Después de que Arianna
Squilloni desencadenara en feisbuq un amplio debate sobre los libros
de emociones, y leer todas las aportaciones que unos y otros han
hecho al respecto, he creído necesario subirme al carro y aportar mi
pequeño grano de arena a la polvareda levantada (me apunto a un
bombardeo, que es lo mío).
Aunque para meterse en
harina pueden echar un vistazo AQUÍ, les pongo sobreaviso de que no
se dijeron muchas lindezas sobre estos libros “emocionales”, unos
títulos bastante denostados dentro del universo de los entendidos en
LIJ, pero que tienen bastante chicha en el mundo exterior y consumista (hay que fomentar la
polémica)...
En primer lugar me
gustaría buscar cierta similitud entre los cuentos clásicos (echen
mano de Perrault, Grimm o Andersen) y estos libros... Sabemos que los
cuentos, primero en su concepción oral y posteriormente en su
formato impreso, son meras parábolas con ciertas connotaciones
didácticas (perdónenme si uso “didáctica” y “pedagogía”
indistintamente), algo parecido a lo que sucede con estos libros
(básicamente, entiéndanme...). Las verdaderas diferencias vienen
cuando denotamos que los cuentos de hadas, aunque siempre incluyen la
fantasía como atractivo, hacen referencia al mundo real en todos sus
aspectos, no sólo en el inofensivo, sino en el más cruel y veraz
(se alejan del proteccionismo y vomitan la vida de una manera más
tangible..., para ilustrarles sobre esto se me ocurre citar Historia de
una madre de Andersen, aunque pueden echar mano de cualquier
otro), mientras que los libros sobre emociones, edulcoran y
ablandan la realidad. La pluralidad también es una característica
intrínseca a los cuentos, es decir, no parcelan las emociones, no
las clasifican, ni tampoco las meten en cajitas, algo que sí sucede
con los segundos: encasillan y fomentan el hermetismo. Para terminar con los cuentos,
cabe decir que las narraciones clásicas son eminentemente
expositivas y dejan a merced del lector la capacidad de sentir,
valorar y elegir sus propias emociones, nunca las encorsetan y
moldean, algo que ocurre con este tipo de productos/parábolas
“emocionales” modernas.
Todo lo anterior me lleva
a una serie de preguntas... ¿El mensaje literario es extrínseco,
intrínseco o de carácter ambiguo? ¿La literatura infantil debe ser
cruel o suavizada? ¿La literatura infantil tiene que ser clara o
enrevesada? ¿Medimos una obra literaria infantil por su capacidad
críptica o por sus niveles de interpretación literaria? ¿La
literatura infantil necesita al adulto como vehículo para ser
comprendida?... Mientras buscan las respuestas (si quieren, nadie les
obliga), me gustaría hacer referencia a todo lo que rodea a estos
libros, a su entorno, para comprender un poco la respuesta social a
este producto de las últimas décadas.
Son muchos factores los
que han propiciado la proliferación de estos libros dentro del
mercado... En primer lugar hay que apuntar a las editoriales del
ramo, unas que, en realidad, tienen gran parte de responsabilidad por
haber creado un ¿libro? confuso y pensado para sociedades en las que, como
la nuestra, la llamada inteligencia emocional está tan de moda, es
una constante (les recuerdo que todos los productos nacen de una
necesidad personal o social). Si a ello unimos que la venta de estos
títulos (comparada con la de otros) es bastante suculenta, el
negocio tendrá vigencia durante un buen tiempo (primera razón para
no cabrearse...).
En segundo lugar tenemos
a los autores... Dada la gran cantidad de escritores e ilustradores
que necesitan pagar su facturas y echarse algo sólido a la boca, son
muchos los que se prestan a desarrollar historias en las que priman
los sentimientos, las emociones y, porqué no, la autoayuda (la
literatura infantil poco difiere de la adulta, una en la que se venden
toneladas de novela romántica y libros de Jorge Bucay). Así que,
mientras los editores pidan, y los autores cobren tan poco y no tengan
una libertad monetaria para desarrollar proyectos interesantes, ahí
tenemos la segunda razón para no torcer el morro.
En tercer lugar tenemos a
los padres... En una sociedad como la de hoy día en la que los
ritmos de vida y la emancipación de la mujer (cosa que me parece
necesaria y maravillosa, pero que tiene sus consecuencias), obligan a
criar a la prole a distancia, está bien disponer de herramientas que
sirvan para inculcar en los hijos una serie de valores que deberían
aprender en sus casas, entre sus amigos y familiares. Así que muchos
progenitores piensan: “¡Qué mejor herramienta que un libro! ¡Un
libro nunca falla!” Craso error si tenemos en cuenta que no siempre
todo lo que tenga que ver con la letra impresa es pura sabiduría.
