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viernes, 4 de diciembre de 2015

Hablando de LIJ con... Arianna Squilloni


Román Belmonte. Hasta hoy, nunca habíamos hablado, ¿qué preconcebida opinión tienes de un servidor?
Arianna Squilloni. Me pareces una persona activamente curiosa.
R.B. Ja, ja, ja... Espero que eso sea positivo... Se habla de editores metódicos, de editores trepas, de editores volátiles, de editores plastas, de editores pedantes, de editores implacables... Defínete como editora.
A.S. Apasionada. No tanto de los libros, sino de la vida. Me interesan los libros en la medida en la que hablan de la vida.
R.B. Cuando charlo con editores, la pasión por los libros se huele desde los cuatro puntos cardinales, pero yo -que vivo en el mundo- prefiero no abusar de sensibilidad y pasión, y escuchar discursos más cárnicos y viscerales. Por ello me veo en la obligación de decirte: ¿Que te trajo al mundo de la edición de álbumes ilustrados, de la literatura infantil?
A.S. La casualidad hizo que descubriera que existía algo llamado literatura infantil... En Italia, en el curso de gestión editorial que frecuentaba, había una chica que solo quería trabajar en libros para niños, porque decía que pasar el día entre palabras e imágenes era maravilloso, pero yo no acababa de entender de qué hablaba. Al llegar a España, aterricé en “Thule Ediciones” como correctora de italiano, justo cuando José Díaz estaba a punto de empezar a publicar para las librerías, pero luego me quedé para ocuparme de las colecciones de libros para niños.
R.B. Con frecuencia se dice que un buen editor es aquel que cultiva el placer de la lectura, pero poco se habla de la sensibilidad artística en los editores de álbumes ilustrados ¿Qué piensas al respecto?
A.S. Sí, es posible. Lo que pasa es que, en el ámbito del libro álbum, me parece que tampoco cuenta mucho la sensibilidad literaria de los editores... Creo que las cosas están mejorando y que hay una mayor conciencia del valor literario y artístico del libro álbum, pero todavía hay mucho margen para tomarse más en serio los dos aspectos.
Por otro lado creo que hay alguna iniciativa para profundizar en el tema de la interpretación de la imagen. Por ejemplo Ana G. Lartitegui y Sergio Lairla, los autores de El libro de la suerte, un libro que he editado, publican la revista Fuera de margen e impulsan cursos y otras actividades para generar un espacio de reflexión acerca del libro álbum.


