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miércoles, 15 de abril de 2015

La oscuridad en los libros para niños


Reconozco que, aunque soy un hombre que gusta de la luz del día y de sus bonanzas, tengan estas que ver con la producción de vitamina D o con el “café torero” que muchos estilan en las tardes de feria, he de reconocer que soy un enamorado de la nocturnidad y la alevosía (sin llegar a las manos, por supuesto).
Me tacharán de licántropo o vampírico, pero bien pensado, les diré que no soy el único al que le encanta la noche, sino que son muchos los personajes de la literatura infantil que prefieren estas horas del día para llenar de magia y misterio sus historias. Y si no, fíjense: ¿Cuándo aparece la sombra de Peter Pan en la habitación de Wendy? ¿Cuándo viaja Max al lugar donde viven los monstruos? ¿La cama del pequeño Nemo echa a volar en plena noche, no? ¿Cuándo intentan secuestrar los goblins a la princesa? ¿A qué hora Cenicienta recibe la visita del hada madrina?...


Si lo piensan bien llegarán a la conclusión de que muchos de los momentos álgidos de los cuentos de hadas, de las historias para niños, tienen lugar durante la noche, algo que los envuelve en una atmósfera especial que va de lo lúgubre a lo desconocido. Quizá sea un recurso estilístico más del que, desde tiempos inmemoriales, se han servido los escritores para simbolizar de un modo visual la contraposición entre lo blanco y lo negro, la claridad y la oscuridad, lo bueno y lo malo.


Si nos fijamos podremos deducir que en muchas obras dirigidas a los niños, sobre todo aquellas conclusas -hay algunas que dejan una ventana abierta a la oscuridad, léanse las secuelas de Harry Potter en las que lo oscuro sirve como enlace a los diferentes episodios de la saga-, podemos encontrar un inicio nocturno y un final diurno, algo que podría aludir al triunfo de la bondad sobre las turbias tretas de la vida (N.B.: También podríamos encuadrar estas inclinaciones dentro de las corrientes narrativas clásicas ya que las corrientes contemporáneas se sirven de otras artimañas para lograr libros menos predictivos).


Este es el mismo argumento al que Lemony Snicket y Jon Klassen aluden en La oscuridad (editorial Océano-Travesía) un libro-álbum con unos recursos ilustrados (es maravilloso ese juego de luz y sombras que, aunque bastante usado en los últimos tiempos como apunte estético en la ilustración, resulta muy evocador), aparentemente sencillo, y que esconde claras alusiones (desde una perspectiva moderna y actual, todo hay que decirlo, ya que hace patente en palabras el diálogo o conversación entre las dos facciones a las que alude) a esa dicotomía que ha llenado páginas desde que el hombre es hombre, desde que el niño es niño.


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