Mientras otros aprovechan
el día de hoy para hacer apología del nacionalismo (cualquier
excusa es buena para mirarse el ombligo...), yo me dedico a tareas
más abyectas... Hastiado de leer, tras una siesta reparadora y mucho
darle al 23 de abril, he concluido con que, además de estar harto
del rollito cervantino (viendo los reportajes que se han marcado las
cadenas culturetas, no me extraña), esto de la letra impresa
necesita una nueva perspectiva.
No sé si esos discursos
apocalipticos sobre la Cultura llegarán a materializarse, ni si los
artefactos culturales sólo van mutando dentro de las tendencias del
orden humano, ni siquiera si el lenguaje quedará reducido a códigos
más sencillos que el literario, pero lo que sí tengo claro es que
necesitamos una nueva forma de vender la cultura a las generaciones
venideras.
Hemos llegado a un punto
de no retorno. La Literatura se ha quedado estancada, acotada a un
destinatario con perfil definido, y es incapaz de llegar a más
lectores potenciales. Algunos disentirán diciendo que jamás las
letras y sus productos han estado tan diversificados como hasta hoy,
que nunca antes han alcanzado un nivel tan democrático..., algo
sobre lo que, seguramente, no les falta razón, pero hay algo más de
lo que hablar: de magia.
El libro y su principal
baza, el contenido, han perdido su posición frente a otros
artefactos culturales del mismo nivel. Es incapaz de despertar la
pasión e ilusión del público. Mientras que hace décadas el libro
no tenía apenas competidores, hoy día son los videojuegos, el cine,
festivales de música, sexo y bares de copas, unos contra los que es
muy difícil luchar con presentaciones, firmas de ejemplares y
dramatizaciones, los que se rifan el ocio, el hedonismo y la atención
humanas.
Entiendo poco de
espectáculo (o según se mire, quizá bastante), tampoco tengo las
claves del éxito literario, pero sigo subrayando la necesidad de
promover nuevas formas de animar a la lectura que, con más garbo y
menos repetitividad, sepan encantar a nuevos lectores y consumidores.
Así que, mientras otros
piensan en ello (que yo ya lo hago bastante), les dejo con el
¡Libros! de John Alcorn y Murray McCain, un álbum ilustrado
clásico, colores neón y maravilloso (editado en castellano y
formato mini por Gustavo Gili) que todavía no había reseñado en
este espacio, para apelar a eso que reza la letra de cierta canción:
“dejaremos claras las páginas que nos importan, las de los libros
abiertos”.
¡Feliz Día del Libro!
¡Feliz día del libro!
ResponderEliminar¡Y soleado! Al menos aquí lo fue...
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