Román Belmonte. Hasta
hoy, nunca habíamos hablado, ¿qué preconcebida opinión tienes de
un servidor?
Arianna Squilloni. Me
pareces una persona activamente curiosa.
R.B. Ja, ja, ja...
Espero que eso sea positivo... Se habla de editores metódicos,
de editores trepas, de editores volátiles, de editores plastas, de
editores pedantes, de editores implacables... Defínete como editora.
A.S. Apasionada. No
tanto de los libros, sino de la vida. Me interesan los libros en la
medida en la que hablan de la vida.
R.B. Cuando charlo con
editores, la pasión por los libros se huele desde los cuatro puntos
cardinales, pero yo -que vivo en el mundo- prefiero no abusar de
sensibilidad y pasión, y escuchar discursos más cárnicos y
viscerales. Por ello me veo en la obligación de decirte: ¿Que te
trajo al mundo de la edición de álbumes ilustrados, de la
literatura infantil?
A.S. La casualidad
hizo que descubriera que existía algo llamado literatura infantil...
En Italia, en el curso de gestión editorial que frecuentaba, había
una chica que solo quería trabajar en libros para niños, porque
decía que pasar el día entre palabras e imágenes era maravilloso,
pero yo no acababa de entender de qué hablaba. Al llegar a España,
aterricé en “Thule Ediciones” como correctora de italiano, justo
cuando José Díaz estaba a punto de empezar a publicar para las
librerías, pero luego me quedé para ocuparme de las colecciones de
libros para niños.
R.B. Con frecuencia se
dice que un buen editor es aquel que cultiva el placer de la lectura,
pero poco se habla de la sensibilidad artística en los editores de
álbumes ilustrados ¿Qué piensas al respecto?
A.S. Sí, es posible.
Lo que pasa es que, en el ámbito del libro álbum, me parece que
tampoco cuenta mucho la sensibilidad literaria de los editores...
Creo que las cosas están mejorando y que hay una mayor conciencia
del valor literario y artístico del libro álbum, pero todavía hay
mucho margen para tomarse más en serio los dos aspectos.
Por otro lado creo que
hay alguna iniciativa para profundizar en el tema de la
interpretación de la imagen. Por ejemplo Ana G. Lartitegui y Sergio
Lairla, los autores de El libro de la suerte, un libro que he
editado, publican la revista Fuera de margen e impulsan
cursos y otras actividades para generar un espacio de reflexión
acerca del libro álbum.
R.B. ¿Cómo has
desarrollado tu sensibilidad artística?
A.S. Desde que tengo
memoria he estado sumergida en un mundo en el que lo bello era
importante, tanto si se trataba de la naturaleza, como de obras de
arte. La hermana mayor de mi padre, la tía Natalia, es la pintora de
familia, he crecido con sus cuadros y sus libros. Y luego estaba el
tío abuelo Giuanìn, una persona ecléctica, que escribía, pintaba,
hacía maquetas, collage y esculturas. Era extremadamente reservado y
silencioso. Ambos, tanto Natalia como Giuanìn, eran maestros.
También recuerdo que, de niña, cuando tenía que guardar cama,
pasaba el día hojeando los catálogos de museos que me traía mi
papá de sus viajes de trabajo.
R.B. Por lo general,
el mundo de la edición española (como todo lo que mora en este
país) está plagado de amiguismo, lameculos y pelotas. ¿Cómo ve
esto una editora formada fuera de nuestras fronteras?
A.S. Creo que en
general editar libros es un trabajo moralmente importante. Editar
libros para niños lo es todavía más. Es por esta razón que cuando
terminé de trabajar en “Thule” no busqué trabajo en una
editorial ya asentada. Quería poder tomar honestamente mis
decisiones sin depender de un departamento de marketing, ni de nadie
que me dijera lo que tenía que hacer.
R.B. ¿Se le ofrecen
oportunidades a nuevas ideas, nuevos proyectos y nuevos
autores/ilustradores, o todo funciona en base a las ventas y las
necesidades del mercado?
A.S. Yo no
sería tan categórica. No diría que todo funciona en base a las
ventas y las necesidades del mercado, pero sí la mayor parte. Ese es
el problema de pretender que algo como la edición, marcado por un
valor específicamente cultural, prospere en un mercado y encima dé
beneficios. No abres una editorial para ganar dinero, lo haces porque
no lo puedes evitar. Así tendría que ser. Tratas de sobrevivir de
manera digna, pero nada más. Creo que sí, que las exigencias del
mercado son un lastre brutal, sobre todo porque a menudo se
encuentran con editores que no tienen las ideas claras acerca de lo
que es hacer un trabajo literariamente y artísticamente importante.
