Ya
ha llegado el Día del Libro (también San Jorge, ¡felicidades a todos ellos!) y
con él una gran cantidad de actividades que, como espárragos (en primavera es
lo que toca), crecen por todas las bibliotecas, librerías, ferias del libro,plazas
y demás lugares donde mora la lectura. También es un clásico de estas fechas el
premio Cervantes y los millares de alusiones al Quijote, más todavía cuando este año se conmemora el centenario de
su segunda parte (otra excusa perfecta para gastar dinero a raudales en fastos
gubernamentales, esperemos que sirva para algo, que ya se sabe…).
Además
del empeño institucional en hacernos leer (lo que ellos quieran… paradojas…),
la Escuela (¡Qué pena que esa intención no venga de padres y amigos!) defiende
y recuerda la lectura del Quijote
entre los más pequeños como una catarsis salvadora ante la ignorancia y la
estupidez que nos asola (¿Será ese el remedio a nuestros males…?).
No
dudo que leer las aventuras de este caballero de tres al cuarto pueda ser la
perfecta excusa para darse bombo (los medios es lo que tienen) y crear lectores
patriotas (N.B.: A pesar de tomar ejemplo de los países anglosajones y velar
por nuestra identidad literaria, más todavía si tenemos en cuenta el alza del
castellano, les hago saber que la
mayoría de las obras de Shakespeare son teatrales, un género en el que intervienen
más factores que en el narrativo, lo hacen mucho más lúdico y más atractivo),
pero así jamás conseguiremos despertar el gusto por la lectura y crear lectores
competentes cuya afición perdure en el tiempo… No nos engañemos, para leer el Quijote y entenderlo (he ahí la base de
la lectura), hay que entender la vida y sus sutilezas.
No
dudo de las bondades de la obra magna de la Literatura española, he incluso
creo en su vertiente más simplista y jocosa (algo de lo que se han servido las
muchas adaptaciones infantiles que ha tenido la obra), pero discrepo totalmente
en que debe ser una lectura obligada entre niños y jóvenes, no sólo por su
anacronismo, sino porque puede llegar a hacerles odiar la lectura en su
múltiples vertientes. Seguramente me echarán a los leones por estas
afirmaciones castradoras, pero les hago saber que he oído de todo a tenor de El Quijote… Algunos se quejan de un
lenguaje y un contexto obsoleto que poco les puede ofrecer, otros hablan
abiertamente sobre su repulsa aduciendo una lectura impuesta durante sus años
mozos, y otros (pocos, hay que decirlo) se declaran fieles seguidores de las
andanzas del hidalgo y su escudero.
Aunque
es un clásico en todos los hogares españoles (compartiendo estantería con La Sagrada Biblia y esa enciclopedia que
un jeta nos endosó en los ochenta como excusa de nuestra alfabetización
postfranquista), pocos son los que se han atrevido a cogerlo entre sus manos…
¿Será porque es demasiado voluminoso o será porque desde niños nos han
desvelado sus misterios, nos han hecho evidentes sus pasajes, forma parte de
nuestra familia y ya no tiene secretos para nosotros? La lectura es
descubrimiento, es experimentar, aprender, también es viajar, es vivir por
nosotros mismos.
Por
todo ello la tarea de los maestros, de los bibliotecarios, de los libreros, de
los padres, de los enteraos, es la de presentar a los aprendices de lectores
las lecturas del futuro, de inculcar respeto hacia los libros, de posibilitar
la elección literaria, nunca desvelar sus secretos, de sortear la magia que
rezuman los libros, sean nuevos, viejos y venideros.
¡Feliz
Día del Libro 2015!
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