jueves, 15 de junio de 2017

Amigos imaginarios en la Literatura Infantil


De un tiempo a esta parte vengo topándome con todo tipo de amigos imaginarios dentro de esta parcela fantástica llamada LIJ. A pesar de ser una realidad que en un principio me llamó la atención (aunque es cierto que en mi imaginación cabe de todo, nunca ha existido un hueco para este tipo de entelequias), me he acostumbrado a encontrármelos en las páginas de los libros infantiles.
Tras indigar en las bases de datos y en alguna que otra revista especializada, no he hallado ningún estudio monográfico que se adentre en esta curiosa coincidencia de la Literatura Infantil, así que, una vez más, me lanzo a mis análisis de andar por casa con una serie de apuntes para tal efecto y que comparto aquí para todos aquellos interesados en este punto de convergencia “lijera”.

Unas pinceladas generales sobre amigos imaginarios

En primer lugar hay que preguntarse “¿Qué es un amigo imaginario?” En la mayor parte de los casos no es ni más ni menos que la creación fantástica de un personaje con el que niños o jóvenes establecen una relación lúdica y/o tutelar. Esto quiere decir que un amigo imaginario puede adoptar formas y naturalezas múltiples (desde un dinosaurio con lunares hasta una escoba voladora) con el que surge una relación en la que generalmente existe el diálogo y tiene que ver con el juego infantil o con la toma de decisiones de su creador.
Los amigos imaginarios no sólo se relacionan con la infancia, sino que también pueden presentarse en la adolescencia, algo que cada vez ocurre con más frecuencia. Si tenemos en cuenta que en torno al 65% de los niños menores de siete años en Estados Unidos afirman haber tenido algún amigo imaginario, la cuestión no debe ser tratada como anecdótica, sino como un condicionante más en la etapa infantil y la pubertad.


Las razones de la existencia de estos seres imaginarios son muy variadas y no existe un consenso unánime entre psicólogos y psiquiatras para explicarlos. Algunos estudios aseguran que los amigos imaginarios son otro proceso más en el progreso lúdico-afectivo del niño, es decir, forma parte del desarrollo de aspectos como el lenguaje, el pensamiento lógico-deductivo, la memoria y la inteligencia emocional, es decir, todos aquellos parámetros cognitivos que ayudan a discernir entre el mundo real y el fantástico y que, generalmente, no se afianzan hasta sobrepasar la barrera de los once años.
Otros estudios encuentran su origen en los modelos familiares occidentales donde las carencias afectivas se acrecentan por la abundancia de hijos únicos, la patente presencia del mundo adulto, la ausencia de compañeros de juego de edad similar, y el gran salto generacional entre padres y vástagos (no es lo mismo un padre que roza la treintena que uno con cuarenta y cinco palos). También hay que llamar la atención sobre la omnipresencia de la televisión y los medios audiovisuales informativos y lúdicos, ya que inspiran y fomentan la construcción de estos amigos en los menores por ampliar y desbordar su ideario/imagiario. Es por ello que muchos autores empiezan a notar como la proliferación de amigos imaginarios entre la población infantil ha sufrido un aumento durante los últimos lustros.


Y, ¿cómo es un amigo imaginario? Los expertos los clasifican mediante dos criterios. En base a la toma de consciencia de su irrealidad (hay niños que saben que sus amigos son un mero espejismo y otros que se los toman a pies juntillas) y en base a su presencia física (por un lado están los que sólo ven a estos compañeros en su mente y por otro los que son capaces de dotarlos de una presencia física indistinguible del resto de las personas de su entorno e incluso personalizarlos en objetos).


Y ahora que sabemos todo esto, falta preguntarse ¿Es positivo o negativo tener un amigo imaginario? Como en botica, hay de todo... En muchos niños la construcción de un amigo imaginario ayuda a desarrollar las habilidades comunicativas y la creatividad, ya que estar a cargo de los dos actores, el niño real y el amigo imaginario, enriquece el vocabulario, ayuda a descentrarse, a comprender la realidad del otro, empatiza, alterna puntos de vista, dialoga, especula o revisa interpretaciones, además de facilitar la expresividad y la comunicación verbal de los sentimientos. Resumiendo, un amigo imaginario funcionaría como un modelo catártico del comportamiento.
Por el contrario, en otros niños, tener un amigo imaginario puede suponer problemas a la hora de sociabilizarse con sus iguales como resultado de un ejercicio de timidez e introspección, o por servir como excusa para dar rienda suelta a la agresividad. Ello puede desembocar en desórdenes afectivos, conductas violentas o trastornos de personalidad, algo que es más preocupante en niños o adolescentes que no encuentran su lugar dentro de su microcosmos social.

