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sábado, 23 de abril de 2016

¡Feliz (y mágico) Día del Libro!


Mientras otros aprovechan el día de hoy para hacer apología del nacionalismo (cualquier excusa es buena para mirarse el ombligo...), yo me dedico a tareas más abyectas... Hastiado de leer, tras una siesta reparadora y mucho darle al 23 de abril, he concluido con que, además de estar harto del rollito cervantino (viendo los reportajes que se han marcado las cadenas culturetas, no me extraña), esto de la letra impresa necesita una nueva perspectiva.
No sé si esos discursos apocalipticos sobre la Cultura llegarán a materializarse, ni si los artefactos culturales sólo van mutando dentro de las tendencias del orden humano, ni siquiera si el lenguaje quedará reducido a códigos más sencillos que el literario, pero lo que sí tengo claro es que necesitamos una nueva forma de vender la cultura a las generaciones venideras.


Hemos llegado a un punto de no retorno. La Literatura se ha quedado estancada, acotada a un destinatario con perfil definido, y es incapaz de llegar a más lectores potenciales. Algunos disentirán diciendo que jamás las letras y sus productos han estado tan diversificados como hasta hoy, que nunca antes han alcanzado un nivel tan democrático..., algo sobre lo que, seguramente, no les falta razón, pero hay algo más de lo que hablar: de magia.


El libro y su principal baza, el contenido, han perdido su posición frente a otros artefactos culturales del mismo nivel. Es incapaz de despertar la pasión e ilusión del público. Mientras que hace décadas el libro no tenía apenas competidores, hoy día son los videojuegos, el cine, festivales de música, sexo y bares de copas, unos contra los que es muy difícil luchar con presentaciones, firmas de ejemplares y dramatizaciones, los que se rifan el ocio, el hedonismo y la atención humanas.
Entiendo poco de espectáculo (o según se mire, quizá bastante), tampoco tengo las claves del éxito literario, pero sigo subrayando la necesidad de promover nuevas formas de animar a la lectura que, con más garbo y menos repetitividad, sepan encantar a nuevos lectores y consumidores.


Así que, mientras otros piensan en ello (que yo ya lo hago bastante), les dejo con el ¡Libros! de John Alcorn y Murray McCain, un álbum ilustrado clásico, colores neón y maravilloso (editado en castellano y formato mini por Gustavo Gili) que todavía no había reseñado en este espacio, para apelar a eso que reza la letra de cierta canción: “dejaremos claras las páginas que nos importan, las de los libros abiertos”.

¡Feliz Día del Libro!

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