Hoy es sábado de carnaval y, a pesar de ser una fecha señalada en el calendario por el derroche de diversión que supone, en muchos lugares de nuestro país están llorando por los rincones. No es de extrañar pues esta fiesta callejera es una especie de catarsis. Por el trabajo colectivo que lleva consigo, por la fantasía que desborda y por el despliegue de buen humor que acarrea.
El carnaval. Esa celebración que los países católicos llevan celebrando desde hace siglos para dar paso a la cuaresma, la época de recogimiento que precede a la Semana Santa. Así pasa, que desde la Edad Media, una época oscura dominada por el puritanismo eclesiástico, los días previos se han ido llenando de jolgorio, permisividad y descontrol (que toda época necesita su espacio de distensión)
En nuestro país las carnestolendas se han traducido en disfraces, máscaras, comparsas o chirigotas, y haciendo honor a la etimología ( se cree que proviene de “carnem-levare” o “carne-vale”, un latinajo compuesto que significa “adiós a la carne”), nos da por el desenfreno, el destape, el chiste y la farra antes de que se abra el tiempo del bacalao y los potajes.
Una pena que este año nos quedemos sin todo este despliegue de humanidad, pues el bicho nos hubiera proporcionado muchas ideas para el cachondeo, no sólo en Cádiz o en las Canarias, sino en cualquier sitio de España donde la gente tome en serio la fiesta. Yo estaba soñando con disfraces de coronavirus, mascarillas y vacunas, cuplets sobre Illa, o Simón, y algún pupurrí sobre murciélagos y chinos. Pero nada. Todo ha quedado en agua de borrajas.
Esperemos que las mentes creativas sigan cosechando ingenio para las futuras ediciones de una de mis jaranas favoritas, pues nada como ser otra persona (o cosa) para luchar contra lo gris que nos ha traído esta vida vírica. Por mi parte, traerles un libro sobre caretas y antifaces que les avive la ilusión marchitada. Concretamente Disfraces, un libro de Albertine publicado por Libros del Zorro Rojo.
Disfrazados de tarta gigante, de Alicia, de castillo ambulante, de nube, de puerta secreta o de automovilista, los personajes que se descubren al pasar cada página, rebosan imaginación y de paso sugieren nuevas creaciones por parte del espectador. Y es que este conjunto de ilustraciones de gran formato e impresas en papel de alto gramaje, además de constituir un desfile en toda regla que puede colgar de las paredes de nuestro hogar, se transforman en un libro de actividades en el que el espectador puede desarrollar su creatividad a través de las siluetas de cada imagen.
No se apenen y sonrían a pesar del silencio en las calles.
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