Grandes amigos imaginarios en la LIJ

Una vez hecho el recorrido sobre estos conceptos básicos de los amigos imaginarios, toca detenerse en aquellas obras de la literatura infantil donde estos seres tienen un protagonismo especial y a los que podemos circunscribir muchos de los aspectos tratados con anterioridad.


Comienzo con Los imaginarios, una novela de A. F. Harrold publicada en España por Blackie Books a la que han sucumbido miles de niños y que resulta ser un gran compendio sobre amigos imaginarios, no sólo por la cantidad de estos entes que habitan sus páginas, sino porque en ella se da buena cuenta de muchos de los puntos que hemos tratado en la primera parte de esta entrada. La aparición de un amigo imaginario, de dónde vienen, adónde van, o la aceptación o no de estos por parte del entorno del niño, convierten a este libro en una oda a los amigos imaginarios contextualizada en una intrigante aventura que auguro tendrá secuela.


También podemos hablar de Las aventuras de Beekle: el amigo (no) imaginario (Bruño), una idea de Dan Santat que en este caso se decanta por hablarnos desde el punto de vista de nuestros amigos imaginarios, dónde habitan, que hacen allí, sus anhelos..., algo que comparte con la obra anterior y que amplía el concepto del niño sobre estas “criaturas”. Una conmovedora historia con final feliz. Un viaje para encontrar a la otra mitad. Una suerte de coincidencias que muchos niños sin amigo imaginario como un servidor, envidian de manera sana (o insana).


Sin lugar a dudas, la obra sobre compañeros imaginarios, y a mi juicio, más compleja es (para variar) el Donde viven los monstruos de Sendak (Kalandraka). En este libro Max insufla vida a un mundo repleto de amigos imaginarios (en este caso monstruos) como parte de un ejercicio de catarsis emocional donde una personalidad dual (miedos y anhelos al unísono) es capaz de tomar una decisión final bastante lógica a pesar de la desaforada violencia inicial. El protagonista expone ante sus súbditos, tanto el conflicto que lo ha transportado allí, como las diferentes versiones de sí mismo, sopesa pros y contras, y, por último, decide. Quimérico y humano. Una genialidad, vamos.


Otros amigos imaginarios, en principio con honda tristeza, son los Lenny y Lucy de Philip C. Stead y Erin E. Stead (Océano Travesía). Aunque tangibles gracias a estar realizados con objetos tales como edredones, mantas y almohadas, el protagonista de esta historia les insufla cierta vida para no sentirse solo dentro de un nuevo vecindario. Su nacimiento, aparte de cierta compañía, supone el establecimiento de una amistad real con una niña, es decir, Lucy y Lenny son el vehículo para establecer relaciones sociales tras nacer como un supuesto refugio a la soledad.


En lo que amigos imaginarios tutores se refiere tengo una preferencia irrefrenable por el Gorila de Anthony Browne. Para mí es el “suplente imaginario” por excelencia. La falta de la figura paterna hace crecer a un pequeño gorila de juguete que se convertirá en su compañero durante toda la noche. Tras la aparición del progenitor real a la mañana siguiente, este padre imaginario de naturaleza simiesca recobra su tamaño real (más y más pequeño). Ya no es necesario porque la hija recupera la atención perdida de su ser querido.


Una relación parecida tiene lugar en la acción del todavía no traducido al castellano Ted, un álbum de Tony DiTerlizzi donde aparece un monstruo de color rosa con un par de enormes orejas que viene a sacar a un chaval del aburrimiento que conlleva una desidia paterna muy patente. En mitad de mucha diversión y problemas varios, Ted, que así se llama la criatura, le confiesa a su compañero que también conoció a su padre en los años de niñez, una coincidencia con Los imaginarios de Harrold que dan buena cuenta de esa infancia perdida pero instantáneamente recuperada de los progenitores.



Otro de los amigos imaginarios más intimistas que han visto la luz en nuestra lengua es El perro que Nino no tenía de Edward van De Vendel y Anton Van Hertbruggen (publicado por la editorial argentina Limonero). Nino se ayuda de un perro imaginario para hacer frente a la ausencia de su padre. Es este animal imaginario el que le divierte y el que seca las lágrimas hasta que un perro real llega a su vida. Así es como el protagonista, tras darse cuenta de que tener un perro no se parece demasiado a lo que el había imaginado, logrará el equilibrio entre el mundo real y el mundo fantástico que le ha servido de evasión. Terapéutico y hermoso a partes iguales.



