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lunes, 25 de mayo de 2015

El poder y la resaca post-electoral


Tras una resaca descomunal (aviso que la mía no tiene votos de por medio), un nuevo panorama político avanza sobre esta España nuestra. Lo cierto es que he oído tantas gilipolleces que ya me la suda lo que pase: no hay solución posible pese al triunfalismo de los progres y el catastrofismo de los conservadores.... Seguiremos viendo garrapatas enganchadas a un sillón, chupópteros con piel de cordero, gurús universitarios metidos a revolucionarios, mequetrefes con ganas de darse ego, jóvenes parados jugando a la desesperada… Vamos, que auguro nuevos nombres con mismas intenciones. El caso es que, por lo menos, nos alegran los cambios (sobre todo en las fotos de las redes sociales y en las portadas de los periódicos).


El poder es muy goloso y no me extraña que muchos se agarren a un enlucido para defender su corona ad infinitum, sobre todo si el contexto geográfico es el de esta Iberia minada por la farándula, el cachondeo y la burundanga. ¿Para cuándo políticos serios y honestos en España? Cuando el español no sea español, mire usté… A menos que se cree riqueza, que las ideas tomen forma, que la cultura se extienda, que se liberalicen los mercados, que las infraestructuras estén al nivel del primer mundo y que la cobertura social sea una realidad, nunca dejaremos de ser españoles.


Vamos, al español lo que le va es aplaudir a una caterva de chantajistas, extorsionadores y aprovechados por el mero afán de babear y aprovecharse de la teta, esa que ya se secó y que poco tardará en exprimirse de nuevo. No me vengan con rollos de dignidad, que hasta en los colegios, los centros de salud, las residencias de ancianos y otros lugares públicos se siguen repartiendo el pastel entre las mafias gobernantes y otras que aspiran a serlo. En resumen y traducido al vulgo les digo que siempre lo mismo: un pobre robándole a otro pobre, algo para lo que, efectivamente, hay que hacerse con ese dulce caramelo llamado poder, aunque sea por mera envidia (como decía mi señor abuelo: si un cuasiquiera tiene un bancalico, a otro cuasiquiera le da eco).


Para vamos que, a pesar de tanta chorrada, no se me apuren, el poder – sea éste el de los absolutos, demócratas o revolucionarios- es efímero (¿Ven? Es lo único bueno que tienen las amas de casa: que mandan de verdad), y a pesar de que el viento, el azar o las maquiavélicas tretas del pueblo nos coloquen la corona en lo alto, ya vendrán otros que darán paso a otros caprichos, a otras formas de gobernar. Y si no, lean a Olivier Tallec y su Felicio, rey del rebaño (Editorial Algar) una bella fábula que nos habla del totalitarismo, de las grandezas del poder, de su camino torticero y, cómo no, de su principio y fin, que, entre pitos y flautas, en todas las historias suele ser el mismo, llámese oposición, guillotina o lobo.


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