Lo de la superpoblación,
además de ser una milonga para justificar conflictos armados y
muchas matanzas (que necios y malvados son algunos, si tenemos en
cuenta que la mayor parte de las miserias de este mundo se suceden en
África, un continente con una densidad de población paupérrima),
también tiene su aquel cuando hablamos de la salud del Globo... A mayor población, mayor escasez de recursos (entonces ¿porqué tiramos tanta basura en las zonas más pobladas del planeta?),
mayor consumo (paradójico si consideramos que hay tanta pobreza... y menos cultura...) y
más contaminación (¿para eso llevo más de ocho años compartiendo
coche para ir al trabajo? Algo no debe funcionar...). Si seguimos
reproduciéndonos de esta forma descontrolada, una de dos: o
acabaremos convirtiendo este planeta otrora hermoso en un termitero
infesto de parásitos, o terminaremos comiéndonos los unos a los
otros (algo que ya hacemos en sentido figurado).
Otra opción bastante
plausible sería la de convivir de manera sana y armoniosa con el
entorno que nos rodea, sin explotar en demasía los recursos y no
comportándonos como orugas insaciables, o, en caso contrario, necesitaremos un flautista de Hamelín que nos arroje al acantilado
encantados por el sonido de su dulce flauta (podría ser un bonito
argumento para un relato futurista de Isaac Asimov, ¿no creen?).
En cualquier caso creo
que no es necesario convertirse en seres antropófagos
puesto que la Naturaleza ya tiene métodos igualmente agresivos, como
los tsunamis, los terremotos, los tornados o los tifones -la
crueldad es la crueldad-, para regular el hacinamiento de las
especies y permitir que todos vivamos en un correcto (dejémonos de
sentimentalismos humanos...) equilibrio.
Así que les recomiendo
echar mano del sentido común (ya que las leyes no sirven de nada,
utilicen este arma tan útil) y aprender a convivir con nuestro
entorno natural y el vecino de turno, sin excederse en el papel de
“animales inteligentes” en el que la codicia y el poder nos
llevan a cometer atrocidades contra nuestro mundo.
Si necesitan ilustrarse
al respecto durante esta semana en la que la lucha por preservar el
medio ambiente en unas condiciones óptimas ha sido la protagonista (testimonial y caduco),
les recomiendo acercarse a una librería y comprar Moletown. La
ciudad de los topos, una fábula sin apenas texto de Torben
Kuhlmann y editada por Juventud que, con unas ilustraciones
preciosistas de secuenciación impecable, nos muestra la capacidad de
los organismos para alterar su entorno de una manera desorbitada e
ilimitada.
Ya saben, léanlo (o
regálenlo a algún ecologista), porque si no lo hacen, tendrán que desenterrar el hacha
de guerra y asestar un golpe mortal a todo lo que vemos, para
quedarnos después, solos y desarropados.
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