Cuando
un ser monstruoso como yo acude a una librería en Inglaterra o cualquier país anglosajón
(daré por válido cualquiera que pertenezca a la Commonwealth) y toma entre sus
manos un álbum ilustrado infantil, lo primero que llama la atención es el
formato. Los ingleses o norteamericanos
prefieren ser prácticos. Los libros para niños sufren lo que no está escrito.
Se doblan, se golpean y se rompen sin mesura, ¿para qué editarlos con todo lujo
de detalles si la mitad acaban mutilados? En el mercado inglés la mayor parte
de los títulos que se editan se hacen en doble formato, tapa dura y tapa blanda
(aquí sólo apostamos por un formato, generalmente tapa dura, más bonito y
elegante… ¡Cuánta tontería hay en España!, ¿Será porque compran los padres y no
los hijos?). Y así, la mayor parte de los libros que encontrarán en la sección
de literatura infantil de Waterstones o Foyles son de tapa blanda. Sí, bastante
llamativo pero con mucha lógica: la tapa blanda tiene un precio bastante menor
que su hermana mayor, algo la mar de interesante para el cliente que prefiere
comprar cuatro libros para su hijo en vez de dos.
En
segundo término cabe reseñar el tipo de ilustración: los anglosajones son los
reyes del “cartoon”. Podemos citar innumerables ejemplos de libros con ese
estilo desenfadado, expresivo y bastante humorístico que, a caballo entre la
caricatura y el cómic, es muy próximo a los niños, no sólo para contar
historias desternillantes, sino para otro tipo de historias mucho más serias.
Desde el famosísimo Quentin Blake hasta el sorprendente Jon Klassen son muchos
los artistas que prestan sus líneas para muchos de los libros con cierto éxito
dentro de aquellas fronteras para vender luego sus derechos al resto del mundo.
Por el contrario, nuestra ilustración no puede encasillarse de manera tan clara
(no hay muchos trabajos patrios de buen “cartoon”…), somos más poliédricos, más
serios, más artísticos y menos desenfadados. Nos preocupamos más por la narrativa,
de la imagen como arte, y abandonamos el mundo infantil en pro de otro más
indefinido. Dos formas de proceder bastante distintas, pero igual de lícitas.
Por
último quiero llamar la atención sobre el tipo de historia. Nosotros somos
profundos y complejos. Ellos son sencillos y distendidos. Seguramente su punto
de partida es el entretenimiento y quizá el nuestro sea el dogma. El anglosajón
valora el ocio y la diversión, lo que le lleva a disfrutarlo abiertamente y a
divertirse como un enano (que se lo digan a cualquiera que haya vivido una
larga temporada en EE.UU.), nosotros en
cambio idolatramos el ocio, lo magnificamos, algo que no nos deja sacar el
máximo partido de él, a no aprovecharlo. La intensidad es la misma pero no la
intención, algo que quizá no nos deje aproximarnos abiertamente al público
infantil, uno que no quiere lecciones, sino sonrisas.
Para
que comparen y opinen de todo esto, aquí les traigo Oliver y el troll, un título de gran éxito, escrito e ilustrado por
Adam Stower, y editado en España por Picarona (¿Por qué no habrán mantenido el juego de palabras del título?), que creo que es un gran ejemplo
de todo lo que les he hecho llegar a través de este post. La historia de este
niño que intenta disuadir a un hambriento troll para que no se lo zampe es
sencilla, jocosa y luce unas ilustraciones dinámicas y desenfadadas. Quizás
muchos digan que nuestros álbumes son mil veces mejores, tienen mayor calidad
artística y están pensados al milímetro, pero ¿tienen tanto éxito entre el
público infantil? No menosprecien a los ingleses, ellos inventaron el álbum
ilustrado, y por tanto tienen mucha experiencia. Saben lo que el niño quiere y
se lo dan.
Interesante entrada, estoy de acuerdo en muchas cosas. El mercado anglosajón es más maduro, más experto, más tecnificado (en el sentido del oficio) y más centrado en el lector, me parece. Los álbum ilustrados son parte de la vida de los nños, mucho más que en España yo creo.
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