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jueves, 2 de junio de 2016

LIJ y clasificación por edades: ¿Acierto o error?


Tras casi una semana en Londres haciendo lo que más me gusta (el mono), vuelvo con algunas ideas bajo la manga, de entre las que he creído oportuno rescatar una que pienso bien puede servir para desatar un debate en los corrillos de profesionales y aficionados que se arremolinan entre caseta y caseta del estrenado escaparate literario de la Feria del Libro de Madrid (N.B.: Aunque a veces enmarañe las cosas, puede ser útil darle a la manivela).
Es una práctica bastante usual clasificar a los libros mediante diversas características (extensión, tipo de lenguaje, formato, tipo de ilustración o temática) que suelen integrarse en la llamada “clasificación por edades”, esa que suele no tener en cuenta el distinto grado de madurez de los lectores, sus circunstancias, tanto personales, como ambientales, ni los intereses creados. Además de volver loco a más de un editor, distribuidor o librero, son los lectores y los mediadores (padres, bibliotecarios o especialistas) los que más sufren este tipo de gradaciones que, unas veces pueden responder a la realidad, pero que otras veces son sesgadas e inútiles, sobre todo porque cada lector es un mundo y las experiencias con los libros suelen ser muy distintas de un receptor a otro.


Shaun Tan


Michèle Lemieux


Carla Besora

Antes de empezar a desgranar este tema tan suculento me gustaría hacer dos apreciaciones. Por un lado hay que decir que la clasificación de los libros por edades, aunque se ha utilizado durante muchos años como instrumento orientativo tomando como criterios la extensión textual y la complejidad léxica, ha quedado un tanto desfasada a la hora de tratar nuevas concepciones literarias desde que el álbum ilustrado, más difícilmente clasificable y con capacidad comunicativa más compleja, irrumpe en la realidad editorial desde hace unas décadas (me pone negro que muchos denosten este formato a las cotas más paupérrimas de calidad literaria y otros ensalcen novelas verborreícas como píldoras contra la ignorancia. Mal vamos...). Y por otro hay que apuntar a que esta parcelación en base al número de palabras que contenga una obra literaria también es algo que seguimos lastrando dentro del ideario colectivo por un mero factor anacrónico (los adultos de hoy son los niños de los 70 y 80, años en los que la escuela tenía cierto afán categórico, dogmático y utilitario).
Sobre la palabrería, poco más hay que decir. La cantidad no es sinónimo de edad (¡Qué se lo digan a los poetas!). Y punto.


Angela Lago

Ahora nos vamos a los contenidos (un tema más peliagudo bajo mi punto de vista)...
El tratamiento que muchos libros dan a temas poco asociados (aunque igualmente necesarios) a la infancia, son motivo de frecuente discusión en el universo lijero, donde diferentes frentes exponen su visión sobre diferentes libros. Los que generalmente (hay excepciones) defendemos un álbum ilustrado universal, chocamos frontalmente con el criterio de los sectores más tradicionales y oxidados, entre los que destacan padres y docentes, mediadores que, debido, no sólo a la influencia que el mercado editorial tradicional tiene sobre ellos, sino a los prejuicios y la sobreprotección a la que tienen acostumbrados a la infancia, gradúan (in)conscientemente el tipo de temáticas que deben tratar sus lecturas dependiendo de la edad física de los receptores, sus hijos y alumnos.


Maurice Sendak

Sin ir más lejos, hace unos días discutíamos animadamente en un encuentro con docentes si es “apropiado” o no dar a leer a los niños ciertos libros como El pato y la muerte, La cocina de noche o El libro triste. Además de no ponernos de acuerdo, salieron a la palestra temas bastante comunes sobre libros ofensivos e inofensivos, sobre el papel que los maestros tienen en la lectura, sobre quién es el último responsable de elegir los títulos a leer: ¿especialistas?, ¿docentes?, ¿padres?, ¿el propio niño?..., o sobre la censura explícita o críptica... Y yo desvariaba: ¿Por qué solemos derivar el humor y la ternura a los pequeños lectores mientras que temas como el sexo se dirigen a lectores de mayor edad? ¿Por qué los libros para niños deben ser políticamente correctos? ¿Por qué deben ser moralmente aceptados?...


Isidro Ferrer


L. F. Santamaría

Vamos, que madurez y edad tampoco son sinónimos aunque muchos los confundan (me he encontrado con gente de treinta incapaz de entender libros recomendados para niños de siete años. Inverosímil pero bastante frecuente).


Quentin Blake

A pesar de todas estas consideraciones sobre categorías, lectores y mediadores, hay que hablar del negocio de la LIJ (¡Cómo no!), ese que favorece que la clasificación por edades siga siendo la forma más sencilla de llegar al consumidor. De esta manera, la industria, va creando estadios, grados de madurez distintos (a cada periodo vital le corresponde un tipo de literatura) y crea consumidores ad hoc para perpetuar un negocio (a veces se me figura a la gradación en la que muchos se inician en los vicios del tabaco o el alcohol), además de actuar como rasero inquisidor. A veces cierro los ojos, muevo la cabeza a izquierda y derecha y digo que hemos dejado que las casas editoriales guíen el proceso formativo de la lectura, un camino que debe ser personal e intransferible para cada uno de nosotros y en el que caben múltiples parámetros, opciones y elecciones.


Serge Bloch


Edward Gorey

Muchos editores apelan con frecuencia a las distribuidoras para justificar su elección, sobre todo porque estas, las encargadas de hacer llegar el producto al cliente mediante el engranaje de la publicidad y las estrategias del mercado, necesitan dirigir los diferentes productos hacia el público potencial. Así que, aunque suene triste: para sobrevivir hay que claudicar.
Otros editores/autores se encomiendan al sentido de la responsabilidad y se deben a los lectores, receptores de sus productos/creaciones, unos que esperan ser encauzados de una o cierta manera en el proceso de la lectura, uno que, aunque parte del ejemplo, siempre se basa en cierto grado de confianza entre empresario/creador y cliente/espectador.
En el último rincón quedan aquellos que prefieren dejar al libre albedrío del público cuál/es de sus libros son los más adecuados para sí mismos o sus allegados. Probablemente suene disonante pero cada vez son más los que optan por ello, una tendencia en la que el individualismo es la materia prima de la que está hecha la selección literaria.


Manuel Marsol


Alberto Gamón

A modo de sencillo epílogo, decirles que, a pesar de las opiniones que cada uno tenga al respecto, les recomiendo no poner vallas al campo y ampliar sus horizontes (no sólo hay uno...), de tal manera que unos puedan encontrar espacios desconocidos y agradables, y otros podamos dar rienda suelta a nuestras beldades o maldades.

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