R.B. ¿Cómo has desarrollado tu sensibilidad artística?
A.S. Desde que tengo memoria he estado sumergida en un mundo en el que lo bello era importante, tanto si se trataba de la naturaleza, como de obras de arte. La hermana mayor de mi padre, la tía Natalia, es la pintora de familia, he crecido con sus cuadros y sus libros. Y luego estaba el tío abuelo Giuanìn, una persona ecléctica, que escribía, pintaba, hacía maquetas, collage y esculturas. Era extremadamente reservado y silencioso. Ambos, tanto Natalia como Giuanìn, eran maestros. También recuerdo que, de niña, cuando tenía que guardar cama, pasaba el día hojeando los catálogos de museos que me traía mi papá de sus viajes de trabajo.
R.B. Por lo general, el mundo de la edición española (como todo lo que mora en este país) está plagado de amiguismo, lameculos y pelotas. ¿Cómo ve esto una editora formada fuera de nuestras fronteras?
A.S. Creo que en general editar libros es un trabajo moralmente importante. Editar libros para niños lo es todavía más. Es por esta razón que cuando terminé de trabajar en “Thule” no busqué trabajo en una editorial ya asentada. Quería poder tomar honestamente mis decisiones sin depender de un departamento de marketing, ni de nadie que me dijera lo que tenía que hacer.
R.B. ¿Se le ofrecen oportunidades a nuevas ideas, nuevos proyectos y nuevos autores/ilustradores, o todo funciona en base a las ventas y las necesidades del mercado?
A.S. Yo no sería tan categórica. No diría que todo funciona en base a las ventas y las necesidades del mercado, pero sí la mayor parte. Ese es el problema de pretender que algo como la edición, marcado por un valor específicamente cultural, prospere en un mercado y encima dé beneficios. No abres una editorial para ganar dinero, lo haces porque no lo puedes evitar. Así tendría que ser. Tratas de sobrevivir de manera digna, pero nada más. Creo que sí, que las exigencias del mercado son un lastre brutal, sobre todo porque a menudo se encuentran con editores que no tienen las ideas claras acerca de lo que es hacer un trabajo literariamente y artísticamente importante. Lo que me preocupa es la banalización de la literatura infantil y juvenil. La exagerada simplificación de las historias, de la sintaxis, del vocabulario, de las vidas que se cuentan. A día de hoy se suele considerar que una historia está bien si es divertida, está escrita correctamente y todas las piezas encajan al final. Eso me parece como un queso enlatado. Un queso que no se rompe en escamas, un queso que sabe a plástico. Soy la primera que ama las historias divertidas y bien construidas, pero todo sabemos que la vida y la literatura respiran en las pequeñas piezas que no encajan, en esos pequeños detalles que se salen del camino pautado y por eso mismo consiguen que te hagas preguntas.
Así que creo que las nuevas ideas, los nuevos proyectos, gozan de alguna oportunidad, pero muy pocas porque son difíciles de encasillar. A menudo me dicen que el problema de los libros de A buen paso es que no puedes encontrar una frase que resuma en diez palabras la razón para que el lector compre ese libro, para qué le va a servir adquirirlo. A veces me estrujo el cerebro para encontrar estas benditas frases, sigo publicando los libros que quiero, pero trato de venderlos tal y como me piden.
Otras veces trato de controlarme y me digo: “no hagas más de un libro arriesgado al año”, pero al final sucede que me enamoro de un proyecto y no lo puedo evitar. A veces, encima, me encuentro con personas y/o instituciones a las que les gusta y -sin saber cómo- resulta que el libro arriesgado se vende. No sabes la alegría que me da eso. Hay libros que publico porque sí, porque los amo. Hago todo lo posible para venderlos, pero mucho me temo que no encuentren su público… Sin embargo a veces hay sorpresas y eso es genial. Me acaba de pasar con En qué piensa una cabeza recién cortada de Juan Carlos Quezadas y Carla Besora…, ¡tenemos que reimprimir el libro! (¿No es maravilloso?), o con El regalo de la giganta de Guia Risari y Beatriz Martín Terceño, que ha sido traducido al italiano y al portugués en Brasil.


R.B. Aunque de factura impecable, considero que el catálogo de “A buen paso” es un tanto ecléctico, ¿se debe esto a que eres una persona arriesgada, o a que intentas aunar diferentes visiones del álbum ilustrado bajo un mismo camino?
A.S. Según Miquel Puig, el diseñador sin el que “A buen paso” no existiría, el catálogo de la editorial responde coherentemente a mi esquizofrenia. Me gustan estilos visuales y formas de contar muy distintas. Sin embargo creo que, más allá del hecho fundamental de que a mí me gusten, todos los libros de “A buen paso” tienen un elemento común de fondo y es que de alguna manera estimulan el lector a pensar. Es fundamental para el lector que aún no ha formado su gusto tener la posibilidad de acceder a estilos, historias y formas de narrar distintas.
R.B. Dime qué hueles cuando te topas con un buen proyecto de álbum ilustrado...
A.S. Huelo tierra mojada. Huelo vida. Huelo ganas de curiosear, conocer, experimentar.
R.B. Hacer un álbum ilustrado es un proceso en la que confluyen multitud de tareas y personas, un trabajo articulado y difícil que desconocen la mayoría de los mortales, ¿crees que si el lector, el público, fuese consciente de ello, se valoraría más este tipo de producto?
A.S. Buena pregunta. Creo que sí, lo espero, me encantaría. Es que producir un libro es un esfuerzo, un gran esfuerzo. Y, si todos los implicados lo hemos hecho, es que teníamos algo importante que decir. Sé que lo que le pedimos al lector es que confíe y, a día de hoy (por un sinfín de razones, no ultima la excesiva abundancia de novedades), eso es complicado. Le pedimos un acto de fe. Por un lado los libros álbum (y los de “A buen paso” en particular) parecen caros, tienen pocas páginas, se leen rápido (eso si no desatas tu lado contemplativo) y uno no se da cuenta de todo el trabajo que eso implica. Por el otro a veces distintos grupos e instituciones me piden muchas copias de regalo, para encuentros, bibliotecas sociales, etc. Total, los libros cuestan poco... Claro, cuestan menos que el proyecto de un arquitecto, que los muebles en los que se van a colocar, pero ¿saben cuántos libros hay que vender para recuperar los costes de producción? ¿Para que los autores puedan vivir de ellos?
R.B. Italia, España y Francia se nutren de las mismas o parecidas obras en cuanto a álbum ilustrado se refiere, ¿se debe esto a que sus lectores tienen un gusto estético similar?
A.S. Igual se debe en buena parte a la cultura y la historia que compartimos desde hace unos cuantos siglos.
R.B. A tenor de este triángulo italo-hispano-francés de la edición infantil, me gustaría saber qué otras zonas editoriales del viejo continente diferenciarías bajo tu criterio y su grado de hermetismo y/o aperturismo a otras producciones foráneas.
A.S. Está el mundo anglosajón. En Alemania es importante que un libro tenga una mensaje moral fuerte (es extraño para ellos encontrarse con un libro que se centre exclusivamente en el humor, por ejemplo). Hay tradiciones visuales y narrativas interesantísimas, tanto en Polonia, como en la República Checa...
R.B. Desde un punto de vista romántico, el futuro de la edición pasa por que el libro se establezca como un puente entre autor-editor-lector, ¿que necesita hacer el editor para conseguirlo?
A.S. El editor tiene que ser un editor activo e involucrarse en el proceso de creación y producción del libro. No tiene que ser un mero tramitador que envía a la imprenta un libro traducido o un proyecto que le llega ya hecho. Un editor tendría que tener una idea de la vida y de lo que le interesa contar a través del catálogo de la editorial en la que trabaja, como si cada uno de los libros que publica fuera un capítulo de una historia muy larga.


