miércoles, 10 de noviembre de 2021

De sombreros voladores


Si hay algo que echo de menos en invierno es el pelo. Ustedes no sé qué tal andarán de cabello, pero los cartonianos como yo, lo pasamos realmente mal cuando llegan los fríos. Se llamen Blas o Filomena el caso es que las borrascas me dejan helada la cocorota. Ya ni me acuerdo del flequillo que adornaba mi frente otrora, pero el caso es que hacía muy bien sus funciones aislantes y protectoras.
No saben la suerte que tienen si cuentan con una buena mata de pelo, porque otros empezamos a necesitar viseras, gorras y sombreros. Bajen o suban las temperaturas, hiele o haga sol, hay que cubrir la testa, que luego vienen insolaciones y catarros.


Si bien es cierto que hacen su apaño, son todo un engorro (fíjense en la etimología de esta palabra). Ir con ellos para arriba y para abajo, póntelo, quítatelo, apóyalo, y, sobre todo, olvídalo. Sean boinas, de lana, borselinos o de ala ancha, todos son susceptibles de acabar en cualquier repisa, parada de autobús o sala de espera. Unos se recuperan y otros no los ves más. Así pasa, que con la tontería te gastas un dineral (¿Ser calvo debería desgravar? No se lo tomen a cachondeo que un sombrero bueno vale lo suyo…).


Menos mal que son una cosa muy elegante, un toque de distinción para cualquiera que sepa llevarlos. Será que por eso que te ponen birrete cuando te nombran doctor o que en las bodas de postín se utilizan pamelas y copetes. Y cómo no, hablar de los sombreros respetados de guardias civiles y policías nacionales, o de los misteriosos que portan detectives y magos.


Que sí, que ponerse el mundo por montera tiene sus pros pero también sus contras. Y si no que se lo digan al protagonista de El sombrero volador, un álbum sin palabras de Rotraut Susanne Berner que acaba de editar en nuestro país Lóguez y que nos habla de las travesuras que el otoño ventoso puede organizar con nuestros sombreros.


En este libro (casi) circular, el sombrero de un niño sale volando. Primero se posa sobre la cabeza de un pato, luego en la de un padre, más tarde en la de un mono o sobre la de un muñeco de nieve. El sombrero va danzando mientras el lector-espectador descubre las historias que va enlazando este objeto volante identificado. Guiños simpáticos y montones de detalles se suceden en una historia donde el paso del tiempo y la climatología también tienen mucho que decir.
Un nuevo título que añadir a esta selección de libros sobre sombreros, con el que les dejo disfrutando en mitad de un otoño que seguramente dejará al descubierto más de una cabeza.



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