Esta
primavera le ha dado algo de asueto a mi nariz. A pesar de que hay algunos estornudos
por aquí y un enrojecimiento de ojos, parece que el órgano nasal está saliendo
algo indemne. Todavía no se encuentra irritada, no hace aparición el picor de
otros años, la piel sigue intacta (de tanto sonarla, ¡acaba levantada y
dolorida…!) y no ando con el moquero colgando de ella a todas horas. Esperemos
que pañuelos, mocos y taponamiento no se presenten de repente y me dejen
disfrutar de la honda respiración y mi todavía (je, je) juvenil capacidad
pulmonar.
Lo
cierto es que la cosa tiene narices (nunca mejor dicho) y, seguramente, a más
de un extraterrestre le parecería mentira que un órgano tan sencillo
(aparentemente, como todo en la madre natura… ), dé tanto la lata. Todo tiene
su intríngulis, llámese oreja, boca o lengua, y el lugar donde apoyamos las
gafas no podía ser menos.
Siempre
que se me ocurre hablarles de la nariz a mis alumnos, no dan crédito a que
tenga tanto qué contarles. Que si es una protuberancia con forma piramidal, que
si está formada por tejido óseo, cartilaginoso y epitelial, que si en ella
quedan alojadas las fosas nasales y el sentido del olfato, que si existen siete
olores básicos (esto gusta mucho, así que se los apunto: flores, menta, éter, alcanfor, acre, podrido y almizcle), que si el
resto de los aromas que conocemos surgen de la combinación de estos y que si en
nuestra memoria olfatoria pueden guardarse ¡más de seis mil olores diferentes!
(Si no me creen, piensen en uno de esos momentos en los que el olor a suelo
mojado o el de la playa con su salitre, les han retrotraído a su tierna
infancia… ¿Ven? ¡Ahí está la prueba!). Todo lo que rodea a nuestra nariz,
naricilla o narizota (y por ende a nuestro organismo) tiene algo misterioso, está
repleta de curiosidades, anécdotas chistosas y experiencias, que nos apasionan.
Seguramente
muchos no piensen igual que un servidor a tenor de grandes o pequeños
complejos, o de proporciones directas o inversas, pero lo cierto es que soy
partidario de reírse de esa protuberancia que separa a nuestros globos oculares
y que, a veces, vestimos con un bonito mostacho, de sacarle partido a su forma
y volumen y lucirla siempre que podamos, algo de lo que dos señores maños (Pepe
Serrano y David Guirao) y la pequeña editorial Nalvay (con un par de narices, ¡las modestas también
saben hacer libros!) se han servido para reunir en un curioso volumen titulado El libro de las narices un conjunto de
excentricidades nasales (bastante arriesgadas, pero que me han encantado por la combinación de formatos, técnicas y estilos) que, además de arrancarte abundantes risas, ilustrarnos
sobre tochas históricas, de cuentos o especiales, da mucho juego a
otorrinolaringólogos, maestros en ciernes, psicólogos, cirujanos plásticos y
amantes de los perfumes que, cómo no, viven a una nariz pegados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario