Hace
doscientos diez años, tal día como hoy, nació Hans Christian Andersen, el único
hijo de un humilde zapatero que escribió como adulto lo que le hubiera gustado
vivir siendo un niño… ¿O quizá fue al revés? Tal vez escribió con sus palabras
de niño lo que vivía como adulto… ¡O mejor aún! ¡El niño y el adulto siempre
fueron de la mano!... Y entonces, se preguntarán: ¿Andersen era uno de los
nuestros? A lo que diré (después de haber leído una de sus autobiografías
titulada El cuento de mi vida sin
literatura) que, seguramente lo fue en un tiempo en el que todavía era muy
difícil ser un monstruo, uno de esos hombres que soñaban como niños.
Les
puede sonar paradójico que siempre sean los adultos quienes escriben para
niños, quienes ilustran para niños, quienes editan para niños, quienes compran
para niños, quienes leen para niños, quienes cuentan para niños…, pero también
les diré que no todos los adultos pueden hacerlo (recuerden a esos grandes
novelistas, a las grandes estrellas de la literatura para adultos que han
intentado escribir cuentos para los pequeños lectores y que, al final, han
salido más que escaldados), ya que para contar, leer, comprar, editar, ilustrar
y escribir para niños hay que llevar un niño prendido al alma.
Así
son los monstruos y así lo seguirán siendo mientras haya niños que sigan
leyendo, que sigan creciendo y que sigan siendo niños.
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