Reconozco
que, aunque soy un hombre que gusta de la luz del día y de sus bonanzas, tengan
estas que ver con la producción de vitamina D o con el “café torero” que muchos
estilan en las tardes de feria, he de reconocer que soy un enamorado de la
nocturnidad y la alevosía (sin llegar a las manos, por supuesto).
Me
tacharán de licántropo o vampírico, pero bien pensado, les diré que no soy el
único al que le encanta la noche, sino que son muchos los personajes de la
literatura infantil que prefieren estas horas del día para llenar de magia y
misterio sus historias. Y si no, fíjense: ¿Cuándo aparece la sombra de Peter
Pan en la habitación de Wendy? ¿Cuándo viaja Max al lugar donde viven los
monstruos? ¿La cama del pequeño Nemo echa a volar en plena noche, no? ¿Cuándo
intentan secuestrar los goblins a la princesa? ¿A qué hora Cenicienta recibe la
visita del hada madrina?...
Si
lo piensan bien llegarán a la conclusión de que muchos de los momentos álgidos
de los cuentos de hadas, de las historias para niños, tienen lugar durante la
noche, algo que los envuelve en una atmósfera especial que va de lo lúgubre a
lo desconocido. Quizá sea un recurso estilístico más del que, desde tiempos
inmemoriales, se han servido los escritores para simbolizar de un modo visual
la contraposición entre lo blanco y lo negro, la claridad y la oscuridad, lo
bueno y lo malo.
Si
nos fijamos podremos deducir que en muchas obras dirigidas a los niños, sobre
todo aquellas conclusas -hay algunas que dejan una ventana abierta a la
oscuridad, léanse las secuelas de Harry Potter en las que lo oscuro sirve como
enlace a los diferentes episodios de la saga-, podemos encontrar un inicio
nocturno y un final diurno, algo que podría aludir al triunfo de la bondad sobre
las turbias tretas de la vida (N.B.: También podríamos encuadrar estas inclinaciones dentro de
las corrientes narrativas clásicas ya que las corrientes contemporáneas se
sirven de otras artimañas para lograr libros menos predictivos).
Este
es el mismo argumento al que Lemony Snicket y Jon Klassen aluden en La oscuridad (editorial Océano-Travesía)
un libro-álbum con unos recursos ilustrados (es maravilloso ese juego de luz y
sombras que, aunque bastante usado en los últimos tiempos como apunte estético
en la ilustración, resulta muy evocador), aparentemente sencillo, y que esconde
claras alusiones (desde una perspectiva moderna y actual, todo hay que decirlo, ya que hace patente en palabras el diálogo o conversación entre las dos facciones a las que alude) a esa dicotomía que ha llenado páginas desde que el hombre es hombre, desde que
el niño es niño.
Encender la noche. Ray Bradbury
ResponderEliminarEncender la noche. Ray Bradbury
ResponderEliminar¡Otro gran libro sobre luz y oscuridad! Un saludo, Bárbara.
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