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martes, 7 de junio de 2016

¡Deja el móvil y dame un abrazo!


Súbditos de la era tecnológica y del ciberespacio, nos hemos vuelto adictos a esos lugares que llenan la fantasía pero vacían el corazón. Aplicaciones, redes sociales y páginas varias se han convertido en la pensión emocional de medio mundo. Más por lo que ofrecen (la mayoría de las veces humo) que por lo que dan, estas parcelas virtuales que conectan al orbe entero a través de las pantallas de los móviles, tabletas y ordenadores, no dejan de ser meros refugios de una sociedad voluble y capada sentimentalmente que busca en Internet algo que es incapaz de encontrar en sí misma.


Distintos caminos llevan a ese espejismo frugal que, a pesar de su apariencia paradisíaca, no deja de ser un páramo inerte. Y es así como muchos se esconden tras esa neblina confusa para dar rienda suelta a sus propias mentiras, otros se decantan por vomitar las grandilocuencias de su insignificancia, y todos subsisten contentos, derrochando falso éxito pero rebozándose en la misma mierda, en arquitectura efímera de tres al cuarto.


A mi juicio, razones de lo más variopintas nos llevan a este término, pero suelen ser los miedos y complejos personales los que nos conducen a ese lugar en el que monstruos indeseables nos acechan. Es por ello que el hombre ha inventado artilugios, llámense libros, videojuegos o feisbuq, para hacerles frente y poder así trascender a lo mundano.
Dejando a un lado las cuitas de la vejez, esas que demonizan lo nuevo y ensalzan el pasado (¡Cómo si sólo se pudiera vivir en otras epocas en las que los instrumentos para la felicidad eran más básicos!), también he de decir que soy consciente de las virtudes de estos avances, pero es innegable que la mayor parte de las veces, tocar, acariciar, besar y sentir acaban siendo el mejor de los refugios, un abrigo cálido.


¿Por qué se llenan de móviles las mesas a la hora de comer? ¿Por qué las miradas dejan de cruzarse? ¿Por qué nos perdemos en otras personas, en otros lugares? Hemos interiorizado la necesidad de lo virtual más de la cuenta y nos miramos poco a los ojos, nos regalamos poco cariño, algo de lo que no nos damos cuenta hasta que ya no podemos darlo.
Piensen en ello mientras les susurro al oído que me encantan los abrazos, muchos abrazos...


Campbell, Scott. 2016. La máquina de los abrazos. Andana Editorial.  


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