Cuando
hablamos de fama -esa que a tantos deslumbra-, debemos de tener en cuenta las
numerosas acepciones que acarrea, ya que, últimamente, ser famoso se limita a
un sentido peyorativo, asociado más al morro y la perrería, que al trabajo bien
hecho y la mera filantropía.
En
la sociedad actual, salir en la tele cunde mucho, sobre todo para hincharse a
billetes y montarse un negocio redondo. Se cuentan por centenas los arribistas
que pretenden vivir del cuento, de sus discursos barriobajeros, de su historial
sexual y/o delictivo, o de las tetas postizas, algo que bien pensado tiene su
mérito (se exponen a los abogados, a los cirujanos plásticos y a todo tipo de
enfermedades de transmisión sexual).
A
veces me pregunto dónde ha quedado ese ánimo de escalar a la cima del
reconocimiento a golpe de estudio y trabajo. Otras hablo con el sofá y me
remito a pensar que los medios de comunicación han allanado mucho el camino
hacia la fama… ¿Para qué esforzarse si todo puede ser más fácil? Sólo basta con
acudir a algún piscolabis en el que hacerse notar entre la muchedumbre,
sonreír, charlar animadamente sobre cualquier banalidad, y dejarse querer por
las cámaras de fotos ante el “photocall”. Si a ello unes una verborrea
aplastante y un estilo cuidado y acorde con el del resto de los invitados (la
mujer del césar no sólo ha de ser honrada, sino parecerlo) tenemos un producto
más que rentable del que se puede vivir un tiempo.
Si
no me creen sólo deben fijarse en un esperpento como Francisco Nicolás G.I.,
también conocido como El pequeño Nicolás (me encanta este apelativo tan “lijero”),
que a sus escasos veinte años nos ha dejado boquiabiertos con la jeta
kilométrica de la que le ha provisto la madre naturaleza, así como demostrarnos
que cualquier muerto de hambre con ínfulas (no hay pocos en un país como este) puede hacerse
pasar por un personajillo de medio pelo para, a base de lamer culos, abrirse
camino en el mundo de la política de tres al cuarto, dárselas de importante y
sacar algún beneficio coyuntural.
Y
no mentiré si digo que por mi parte, pueden quedarse con toda esa fama efímera
y ridícula. Prefiero la notoriedad que no perece, aquella popularidad que
perdura en la memoria colectiva y queda asociada al prestigio, a la reputación intachable,
a un reconocimiento de calidad.
En
cualquier caso, les recomiendo Altos
vuelos, de Golden Cosmos (Doris Freigofas) y Daniel Dolz, un libro de
conocimientos desplegable editado en castellano por Barbara Fiore Editora que
narra la historia de la aviación desde sus inicios hasta nuestros días, para
que, si no tienen en deseo ser alguien conocido, al menos, puedan despegar con
su imaginación.
Me encantan las ilustraciones!
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