Seguramente Kevin, el amigo imaginario en el que realmente puedes creer, de Rob Biddulph (Andana editorial), es el amigo imaginario más pedagógico de toda esta tanda. Con cierto deje a Donde viven los monstruos (el mundo imaginario toma apariencia tras una bronca entre madre e hijo) y Los imaginarios (nos habla de un mundo habitado por estos seres), esta obra se interna en el amigo imaginario como espejo y antítesis del protagonista, Sidney, haciendo que comprenda que los comportamientos poco deseables no nos ayudan a ser aceptados ni mucho menos a ser buenos colegas. Kevin es un amigo de lujo (de color vainilla, lunares rosas y un solo diente) y yo ¡quiero uno igual! (o en su defecto una copia de peluche).


Por otro lado, en El Sr. Pocket. Un amigo imaginario, Susanna Isern y Miren Asiain Lora (editorial Flamboyant) indagan en la necesidad de que adultos y familiares se impliquen en este fenómeno tan infantil. Dar credibilidad a esas fantasías, no solo ayuda al proceso psicológico que está experimentando la protagonista, sino que sumerge a su padre en una aventura muy creíble. Llámenlo intuición, magia o amigo imaginario, pero el caso es que seguir la pista de un niño perdido no es ninguna tontería. Habrá que hablar con la profesora después de esto y explicarle que el Sr. Pocket forma un todo con Noa, esa cría tan especial.


Dejamos a un lado unos amigos imaginarios para divertirnos con otros (esto no quiere decir que los anteriores no tengan su punto tierno, sino que son mucho menos dicharacheros que el que viene). Fred, mi amigo imaginario, es una creación de Eoin Colfer y Oliver Jeffers (también en la editorial Andana) donde convergen, además de risas aseguradas, relaciones de pareja entre niños imaginativos y sus respectivos amigos imaginados. Aunque el final es poco previsible, se puede observar cierta evolución lógica en los protagonistas de este cuarteto atípico. Para mí, una hermosa historia que aúna amistad, amor y, sobre todo, fantasía.


Como el más ingenioso de todos los fantásticos tenemos al Hobbes de Calvin y Hobbes, la tira cómica de Bill Waterson que tanto bueno ha hecho por un servidor (ya saben que me va la sorna canalla con algo de chispa) y tantos lectores que mezclamos en la vida lo caústico con lo crítico. Hobbes si existe, es en realidad un peluche con forma de tigre (que por cierto siempre me ha recordado al Tigre de A. A. Milne) que cobra vida en manos de su dueño, Calvin, un niño ingenioso que tiene mucho que decirle al mundo a través de un amigo que, cuando no le conviene, adopta su forma más inanimada.


Por último y como amigo imaginario patrio, no me puedo olvidar del MOT (o lo que es lo mismo “Movimientos Orgánicos Telúricos”) de Nacho (guión) y Alfonso Azpiri (dibujos), un cómic infantil que comenzó a publicarse en prensa a finales de los ochenta (El Pequeño País) pero que más tarde se editaría en forma de colección (Planeta DeAgostini) y que tenía como protagonistas a un chico y un gigantesco y monstruoso ser. En este caso y aunque en ningún caso se dice claramente que Mot sea un amigo imaginario, las capacidades para abrir puertas fantásticas, adquirir poderes sobrenaturales y escabullirse siempre de la presencia de los adultos, dejan entrever que este personaje es producto de las fabulaciones de un adolescente solitario que muchas veces duda de su misma cordura.

Una consideración para terminar

Seguramente muchos de ustedes sabrán de más amigos imaginarios en esto de la LIJ, seres creados por nuestra imaginación en diferentes contextos. Bien en lo que respecta al mundo de los sueños y deseos, bien por las características de la obra, intervienen de forma directa o indirecta en la acción. Realmente todos los personajes fantásticos, quiméricos o surreales de los libros infantiles podrían ser considerados “amigos imaginarios”, ya que la mayor parte de ellos pertenecen a la esfera de la ficción y nos hablan de nuestro propio yo desde la experiencia como personas y como lectores.

Eso sí, lo más difícil de todo está, como siempre, en verlos.


3 comentarios:

miriabad dijo...

Bonito tema. Mi favorito es Hobbes, o la imaginación desbordante de Calvin. No es casual que se parezca a Tigger en la vida real.
Creo que los adultos buscan en las redes amigos imaginarios con los que relacionarse. Es posible que la ¿futurista? "Her" no lo sea tanto.
Gracias por la entrada. Tiene mucha chicha que iremos desgranando.

Unknown dijo...

Una entrada muy completa. ¡¡Gracias!!

Román Belmonte dijo...

¡Me alegro de que os haya gustado, Lola y Miriam! ¡Un caluroso (no puede ser de otra forma con estas temperaturas) abrazo!