Cuando se hacen públicos
los títulos que han ganado los Premios Bologna Ragazzi, unos se
alegran (¡Estaba más que claro que este libro iba a ser un
bombazo!) y otros se lamentan (¡Vaya bodrío! ¡Qué tongo! Otro
premio más al que no hay que enviar ejemplares...), yo recomiendo
refranes y dichos populares (“Nunca llueve a gusto de todos”,
“Quien no tiene padrino no se casa”, “Al que buen árbol se
arrima buena sombra le cobija” y “Mal de muchos, consuelo de
tontos”, nos vienen al pelo cuando hablamos de premios literarios)
y sigo metiendo el morro en otras cosas.
Aunque podemos estar en
acuerdo o desacuerdo con el veredicto de los diferentes jurados que
votan por este u otro libro (N.B.: No sé que hacen ciertos libros
entre los ganadores... Demasiada filigrana, mucha ornamentación...
El barroco en los libros...), pero lo cierto es que nosotros, como
público, debemos de tener en cuenta para qué se han creado estos
certámenes, qué fin persiguen, porque como deducirán, no es lo
mismo optar a la Medalla Caldecott que al Bologna Ragazzi, que los
White Ravens no tienen mucho que ver con los premios de la Fundación
Cuatrogatos, y que, mientras unos premios reconocen la labor
editorial, otros prestan atención a la calidad de la ilustración.
Es decir, cada premio tiene ciertos intereses, se orienta a un tipo de receptor y se
desarrolla en un contexto determinado.
Por ello, para entender
los Bologna Ragazzi hay que fijarse primero en una serie de
cuestiones como que el jurado siempre está compuesto por adultos (si
fueran concedidos por el público infantil otro gallo les cantaría a
muchos libros ganadores... comercialmente hablando, claro), que el
componente artístico de las obras que entran a concurso tiene suma
importancia, que transgredan las corrientes clásicas de la LIJ (no
es obligatorio, pero sí tiene su aquel tener un cierto tinte a
independencia), y que aporten una visión global de qué tendencias
priman en los libros para niños del momento (es una cuestión de
modas y en absoluto sintética). Esto tiene como resultado un abanico
de títulos que pueden considerarse como el termómetro del álbum
ilustrado de vanguardia.
Todo esto, aunque por un
lado me parece bien (no hay que dispersarse y tener claro qué
persigue este certamen), no termino de encontrarle el sentido... Es
extraño que en una feria en la que las grandes casas editoriales de
todo el mundo se dedican a hacer el agosto (hasta que uno no está
allí, no sabe la cantidad de dinero que mueve la literatura para
niños), se concedan premios a libros editados por editoras más
modestas y minoritarias, algo que suena a mera disculpa y denota
cierta condescendencia. Puede que sea un lavado de cara (la mujer del
césar no sólo tiene que ser honrada, sino también parecerlo) o
puede ser que la organización de este multitudinario encuentro haya
acordado que aquí todo cabe (cuando hay billetes de por medio es
mejor quedar bien con todos y seguir llenando las carteras), pero lo
que está claro es que en estos premios siempre hay una mirada
diferente que da visibilidad a trabajos que comercialmente pasarían
desapercibidos.
Así que, sin más que
hablar, les dejo con los premiados (entre los que contamos
españoles... ¡Hip, hip, hurra!) y den buena cuenta de que los
premios, premios son y que, como diría Umberto Eco, “hay libros
que son para el público, y libros que hacen su propio público”.
Gracias por la entrada. ¿Vas a Bolonia? Yo sí.
ResponderEliminarNo, este año no... Ea, hay que trabajar. ¡Un saludo!
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