Adoro
la vida de barrio, más que nada porque sabe conjugar la cercanía
del pueblo con la agilidad de la urbe, un tándem tan peligroso, como
encantador... Las grandes superficies coexistiendo con los comercios
de toda la vida, vecinos de siempre con otros más pasajeros, pisos
de nueva construcción compartiendo acera con otras casitas pequeñas
de planta baja y bloques de viviendas sociales. Siempre hay un par de
colegios y algún que otro instituto, los afortunados tienen un
centro de salud, alguna sucursal bancaria y un centro sociocultural.
Panaderías a tutiplén, fruterías desperdigadas, un par de
carnicerías, pescaderías, algunas, peluquerías varias y muchos
bares (ya saben, esto es España), hacen las delicias del bullicio y
las transacciones entre sus habitantes. Si tienen alguna placita o
jardín cercano, pueden asomarse a la ventana y escuchar el griterío
de los niños al jugar, el parloteo vespertino de los viejos y un
sinfín de graznidos humanos que llenan el aire de las calles que
cruzan ese mini-universo llamado “barrio”.
Cada
barrio tiene sus personajes (los hay entrañables, legendarios y muy
odiados) y su personalidad, ya saben..., los hay muy familiares y
otros más impersonales, los bulliciosos y los silenciosos, los
elegantes y los quiméricos... También hay mucho barrio famoso en la
geografía española, léanse el de Triana en Sevilla, el madrileño
Carabanchel, el del Carmen valenciano, el Gótico de Barcelona, el de
la Viña en Cádiz o el Húmedo leonense, pero tengan por seguro que,
como el barrio de uno, no hay ninguno, pues constituye una patria
chica que controlamos a la perfección por cercanía, costumbre y
tradición. Una realidad que sirve y ha servido de excusa para que
muchos creadores de libros LIJ contextualicen sus historias en
barrios ideales donde una parte del mundo le echa un cable a la otra
parte (algo que, lamentablemente, está empezando a cambiar...), y
todos los personajes interactúan entre sí formando parte del mismo
hilo conductor.
Sin
ir más lejos podemos toparnos con esta idea en El
maravilloso mini-peli-coso de Beatrice Alemagna y editado por
Combel (¿Por qué será que cuando un título es maravilloso me envían el ejemplar demasiado tarde? Snifff, ¡así no hay quien haga fotos decentes!), un libro redondo y colorista. Redondo (ya saben que
no suelo abusar de este adjetivo cuando se trata de libros) por su
carácter coral, su ritmo de ida y vuelta (del principio hacia la
mitad, la historia se desarrolla en un sentido, en el ecuador
encontramos el momento cumbre y, a partir de ese punto, la acción
gira y regresa sobre sus pasos, ¡una maravilla de simetría
narrativa!), su tono infantil, sus dobleces, sus personajes adultos
que regresan a la niñez y su cariz de viaje iniciático actual y
cotidiano. Y colorista por el desenfado en el tratamiento de las
ilustraciones, el buen engranaje entre las técnicas pictóricas y,
sobre todo, por las pinceladas de rosa flúor que abundan en todo el
recorrido y establecen un juego de búsqueda de similitudes y
diferencias entre la realidad y la imaginación de la protagonista.
¡Y que vivan los
barrios!
Me has tocado en la fibra... ¡Qué viva mi barrio! ¡Viva la vida de barrio y su gente! Gente común. Gente.
ResponderEliminarBueno, y dicho esto... No reconocía a Alemana en estos dibujos, pero la veo muy personal.
Me has tocado en la fibra... ¡Qué viva mi barrio! ¡Viva la vida de barrio y su gente! Gente común. Gente.
ResponderEliminarBueno, y dicho esto... No reconocía a Alemana en estos dibujos, pero la veo muy personal.
Me enamoré de esas ilustraciones!!! Quiero vivir en una de esas casas, mirando la ciudad por una de esas ventanitas jaja
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