Mientras
que algunos pasan los años vaciando su vida a tímidos sorbos, con generosos
tragos o derramándola por alguna alcantarilla, otros la llenan de sueños,
ilusiones, expectativas y grandes esperanzas. No sé qué será peor, si vivir
despierto o pecar de incauto, algo que le está pasando a más de un joven
parado, sobre todo si hace caso de los mensajes optimistas que desde hemiciclos
y púlpitos se declaman a todas horas.
No
diré que pensar en positivo es peor que “pensar en verde”, pero se hace
necesaria una mente preclara que acabe con tanta aberración televisiva.
Hablemos alto (y eso que me aquejo de afonía): la crisis va para largo… Empleos
bananeros, “overbooking” en establecimientos de segunda mano, yuppies rebuscando
cebollas, y el quinto de Mahou® a todo trapo…
España
está más seca que el astil de una pera y mientras tanto, nuestro joven capital
humano se la rasca a dos manos en base a sus erróneas expectativas, esas que
fluyen en bares y discotecas, en redes sociales y páginas de contactos. Aquí lo
que triunfa es la supervivencia, ningún riesgo y todas las comodidades… Aunque
bien pensado, para que me exprima el estado, liquido a mi padre (o a la abuela,
que es la única que cobra).
Pero
ahí no acaba la cosa… Si a estas púberes esperanzas, sumamos las
gubernamentales, la cosa se va de madre… ¿Recortes salariales? ¿Minijobs?
¿Privatización? ¿PYMES? ¿Quién coño quiere darse de alta?... Afanes
recaudatorios y recargos de equivalencia aparte, nuestra situación demasiado
tiene que ver con el título de la obra cumbre de Dickens que, si bien proveyó
de caudales al hijo adoptivo de un herrero, también lo cegó de amor y pobres pensamientos,
dando a luz un gran relato, pero poniendo en evidencia las pocas miras de este
joven actor altamente esperanzado.
Cambiemos
el mundo y esperemos poco, pues el que mucho espera, derrocha el presente,
olvida el pasado e hipoteca el futuro.
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