor asume cierta ligereza al tratar los contenidos, a
diversificar el colorido, los planos de las imágenes y fluye a un
nivel creativo superior en el que las ilustraciones adquieren una
nueva dimensión: hablan por sí solas (por ejemplo las caras en las
nalgas de los elefantes en la guerra contra los rinocerontes) y
complementan al texto (véase el fondo del mar cuando Celeste y Babar
están en el islote). Es a partír de esta historia cuando De
Brunhoff comienza con un auténtico juego de matices (El rey
Babar, las vacaciones de Zefir o Babar y Papá Noel)
y crea personajes desconocidos, utiliza formatos novedosos
(ilustraciones informativas o de tipo cómic), echa mano del
simbolismo y vuela con su imaginación a otros mundos.
No sabemos si esta
metamorfosis (por la que pasan pocos autores de una manera natural)
se debe al cauce que van marcando sus hijos o el resto de los
lectores, o a su capacidad autocrítica. En cualquier caso va
adquiriendo más conciencia del uso de dos vías de comunicación,
empieza a insertar juegos dobles, imágenes no superponibles que se
complementan, y aupa el contenido. Vamos, que da vida al álbum
ilustrado contemporáneo y que sí puede ser extrapolado por los
lectores a una realidad actual.
No obstante, además de
considerar todas estas cuestiones sobre las forma y el atrezzo, no
hay que olvidar que Babar no deja de ser el mensaje que un
padre enfermo lanza a sus hijos, en definitiva no deja de ser un
legado humano que deja su impronta en los lectores. Esta es la
principal razón por la que Babar es capaz de ir botando de década
en década, de niño a niño, algo que la convierte en una obra
canónica dentro del corpus literario infantil.
Y es que, a pesar de que
en sus ilustraciones haya un estilo muy determinado, un vestuario
diferente y formas muy anticuadas de ver el mundo, Babar es la vida,
y hay que leerlo.
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