Que nos vamos a cargar el
mundo (el que conocemos, ya vendrá otro sin nosotros...) es lo único
que nos ha quedado claro tras la cumbre sobre el clima que se ha
celebrado estos días en París (bueno, también que a los políticos
les interesa una mierda..., a ver si se les mete un ciclón por el
“ojahio” y se dejan de tanta pose). No sé para qué se gastan
nuestros impuestos en tanta gilipollez, pudiendo invertirlos en
legalizar la prostitución, luchar contra el tráfico de drogas o
crear organizaciones para aprovechar los alimentos caducos... En fin,
mientras tanto, al aquí firmante le ha dado mucho juego con suis alumnos (otra
cosa no, pero ver la tele, mucho y bien...). Que si la huella
hídrica, que si las extinciones masivas, que si la lluvia ácida,
que si el efecto invernadero..., así, hasta llegar al reciclaje.
La regla de la tres
erres, además de abanderar el ecologismo y darle muchos votos a
cuatro capullos que no saben lo que es el ciclo del fósforo, es una
gran “idea” cuando todos la seguimos a pies juntillas. Y cuando
digo todos, me refiero a mi madre, a mi vecino, a mí mismo y a
todos los que enriquecemos a las multinacionales (más todavía,
sí...) pagando doblemente, una con nuestro dinero (por si no lo
saben, todos los productos a la venta en España llevan incluido en su
precio un canon que se refiere el reciclaje) y otra con nuestro
trabajo (muchas veces tengo la sensación de que curro gratis para
todas estas empresas cuando acarreo kilos de papel, envases y vidrio
hasta el contenedor), todo lo que se refiere a darle un nueva futuro
a ciertos materiales.
La cosa me da en qué
pensar cuando viajo a países como Alemania, que tienen como norma
remunerar el trabajo de la recogida de estos materiales a quien lo
realiza, bien sea el propio consumidor o bien un tercero, algo que se
solía hacer aquí cuando de niños acudíamos a llevar el casco de
la cerveza a la bodega y nos daban dos pesetas. Y tan contentos... N.B.: Podríamos retornar a aquellas normas que en el entorno
pesetero español tendrían una gran acogida... ¿a quién no le
interesará...? ¿A los alcaldes? ¿A las empresas contratadas para
llevar a cabo el reciclaje? ¿A los fabricantes?
Así pasa, que a veces me
entra la neura, desato el síndrome de Diógenes que dormita en mí,
empiezo a acumular desechos en casa y empiezo a insuflarles vida.
Mesas hechas con ventanas, jarras utilizadas como tiestos, marcos del
año de la polka que renuevan la visión de un cuadro, tulipas de
lámpara tuneadas... Si a este sinfín de ideas que habitan entre las
cuatro paredes que conforman mi hogar añadimos una buena tanda de
jabón de sosa, todo nos lleva a un título que, aunque me recuerda a
otros con el mismo argumento (por ejemplo El soldadito de plomo
de Jörg Müller o el clásico La tetera de H. C. Andersen), tiene cierta
nota evocadora y entrañable. Inseparables con texto de Mar
Pavón y unas ilustraciones muy acertadas de Maria Girón (editorial
Tramuntana) nos habla del viaje de los objetos que, de mano en mano y
un recorrido entre la dicha y la pena, van adquiriendo una historia
propia que, a veces, tiene un final feliz. ¡Viva la reutilización y
las segundas oportunidades!
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