Lo que me preocupa es la banalización de la literatura infantil y
juvenil. La exagerada simplificación de las historias, de la
sintaxis, del vocabulario, de las vidas que se cuentan. A día de hoy
se suele considerar que una historia está bien si es divertida, está
escrita correctamente y todas las piezas encajan al final. Eso me
parece como un queso enlatado. Un queso que no se rompe en escamas,
un queso que sabe a plástico. Soy la primera que ama las historias
divertidas y bien construidas, pero todo sabemos que la vida y la
literatura respiran en las pequeñas piezas que no encajan, en esos
pequeños detalles que se salen del camino pautado y por eso mismo
consiguen que te hagas preguntas.
Así que creo que las
nuevas ideas, los nuevos proyectos, gozan de alguna oportunidad, pero
muy pocas porque son difíciles de encasillar. A menudo me dicen que
el problema de los libros de A buen paso es que no puedes encontrar
una frase que resuma en diez palabras la razón para que el lector
compre ese libro, para qué le va a servir adquirirlo. A veces me
estrujo el cerebro para encontrar estas benditas frases, sigo
publicando los libros que quiero, pero trato de venderlos tal y como
me piden.
Otras veces trato de
controlarme y me digo: “no hagas más de un libro arriesgado al
año”, pero al final sucede que me enamoro de un proyecto y no lo
puedo evitar. A veces, encima, me encuentro con personas y/o
instituciones a las que les gusta y -sin saber cómo- resulta que el
libro arriesgado se vende. No sabes la alegría que me da eso. Hay
libros que publico porque sí, porque los amo. Hago todo lo posible
para venderlos, pero mucho me temo que no encuentren su público…
Sin embargo a veces hay sorpresas y eso es genial. Me acaba de pasar
con En qué piensa una cabeza recién cortada de Juan Carlos
Quezadas y Carla Besora…, ¡tenemos que reimprimir el libro!
(¿No es maravilloso?), o con El regalo de la giganta de Guia
Risari y Beatriz Martín Terceño, que ha sido traducido al italiano
y al portugués en Brasil.
R.B. Aunque de factura
impecable, considero que el catálogo de “A buen paso” es un
tanto ecléctico, ¿se debe esto a que eres una persona arriesgada, o
a que intentas aunar diferentes visiones del álbum ilustrado bajo un
mismo camino?
A.S. Según Miquel
Puig, el diseñador sin el que “A buen paso” no existiría, el
catálogo de la editorial responde coherentemente a mi esquizofrenia.
Me gustan estilos visuales y formas de contar muy distintas. Sin
embargo creo que, más allá del hecho fundamental de que a mí me
gusten, todos los libros de “A buen paso” tienen un elemento
común de fondo y es que de alguna manera estimulan el lector a
pensar. Es fundamental para el lector que aún no ha formado su gusto
tener la posibilidad de acceder a estilos, historias y formas de
narrar distintas.
R.B. Dime qué hueles
cuando te topas con un buen proyecto de álbum ilustrado...
A.S. Huelo tierra
mojada. Huelo vida. Huelo ganas de curiosear, conocer, experimentar.
R.B. Hacer un álbum
ilustrado es un proceso en la que confluyen multitud de tareas y
personas, un trabajo articulado y difícil que desconocen la mayoría
de los mortales, ¿crees que si el lector, el público, fuese
consciente de ello, se valoraría más este tipo de producto?
A.S. Buena pregunta.
Creo que sí, lo espero, me encantaría. Es que producir un libro es
un esfuerzo, un gran esfuerzo. Y, si todos los implicados lo hemos
hecho, es que teníamos algo importante
que decir. Sé que lo que le pedimos al lector es que confíe y, a
día de hoy (por un sinfín de razones, no ultima la excesiva
abundancia de novedades), eso es complicado. Le pedimos
un acto de fe. Por un lado los libros álbum (y los de “A buen
paso” en particular) parecen caros, tienen pocas páginas, se leen
rápido (eso si no desatas tu lado contemplativo) y uno no se da
cuenta de todo el trabajo que eso implica. Por el otro a veces
distintos grupos e instituciones me piden muchas copias de regalo,
para encuentros, bibliotecas sociales, etc. Total, los libros cuestan
poco... Claro, cuestan menos que el proyecto de un arquitecto, que
los muebles en los que se van a colocar, pero ¿saben cuántos libros
hay que vender para recuperar los costes de producción? ¿Para que
los autores puedan vivir de ellos?
