Desde
un tiempo a esta parte se ha puesto muy de moda entre las editoriales (no sólo en
las del ramo, sino en otras muchas que trabajan la literatura de manera
general) el reeditar los clásicos con una visión renovada, no sólo refiriéndose
a la traducción, la tipografía y el formato, sino también a la imagen, una que,
además del mundo de la ropa, la decoración o los perfumes, también está revolucionando
el de los libros.
La
primera vez que pensé acerca de las consideraciones que recojo hoy aquí fue con
el Robinson Crusoe que ilustró Ajubel
(cuyo trabajo me encanta, he de apuntar) allá por el año 2009 y que fue editado
por Media Vaca. Aunque largamente premiado y muchas veces reseñado por críticos
y blogueros, esta versión de una de mis novelas de infancia me supo amarga.
Yo
recordaba la historia de Defoe como una mirada llena de grandes descubrimientos
y pequeños detalles, pero cuando abrí este libro, algo en mi interior pareció desvanecerse. Nada tenía que ver con mis recuerdos, con las palabras leídas, las
imágenes que había construido mi mente eran otras menos coloristas y más
realistas, eran diametralmente opuestas. Fue entonces cuando, tras haber loado
las bonanzas de la ilustración como inmejorable compañera de viaje de un texto,
me dio por pensar que no siempre debía ser así.
Si bien es cierto que a las
ilustraciones de este tipo de novela se les otorga un valor extrínseco (potencia la venta del
producto, lo hace más atractivo y da visibilidad al trabajo de geniales artistas), no hay duda que también lo tienen intrínseco pues ofrecen una nueva perspectiva, enriquecen la mirada y poseen su propio discurso (son otra forma de arte, ¿recuerdan?). Es decir, con un solo producto ofrecemos dos entidades discursivas, dos artefactos culturales que invitan a pensar. Entonces añado otro par de preguntas: ¿Debe existir un vínculo entre texto e ilustraciones en el caso de una novela ilustrada? ¿Se deben leer de manera conjunta?
Para otra consideración sobre este tema, les sugiero echar un ojo a dos ediciones de Moby Dick (Hermann Melville) con diferente tipo de ilustración. Por
un lado tenemos la recién editada por Sexto Piso con ilustraciones de
Gabriel Pacheco (2014), por otro la editada por Anaya con ilustraciones de Judit
Morales y Adrià Gòdia (2003). Aunque las dos son impecables podríamos decir que
una es más lúgubre y la otra más luminosa, en una se realza el espíritu
aventurero, mientras que en otra el camino tortuoso de la venganza, una es
transparente, la otra reflexiva, una muestra y la otra se presta a la
interpretación. Seguramente la primera está encaminada al lector juvenil y la
segunda al adulto pensador.
De regalo dos preguntas: ¿Qué sucedería si el adulto leyera la primera
y viceversa? ¿Influye el estilo del ilustrador en la impresión final de la lectura?
En el caso de obras clásicas infantiles hay que desviar la mirada hacia la gran pantalla, por ejemplo hacia las adaptaciones animadas de los cuentos clásicos que Disney u otras productoras han llevado y llevarán al celuloide, y de las que tanto hablamos los monstruos en post como este.
Tras visionar estas versiones, el infante, el pequeño lector, no sabe
identificar los personajes fuera del contexto del dibujo animado, sino que su
subconsciente queda impregnado de numerosas preconcepciones que lo alejan de la
obra original, concebida inicialmente para ser leída o escuchada, nunca para
ser vista (hay muchos estudios y libros que, como Siete llaves para valorar las historias infantiles hablan de este fenómeno).
Como
pequeño experimento les recomiendo comparar varias ediciones de Alicia en el País de las Maravillas.
Empiecen leyendo la original (editorial Anaya), sigan con la ilustrada por
Arthur Rackham (si no la encuentran, vean algo por internet), la ilustrada por Rebecca Dautremer (editorial Edelvives), la ilustrada
por Robert Ingpen (editorial Blume), y terminen con las versiones cinematográficas que Disney
o Tim Burton hicieron de este clásico… ¿Es la misma Alicia en todos los casos? ¿Se
parece su Alicia a alguna de ellas? ¿Qué tiene su Alicia que no tengan estas?
¿Y por qué no ocurre esto en el Pequeño
azul, pequeño amarillo de Lionni, El
libro triste de Rosen y Blake o el Pomelo
de Badescu y Chaud? Porque sencillamente fueron concebidos como álbumes ilustrados desde los inicios, es decir, el autor o los autores, idearon el
producto literario como un todo, de tal manera que, texto e imagen bien engrasados, echaran a correr unidos en pro de un final conjunto: contar una
misma historia.
Por todo ello y en aras de ensalzar el valor que la palabra tiene en una obra literaria que fue creada en lenguaje verbal, yo siempre recomiendo leer el clásico en su versión original y después, cuando hayamos disfrutado de la obra, imaginado sus escenas y construido nuestro propio discurso, explorar el universo de las ediciones ilustradas. De esa manera nuestra experiencia de lectura será única y a la vez múltiple sin sentirnos abocados a otras miradas, subyugados a otras perspectivas, y condicionados por otros discursos. Porque llevándole la contra a la Alicia de Carroll: un libro sin dibujos también sirve para leer.
No sé que decirte, pero es que yo casi siempre no sé qué decir cuando no estoy seguro y menos cuando estoy inseguro.
ResponderEliminarIlustración, imágenes; libros, cine?
Todos estamos hechos de lo que vemos, y vimos, y de lo que leemos y leímos.
Yo me hice ilustrador por las imágenes de los libros que leía; Moby Dick, Tom Sawyer, La isla del tesoro...tanto me influyeron las imágenes "imaginadas"al leer como las vistas " al leer" las ilustraciones. Para mí son inseparables. Quién no quedó pasmado ante las imagenes cinematográficas de Nosferatu? Es inseparable la iconografía de el texto literario. Lo que creo es que que ,en el fondo, no nos gustan todas las ilustraciones que vemos.
Dos ejemplos de todo lo contario, dos ejemplos que creo hacen que un buen texto , dos textos magistrales, valgan aún más si cabe: Drácula, ilustrado por Fernando Vicente y los cuentos de Poe, ilustrado por Jesús Gabán.
¿ Hay alguien a quien les sobren estas ilustraciones de sus libros??
Un cordial saludo.
A.G.