Recuerdo aquellas tardes de San Antón cuando era un escolar. El colegio nos premiaba con la tarde sin asistencia y acudíamos al asilo. Era toda una romería de gente portando jaulas, de perros sin collar y alguna que otra tortuga a la greña con ciertos felinos. Por no hablar de las bendiciones pastorales, esos enormes barquillos y los dátiles que vendían en la entrada. Tradiciones y festejos, lo que le gusta al español. Niños y abuelos, imprescindibles en cualquier jarana, ¡y animales!, que no falten animales, de los que hablan y de los que ladran, de los que maúllan y de los que trinan… Y hablando de animales, en un día como hoy, la consideración bibliográfica no podía dedicarse a otros menesteres.
Los animales, tamaña cuestión en cualquier libro infantil que se precie, dotan al libro de cierta fantasía y misterio, más todavía, si la fauna a mencionar es algo exótica y necesitamos acudir a Zimbawe o a las cordilleras andinas para disfrutar de ella en libertad. En el mercado podemos encontrar libros de animales por doquier: de murciélagos, hienas, elefantes, cebras, jirafas, cerdos, papagayos, koalas y canguros, de monotremas, cefalópodos, osteíctios, celentéreos y gusanos, también de abejas, ovejas y algún que otro animal nocturno. Ratones, ratas, tejones y un sinfín de familias zoológicas pueden aparecer de entre las páginas de cualquier relato dirigido al público infantil y juvenil. Hasta de gorilas. Sí, lee usted bien, de gorilas también hay unos cuantos, a destacar los escritos e ilustrados por Anthony Browne (ya hablé de él hace un tiempo, cuando trate El libro de los cerdos). Browne está obsesionado con ellos. Enamoradísimo de los primates, estos parientes peludos (no más que algunos) e inteligentes (algunas veces más que otros, supuestamente superiores en el experimento evolutivo), este autor les ha dedicado numerosos títulos (Willy el tímido, Me gustan los libros, Las pinturas de Willy,…), pero si debo escoger uno de ellos, elijo Gorila.
A Ana le gustaban mucho los gorilas. Leía libros sobre gorilas. Veía programas en la televisión y dibujaba gorilas. Pero nunca había visto un gorila de verdad.
Su papá no tenía tiempo para llevarla a ver gorilas al zoológico. Nunca tenía tiempo para nada.
Los animales, tamaña cuestión en cualquier libro infantil que se precie, dotan al libro de cierta fantasía y misterio, más todavía, si la fauna a mencionar es algo exótica y necesitamos acudir a Zimbawe o a las cordilleras andinas para disfrutar de ella en libertad. En el mercado podemos encontrar libros de animales por doquier: de murciélagos, hienas, elefantes, cebras, jirafas, cerdos, papagayos, koalas y canguros, de monotremas, cefalópodos, osteíctios, celentéreos y gusanos, también de abejas, ovejas y algún que otro animal nocturno. Ratones, ratas, tejones y un sinfín de familias zoológicas pueden aparecer de entre las páginas de cualquier relato dirigido al público infantil y juvenil. Hasta de gorilas. Sí, lee usted bien, de gorilas también hay unos cuantos, a destacar los escritos e ilustrados por Anthony Browne (ya hablé de él hace un tiempo, cuando trate El libro de los cerdos). Browne está obsesionado con ellos. Enamoradísimo de los primates, estos parientes peludos (no más que algunos) e inteligentes (algunas veces más que otros, supuestamente superiores en el experimento evolutivo), este autor les ha dedicado numerosos títulos (Willy el tímido, Me gustan los libros, Las pinturas de Willy,…), pero si debo escoger uno de ellos, elijo Gorila.
A Ana le gustaban mucho los gorilas. Leía libros sobre gorilas. Veía programas en la televisión y dibujaba gorilas. Pero nunca había visto un gorila de verdad.
Su papá no tenía tiempo para llevarla a ver gorilas al zoológico. Nunca tenía tiempo para nada.
Así comienza una historia que se repite en muchos hogares, donde los cambios sociales y la imposibilidad de conciliar la vida laboral con la familiar acusan la soledad de niños como Ana…, aunque también es cierto que existen algunos gorilas encantados de tener una hija como Ana… Je, je, je. Léanlo.
Como sugerencia de lectura juvenil (quizá algo complicada) recomiendo Mi familia y otros animales –Gerald Durrell-, que ya va siendo hora de que algunos adolescentes, además de utilizar los dedos para aferrar los mandos de control de la Play Station®, los utilicen para pasar las páginas de un libro luminoso, primaveral (Enriqueta, gracias por ambos calificativos), divertido y de gran despliegue etológico.
Y sin más preámbulos, me voy a disfrutar de una cerveza.
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