R.B. Suelo terminar estas conversaciones/entrevistas haciendo referencia a los verbos jugar, comer y leer. ¿A qué juegas, qué comes y qué lees?
A.S. Juego a las cartas, aunque se me da fatal porque no sé esconder mis emociones, sin embargo eso es parte del divertimento; juego mucho interactuando con las personas con las que me encuentro, juego a inventar historias; juego con los autores cuando estamos trabajando en un libro. Como de todo, pero en particular acelgas porque son el sabor de mi infancia. Mi plato favorito de todos los tiempos es la tarta de acelgas que hacía mi abuela Luigina y mi abuela Luigina era todo lo bueno que había en el mundo (cultivo acelgas en la huerta en el balcón). Leo de todo. Muchos ensayos, desde cuestiones económicas hasta historias de los hooligans y divulgación científica. Me encantó Quantum: a guide for the perplexed de Jim Al-Khalili. Ahora mismo estoy leyendo Literary Gaming, un libro más relacionado con el trabajo de edición que me ha prestado un amigo, Lucas Ramada. Leo mucha poesía, estos días estoy leyendo el poeta chileno Jorge Teiller, en una edición que me ha regalado la escritora María José Ferrada. Y leo novela negra para relajarme. A veces leo libros de autoayuda y alguna que otra novelita infame para hacerme daño. Soy un poco masoquista, pero es que también me interesa saber cuáles son los productos de consumo en el ámbito de los libros y las vías de escape fácil que buscan las personas para tratar de apaciguarse. Me interesan las personas. Adoro las personas.




Arianna Squilloni viene de Italia, dónde estudió filología latina y griega. Terminados los estudios universitarios, se especializó en edición y gestión editorial. Desde 2002 vive en Barcelona. Ha trabajado para Thule Ediciones (2003-2007) impulsando la colección de libros-álbum Trampantojo, y para la editorial mexicana Progreso (2007-2008) como editora freelance. En 2008 dio vida a su proyecto personal, A buen paso, una editorial especializada en libros muy ilustrados para niños, ya se trate de álbumes, cuentos ilustrados o recopilaciones de poesía. Colabora con revistas especializadas en España y otros países y participa con asiduidad en jornadas y debates y dentro de las actividades de estudio del grupo Círculo Hexágono. A veces escribe, unas veces para niños (En casa de mis abuelos, Ekaré, 2011; Martín, de grumete a capitán, 2013 y Un mar de mundos, 2014, ambas en Thule Ediciones), y otras para adultos (Invierno de abril, SD edicions, 2013, poesía, y En el laberinto de la palabra, una guía de viaje, Círculo Hexágono, Pantalia, 2014, un ensayo cerca de la palabra y de su importancia en el desarrollo de la persona).  

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