Tras
dejarme los higadillos -y la cartera- en la feria, y sufrir un comienzo de
curso bastante aburrido (necesito algo más excitante y diferente), aquí regreso
tras un verano movidito (tanto por el kilometraje, como por las emociones) en
el que mi cabeza ha dejado a un lado letras y problemas, y se ha dedicado a otros menesteres
más banales (léase comer, beber y dormir: la columnata del descanso). Y he aquí
el resultado: una verborrea no tan aguda como de costumbre (como cualquier
vehículo aparcado durante meses, el cerebro necesita su tiempo para arrancar…)
y un discurso no tan bien articulado como me gustaría, pero… ¡Empezamos!
Pasados
ya julio, agosto y buena parte de septiembre, cogí el mando a distancia y,
haciendo un esfuerzo sobrehumano para recordar su funcionamiento, encendí el
televisor, constatando una vez más, que la actualidad (en contra de lo que cabe
esperar) sigue siendo similar a la de junio: un coñazo. Un crecimiento
económico que no llega, la Merkel sigue jodiéndonos, Putin dando por culo, los
yihadistas más que Putin, Mas continua a cuestas con la consulta soberanista,
nuestro flamante rey pinta menos que una mona, Rajoy gobernando a la gallega, y
todo el mundo engrosando las listas del paro. En resumidas cuentas, un
septiembre igual de gris que los anteriores…
A
pesar de ello, algo me dice que debemos ser optimistas. No por la liquidez que
Europa insufla a los bancos, ni por las temibles ideas de Montoro (el amor de
este hombre por las clases medias es inhumano), ni por el (des)esperanzador discurso
de Podemos, ni por la popular aproximación del tal Pedro Gómez a las clases
obreras (manda huevos que haya que hacer uso de “Sálvame” para captar abuelas y
analfabetos… ¿por qué no va también a MHYV?), sino por nosotros mismos. Hay que
creer en nuestra capacidad para idear, para imaginar nuevas formas de negocio,
para revolucionar los campos de la ciencia, de la tecnología, de la empresa, de
los servicios sociales, del arte y de la literatura. Se empieza a ver algo de
color en nuestras vidas, a tornar el blanco y negro en algo más productivo,
algo más especial; un mensaje similar al que El hombrecillo vestido de gris y otros cuentos de Fernando Alonso y con ilustraciones del genial Ulises Wensell,
un libro ya clásico (desde que ganara el Premio Lazarillo en los setenta)
y recién re-editado por Kalandraka (creo que han aprovechado para comprar todo el fondo de armario de Alfaguara), hace
referencia.
Empiecen
bien la temporada lijera y no se lo pierdan.
Me encanta que reediten clásicos ligeros españoles. Bonito regreso, Román.Bien hallado.
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