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miércoles, 28 de octubre de 2015

Animales existencialistas


A veces, en la literatura infantil, se producen coincidencias (no se si fortuitas o intencionadas) que, además de robarme una sonrisa, me producen una debacle interna que necesito aclarar colocando mis pensamientos sobre un papel (o en un documento de texto, que hoy en día viene a ser lo mismo), no sea que se me olvide quién soy, de dónde vengo y adónde voy...


No cabe duda de que si hoy se han levantado en clave metafísica, aquí tienen cuatro alternativas la mar de plausibles para lubricar la neurona.... La cabra que no estaba, de Pablo Albo y Guridi (Editorial Funreaders), El oso que no estaba, de Oren Lavie y Wolf Erlbruch (Barbara Fiore Editora) El ratón que faltaba de Giovanna Zoboli y Lisa D'Andrea (Editorial A buen paso) y El oso que no lo era de Frank Taslin (rebautizado por Ediciones Invisibles en su nueva edición como ¡Pero yo soy un oso!) son cuatro títulos para mear y no echar ni gota; no porque merezcan la pira, sino porque todos ellos adolecen de un claro existencialismo que me dispongo a cortar y doblar (¡si es que puedo!).


Lo del devenir es un coñazo aunque muchos lo tengan como afición..., se pasan la vida dándole al coco y produciendo poco... Una buena excusa para hacer lo que les sale del fandango. Un mero entretenimiento que, a mi forma de entender, da pocos frutos y que, o acaba contigo, o acaba contigo. Esta claro que eso de buscar sentido al día a día es para personajes aburridos como los de los libros de hoy: una granja entera, dos osos y un gato... Todos ellos bastante “zoo-lógicos” (¡chiste de biólogo al canto!). Eso sí, cabe destacar ligeras -o pesadas- diferencias entre unos y otros... Veamos... Tenemos dos osos bastante preocupados por hallarse en este mundo. Mientras el oso que no lo era ¿logra? dar consigo mismo, el oso que no estaba necesita la sabiduría y apreciaciones de sus compañeros en el viaje que se le presenta (podría parecerse al mismo que recorrió la Alicia de Carroll aunque en un tono más forestal) y hacer frente así a la amnesia sufrida -no sabemos muy bien porqué- y dar sentido a una nota que parece caída de un libro de autoayuda. Aunque el más somero de todos ellos está protagonizado por una cabra que parece una entelequia hasta el final de la lectura, te logra sacar una sonrisa y explora el significado de los verbos “ser”, “estar” y “parecer” desde la perspectiva de los terceros, esos que se encargan de dar rienda suelta a su imaginación y darle forma a la existencia de la cabra y la propia. La última historia, tiene que ver con un gato que deja de lado su propia vida para obsesionarse con la de un ratón que nadie sabe si existe.


Todas ellas son narraciones extrañas. A veces no tienen mucho sentido (les confesaré que a una de ellas me ha costado seguirle el ritmo y para otra necesité una explicación... soy así de básico y lerdo, perdónenme), otras, adquieren un hondo significado, pero todas tienen su contrapunto divertido y triste. Esto podría hacerlas aptas para todos los públicos, pero me gustaría aventurar que probablemente los niños encontrarían primero el somero humor, los adultos se sentirían abrumados por la incomprensión argumental de todos ellos, y tanto unos como otros necesitarían una búsqueda guiada para encontrar la intencionalidad narrativa. Por todo esto creo que sería una buena oportunidad para usarlos como excusa para un taller colectivo (¡aquí tienen chicha los bibliotecarios y maestros activos y creativos!) y cerciorarse de los varios niveles de lectura que he podido entresacar con este primer contacto.
¡Como la vida misma!  

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