Que el hombre es un ser
social queda más que claro en cualquier patio de recreo, unos
lugares en los que los curiosos hacemos nuestro agosto mientras
observamos qué tipo de relaciones se establecen entre unos y otros,
las convenciones sociales necesarias para integrarse en grupúsculos
de poder, cómo los de más allá no se relacionan con los de más
acá, la inapelable decisión de los que se sienten especiales de no unirse a la
inmensa vulgaridad, y, como siempre, esos omnipresentes desairados
que se pasan las reglas del juego por el forro para entablar
conversación con todos y ninguno (¡Qué voy a mi aire!).
Nos pueden parecer cosas
de niños, pero la cuestión no es en absoluto baladí si tenemos
presente que todos somos producto de estos momentos cotidianos de la
infancia y la adolescencia. Que sí, que la personalidad humana se
forja en estos primeros años a reventar de estímulos y
descubrimientos (N.B.: ¡Que levante la mano todo aquel que no deje de
bailar cuando suena algún "hit" de adolescencia!).
No tuerzan el morro.
Es así como emergen las llamadas tribus urbanas, hordas de
adolescentes que se pirran por los mismos grupos de música,
estilismo similar e inclinaciones culturales parecidas (ya saben, los
pijos van con los pijos, los nerds con los nerds, los jevis con los
jevis, los modernos con los modernos, los bakalas con los bakalas, ¡y
chimpún!). Al principio la cosa parece sencilla, pero cuanto más
pasa el tiempo y aumentan las influencias, estas realidades añaden
detalles minúsculos, adornos y florituras que se suman o restan a un
corpus esencial pero cada vez más mutable (¡A Dios gracias).
Vegetarianismo, camisas del cocodrilo, coches de alta gama, pilates y
yoga, baloncesto, hip-hop, cantautores, Justin Bieber o Camarón,
tascas o gastrobares, Podemos o Ciudadanos, ateismo, apostatas, pro-islamistas o
católico apostólico romano, son adendas que nos hacen cada vez más
complejos pero, al fin y al cabo, con parecidos razonables y plumaje
fácilmente identificable.
En ese sentimiento de
pertenencia a un grupo afín, en la capacidad innata para reconocer a
los iguales, se basa la idea de El intruso, un álbum gráfico
recién publicado por Libros del Zorro Rojo e ideado por Bastien
Contraire. En cada doble página de este libro-juego (tiene muchas
posibilidades en muchas direcciones) y/o "conversation piece”, se
nos presenta una serie de objetos que tienen relación entre sí...
¿Todos? Todos no, hay uno distinto que, como en la vida misma, bien
podemos señalar con el dedo o bien pensar en las razones por las que
está ahí. Seguramente tendrá una bonita historia, será casualidad
o puede deberse a que, en la regla, es la excepción, que siempre
debe ser bienvenida sin moldes ni prejuicios.
¡Me alegro de volver a leerte monstruo! Esta recomendación tiene una pinta estupenda. Tomo nota.Hasta pronto!
ResponderEliminar