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miércoles, 30 de marzo de 2016

Bruselas y ¿libros contra el miedo?


Tras las bombas de Bruselas y mientras preparaba un montón de líos pendientes (que a día de hoy todavía no sé si he desliado), se han agolpado en mi cabeza una serie de pensamientos (cada uno que los considere como quiera) sobre el impacto (o no) que los libros infantiles y la cultura tienen en la concepción de la vida real y, aunque no ha sido muy reconfortante, se los traslado en esta entrada.
Que la cultura, ese concepto tan amplio, es una extensión del pensamiento y nace de la propia experiencia humana, tanto personal, como colectiva, es un hecho (N.B.: Siento ser tan simplista y reduccionista, pero si no les gusta este razonamiento cojan a Hume, Locke, Ortega o al intelectual de turno que prefieran, y háganse las pajas mentales oportunas). Los hombres tomamos las referencias que nos trae el paso del tiempo, las procesamos y las transformamos en unas ideas que, a corto o largo plazo, nos pueden proveer de cierto bagaje para entender (o no) la realidad. Dentro de lo vasta que es la cultura podemos encontrar un ramaje muy diverso, donde cabe el arte, que se manifiesta en forma de productos. Las fotografías, el cine, la moda o los libros son artefactos que intentan promover (o no) diferentes, recahuchutadas, o incluso las mismas ideas en todo aquel que decide dejarse seducir por ellas (a veces pienso que la cultura depende de dos factores: curiosidad y decisión).


De entre todas las creaciones culturales que disponemos en la sociedad occidental (hay tantas culturas como sociedades, no lo olviden), yo me dejé llevar hace tiempo por el libro infantil, concretamente por el álbum ilustrado, del que me he ido impregnando (o no) a lo largo de los años. Muchas son las ideas que todos estos productos culturales llamados libro-álbumes ofrecen (no me voy a meter en valorar el amplio espectro cualitativo, sería demasiado para este provinciano cateto) y una muy frecuente es la de apostar por enfrentarse a los miedos para que el lector se sienta algo más libre e independiente, y no viva encadenado a ellos.
Si tenemos en cuenta que un sinfín de libros recogen ideas como esta en las que la libertad clama al cielo y aparcar así las pesadillas personales, deberíamos concluir con que las sociedades occidentales actuales (consecuencia de esos niños que llevan expuestos a estos libros y mensajes durante más de treinta, cuarenta o cincuenta años) están preparadas y son capaces de dar un paso hacia delante para intentar dirimir el panorama adverso y no claudicar ante el terror que los ataques terroristas, las matanzas y las extorsiones suponen en una sociedad adulta..., pero como la cultura no lo es todo, la realidad es otra cuando el miedo llama a la puerta.


No sé si se deberá a las convenciones, a lo políticamente correcto, al buenismo, al intervencionismo de estado o a la degradación intelectual, pero la actitud que corre por las calles de Bélgica durante los últimos días denota, no sólo pavor, cierta decadencia y la vergüenza de una sociedad poco articulada y carente de libertad (organizar manifestaciones en contra del miedo y desconvocarlas por miedo a las consecuencias es un claro ejemplo de que Oriente y Occidente cada vez se parecen más: viven igual de acojonados aunque por diferentes causas...), sino que la cultura no es lo suficientemente penetrante en la sociedad y que sus discursos son insuficientes a pesar de los esfuerzos invertidos.
Todo esto me lleva a pensar que no son la cultura ni la contracultura las que están soterrando los cimientos de nuestra existencia, sino que es la propia sociedad la que está dinamitándose a sí misma con instrumentos como la política, los medios de comunicación de masas, el victimismo o los prejuicios colectivos, una dicotomía que cada vez vislumbro más en los argumentos liosos y enrevesados a pie de calle, en las barras de los bares o en el congreso de los diputados. Entonces... ¿Para que nos empeñamos en dar forma a estos mensajes? ¿Tienen validez o son papel mojado? ¿Está la cultura emborrachándose de discursos vanos, impropios? ¿Es tan independiente como debería ser? 


Mientras piensan en ello o me ponen de vuelta y media, me voy a leer Hay un cocodrilo debajo de mi cama de Mercer Mayer (Corimbo), un clásico ilustrados en el que el protagonista decide plantarle cara a un reptil que supuestamente le quita el sueño con un poquito de estrategia, un par de huevos y una pizca de sorna. 
Y lo dicho: correr es de cobardes.

2 comentarios:

  1. Consultando a Bruno Bertlein y su obra psicoanálisis de los cuentos de hadas se soluciona el probñlema

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  2. Será Bruno Bettelheim... ¿Algo rebuscado, no? Un saludo, Maritza.

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