La
vida es un viaje extraño y pasajero en el que cada uno de nosotros deja
impresas unas huellas más o menos profundas sobre los caminos que recorren la
piel del mundo. Algunas son leves y
efímeras, otras firmes y polvorientas…, como las del petirrojo sobre las
primeras nieves del invierno, como el caballo en la furia de la batalla… Hay
huellas pequeñas y otras de mayor calibre. También pasajeras o permanentes. A
veces son dolorosas, pero también hay muchas que te traen una sonrisa. Me gustan las huellas que huelen a caricia y
detesto las que saben a honda pena.
A
pesar de que la inmensa mayoría decidimos embarcarnos en el deambular por el
tiempo de una forma individual, las pisadas que dejamos caer sobre ese parco hilo
que es la vida, dependen más del peso que ejercen los demás que de nuestra
misma gravedad. Si nos dejamos guiar por las extraviadas agujas de otras brújulas,
de otros nortes que no son los nuestros, nos desorientamos, quedamos inútiles
ante el vaivén de los meteoros, nuestra travesía se vuelve inservible y,
finalmente, no arribamos al destino que nos marcamos sobre el mapa de la ruta.
Desconfíe
de esos que pasan de puntillas por la vida, de esos que, como espectros vacíos,
no imprimen bonanza alguna sobre los demás, de esos que deambulan por los
senderos que otros dibujaron primero. Aléjese de su maldad pasajera, de su
fútil existencia, de su estrechez de miras, de sus insustanciales prejuicios. Hágame
caso: rodéese de hombres auténticos, valientes y bienaventurados, de mente
preclara, rebosantes de ideas y pasión, trabajadores y sinceros, de esos que,
pese a su insignificancia y con la ligereza de sus pasos, te dejan un dulce
poso.
Buscar
una meta, robarle el significado a los días, ignorar a los demás, ser
consecuente con tus ideas y actos, anhelar un trayecto personal, intentar hacer
algo, es lo que mueve a los hombres de gran valía que, como Ernest Shackleton (ese
irlandés que intentó atravesar la Antártida cruzando por el polo sur geográfico
y que, por un golpe de mala suerte, tuvo que sobrevivir junto a sus compañeros
durante dos años en el terrible continente helado), hacen de nuestra especie un
motivo por el que merece la pena luchar, por el que exponer a la intemperie unos corazones
que, a pesar de la elasticidad de sus músculos, no retornan a su ser y se llenan
de las cicatrices imborrables que siguen trazando los pétalos caídos de los
cerezos, las sonrisas infinitas que me traían tus ojos azules... Mi mar, tu
cielo.
Poético, bello, verdadero,...
ResponderEliminarPoético, bello, verdadero,...
ResponderEliminar