Cambiarse
de gafas es una lata, no sólo por tener que recaudar una buena suma de dinero
(ya saben ustedes que el mundo de los anteojos, lentillas y otro tipo de lupas
no es nada barato a pesar de que ciertas franquicias estén empeñadas en
vendernos gato por liebre), sino por acudir a la óptica de turno, probarse los
cientos de modelos que hay en las estanterías, discrepar con tu madre, tu mujer
y tus hijos sobre cuál es la más adecuada para tu fisionomía facial, barajar
las ventajas y desventajas de la pasta, el metal, el anti-reflejante, si se
pueden cambiar varillas y patillas, o si podemos acoplar unos cristales viejos
a esta montura… Eso, en el mejor de los casos, porque lo de las progresivas, tiene
miga…
Lo
más gracioso de todo viene cuando tu acompañante, ese que ha pasado por el
quirófano para prescindir de este martirio adquirido o heredado que es la gafa,
o que ha tenido la suerte por naturaleza de tener la vista de un águila, se
pone a merodear entre las lunas tintadas, esas recomendadas ante sol y nieve,
para sentirse una estrella de cine, constatar lo vacilón que resulta colgarse
unas lentes oscuras o dar rienda suelta a su imaginación mientras toquitea las
marcas de alta gama…
De
seguro que si un servidor no tuviera que llevar este objeto incómodo que se
apoya sobre nariz y orejas, no tendría en deseo colocarse unos quevedos para
protegerse de los rayos de luz a menos que fuera estrictamente necesario. Me
enferman esas tías que se ocultan tras sus gafas de sol, esos niñatos macarras
que las visten en discotecas y salas de fiesta, y quienes las usan en espacios
cerrados e iluminados con bombillas. Necios… Se nota que no han sufrido los
estragos delastigmatismo y la hipermetropía en la infancia ¿Acaso no saben que,
como al protagonista de Las gafas de ver,
con Margarita del Mazo a las palabras y Guridi a las ilustraciones (Ediciones
La Fragatina), las lentes nos traen más de un quebradero de cabeza a los que
las usamos desde niños? Muchos complejos han acabado con las gafas pisoteadas
en el patio de recreo, muchos tontos se han reído (y ríen, por lo que siguen
siendo imbéciles) de nosotros, y muchas envilecidas mujeres nos han repudiado
por ser miopes, pero… ¿saben qué? Allá ellos con sus estúpidos prejuicios, siempre
hay gente que sabe valorar una mirada enmarcada… y quererla.
Un artículo buenísimo y muy divertido, digno de ver y de leer. ¡Enhorabuena! Y GRACIAS por dedicarle un espacio a LAS GAFAS DE VER en tu blog.
ResponderEliminarNo hay de qué, Margarita. Es un placer reseñar una obra de calidad. ¡Un saludo!
ResponderEliminar