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miércoles, 29 de abril de 2015

Narices y más narices


Esta primavera le ha dado algo de asueto a mi nariz. A pesar de que hay algunos estornudos por aquí y un enrojecimiento de ojos, parece que el órgano nasal está saliendo algo indemne. Todavía no se encuentra irritada, no hace aparición el picor de otros años, la piel sigue intacta (de tanto sonarla, ¡acaba levantada y dolorida…!) y no ando con el moquero colgando de ella a todas horas. Esperemos que pañuelos, mocos y taponamiento no se presenten de repente y me dejen disfrutar de la honda respiración y mi todavía (je, je) juvenil capacidad pulmonar.
Lo cierto es que la cosa tiene narices (nunca mejor dicho) y, seguramente, a más de un extraterrestre le parecería mentira que un órgano tan sencillo (aparentemente, como todo en la madre natura… ), dé tanto la lata. Todo tiene su intríngulis, llámese oreja, boca o lengua, y el lugar donde apoyamos las gafas no podía ser menos.


Siempre que se me ocurre hablarles de la nariz a mis alumnos, no dan crédito a que tenga tanto qué contarles. Que si es una protuberancia con forma piramidal, que si está formada por tejido óseo, cartilaginoso y epitelial, que si en ella quedan alojadas las fosas nasales y el sentido del olfato, que si existen siete olores básicos (esto gusta mucho, así que se los apunto:  flores, menta, éter, alcanfor, acre, podrido y almizcle), que si el resto de los aromas que conocemos surgen de la combinación de estos y que si en nuestra memoria olfatoria pueden guardarse ¡más de seis mil olores diferentes! (Si no me creen, piensen en uno de esos momentos en los que el olor a suelo mojado o el de la playa con su salitre, les han retrotraído a su tierna infancia… ¿Ven? ¡Ahí está la prueba!). Todo lo que rodea a nuestra nariz, naricilla o narizota (y por ende a nuestro organismo) tiene algo misterioso, está repleta de curiosidades, anécdotas chistosas y experiencias, que nos apasionan.


Seguramente muchos no piensen igual que un servidor a tenor de grandes o pequeños complejos, o de proporciones directas o inversas, pero lo cierto es que soy partidario de reírse de esa protuberancia que separa a nuestros globos oculares y que, a veces, vestimos con un bonito mostacho, de sacarle partido a su forma y volumen y lucirla siempre que podamos, algo de lo que dos señores maños (Pepe Serrano y David Guirao) y la pequeña editorial Nalvay (con un par de narices, ¡las modestas también saben hacer libros!) se han servido para reunir en un curioso volumen titulado El libro de las narices un conjunto de excentricidades nasales (bastante arriesgadas, pero que me han encantado por la combinación de formatos, técnicas y estilos) que, además de arrancarte abundantes risas, ilustrarnos sobre tochas históricas, de cuentos o especiales, da mucho juego a otorrinolaringólogos, maestros en ciernes, psicólogos, cirujanos plásticos y amantes de los perfumes que, cómo no, viven a una nariz pegados. 

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