R.B. Italia, España y
Francia se nutren de las mismas o parecidas obras en cuanto a álbum
ilustrado se refiere, ¿se debe esto a que sus lectores tienen un
gusto estético similar?
A.S. Igual se debe en
buena parte a la cultura y la historia que compartimos desde hace
unos cuantos siglos.
R.B. A tenor de este
triángulo italo-hispano-francés de la edición infantil, me
gustaría saber qué otras zonas editoriales del viejo continente
diferenciarías bajo tu criterio y su grado de hermetismo y/o
aperturismo a otras producciones foráneas.
A.S. Está el mundo
anglosajón. En Alemania es importante que un libro tenga una mensaje
moral fuerte (es extraño para ellos encontrarse con un libro que se
centre exclusivamente en el humor, por ejemplo).
Hay tradiciones visuales y narrativas interesantísimas, tanto en
Polonia, como en la República Checa...
R.B. Desde un punto de
vista romántico, el futuro de la edición pasa por que el libro se
establezca como un puente entre autor-editor-lector, ¿que necesita
hacer el editor para conseguirlo?
A.S. El editor tiene
que ser un editor activo e involucrarse en el proceso de creación y
producción del libro. No tiene que ser un mero tramitador que envía
a la imprenta un libro traducido o un proyecto que le llega ya hecho.
Un editor tendría que tener una idea de la vida y de lo que le
interesa contar a través del catálogo de la editorial en la que
trabaja, como si cada uno de los libros que publica fuera un capítulo
de una historia muy larga.
R.B. Suelo terminar
estas conversaciones/entrevistas haciendo referencia a los verbos
jugar, comer y leer. ¿A qué juegas, qué comes y qué lees?
A.S. Juego a las
cartas, aunque se me da fatal porque no sé esconder mis emociones,
sin embargo eso es parte del divertimento; juego mucho interactuando
con las personas con las que me encuentro, juego a inventar
historias; juego con los autores cuando estamos trabajando en un
libro. Como de todo, pero en particular acelgas porque son el sabor
de mi infancia. Mi plato favorito de todos los tiempos es la tarta de
acelgas que hacía mi abuela Luigina y mi abuela Luigina era todo lo
bueno que había en el mundo (cultivo
acelgas en la huerta en el balcón). Leo de todo.
Muchos ensayos, desde cuestiones económicas hasta historias de los
hooligans y divulgación científica. Me encantó Quantum: a
guide for the perplexed de Jim Al-Khalili. Ahora mismo
estoy leyendo Literary Gaming, un libro más relacionado con
el trabajo de edición que me ha prestado un amigo, Lucas Ramada. Leo
mucha poesía, estos días estoy leyendo el poeta chileno Jorge
Teiller, en una edición que me ha regalado la escritora María José
Ferrada. Y leo novela negra para relajarme. A veces leo libros de
autoayuda y alguna que otra novelita infame para hacerme daño. Soy
un poco masoquista, pero es que también me interesa saber cuáles
son los productos de consumo en el ámbito de los libros y las vías
de escape fácil que buscan las personas para tratar de apaciguarse.
Me interesan las personas. Adoro las personas.
Arianna Squilloni viene
de Italia, dónde estudió filología latina y griega. Terminados los
estudios universitarios, se especializó en edición y gestión
editorial. Desde 2002 vive en Barcelona. Ha trabajado para Thule
Ediciones (2003-2007) impulsando la colección de libros-álbum
Trampantojo, y para la editorial mexicana Progreso (2007-2008) como
editora freelance. En 2008 dio vida a su proyecto personal, A buen
paso, una editorial especializada en libros muy ilustrados para
niños, ya se trate de álbumes, cuentos ilustrados o recopilaciones
de poesía. Colabora con revistas especializadas en España y otros
países y participa con asiduidad en jornadas y debates y dentro de
las actividades de estudio del grupo Círculo Hexágono. A veces
escribe, unas veces para niños (En casa de mis abuelos,
Ekaré, 2011; Martín, de grumete a capitán, 2013 y Un mar
de mundos, 2014, ambas en Thule Ediciones), y otras para adultos
(Invierno de abril, SD edicions, 2013, poesía, y En el
laberinto de la palabra, una guía de viaje, Círculo Hexágono,
Pantalia, 2014, un ensayo cerca de la palabra y de su importancia en
el desarrollo de la persona).
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