También tengo en mente que, muchas veces, los padres compran este tipo
de libros para ayudarse a sí mismos, en vez de sacrificarse por entender el mundo y, de paso, empujar a que sus hijos también lo hagan (son más cínicos que yo...).
Mención aparte (dentro
de esta contextualización y con mucha relación con los padres)
merecen los maestros, esas personas sobre las que, cada vez más, las
familias (por no decir la ciudadanía) delegan su papel educativo,
otro error bastante frecuente ya que, a pesar de ser una profesión
vocacional, no deja de ser un trabajo, una labor remunerada, en la
que ejercen como intermediarios entre el Estado, los padres y los
alumnos. Por otro lado hay que apuntar a los vicios que los
profesionales de la enseñanza tenemos, entre los que destaca el
utilitarismo, y más concretamente, el de la Literatura (algo a lo
que han contribuido numerosos sectores de la animación y didáctica
lectora como pueden ser el gremio de los bibliotecarios, los estudios
universitarios o las secciones del libro de las distintas comunidades
autónomas), lo que en muchas ocasiones nos lleva a usar la LIJ en un
beneficio propio (como ejemplo pondría las ocasiones en las que he
usado en clase El árbol de la vida de Peter Sís para
contextualizar las teorías evolutivas) y no en un beneficio ajeno: el del lector (el gran fallo de los planes lectores educativos y al
que siempre he apuntado desde aquí). Nadie es perfecto, aunque he de
admitir que podríamos hacerlo mejor...
En este punto, me
gustaría anotar una curiosidad: Si lo pensamos bien, en muchos
casos, el docente traduce el libro de emociones/valores a sus
discípulos como un mero libro informativo o de conocimientos (con
un contenido más pedagógico se podría decir), lo que me induce a
pensar que se podrían catalogar dentro de este grupo (N.B.: Ana Garralón, podría dar su visión sobre esto y aportar más luz al asunto ya que ella es la que controla este género).
Dejando a un lado a las
personas físicas, hay que hablar de manera más global y señalar la
decadencia general del sistema educativo (que no va a solucionar ni
Dios), del paternalismo de Estado (que ha conllevado el integrar la
“competencia emocional” en las leyes educativas de los últimos
veinte años o crear asignaturas como “Educación para la
ciudadanía” o “Valores éticos”), del constructivismo que
llena todas las parcelas de la Escuela (estoy hasta las pelotas de
que todo el mundo se dedique al descubrimiento dirigido, cuando hay cosas, como la
tabla periódica, que sólo se aprenden a base de codos), o del entronizamiento del libro de texto (¡Quemen esos dichosos libros y
hablen, lean y escriban!).
Para terminar y como
guiño y defensa a todos esos autores e ilustradores que se dedican a
los libros de valores/emociones, les pregunto: ¿Por qué no estamos
hartos de los libros humorísticos o de los libros "sinsentido", y sí
criticamos profundamente estos libros? Somos demasiado reduccionistas
y, a pesar de que la libertad debe envolver la elección literaria,
nos empeñamos en imponer criterios que muchas veces no son del
agrado de otros (aunque lo hagamos con la buena fe de crear lectores
competentes). Seguramente si dijera que la Carmen de Bizet es
una mierda porque su protagonista es un putón verbenero, muchos
morderían mi yugular sin piedad porque difiero de su pensamiento,
pero esto no consiste en impartir dogma, sino en diversificar,
enseñar a los mediadores a ofrecer un amplio abanico de
posibilidades y abrir la mente sobre libros que tienen un valor más
amplio que otros.
En fin, que muchas veces
pienso que maldecimos porque sí, que maldecimos porque somos
humanos.
De todo lo dicho me quedo con el tema musical de la maravillosa Violeta Parra y con el importantísimo hecho de que hay que leer y escribir. Seguro que de ese modo los chavales comienzan a oler lo que significa literalmente la palabra emoción. Emocionante entrada monstruo!
ResponderEliminar¡Gracias Carmen!
ResponderEliminar¿Te he dicho alguna vez que me encantas? Todo lo que dices me gusta y lo comparto. Me pareces tan necesario en el mundo LIJ. No te vayas nunca, ¿Me lo prometes?
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