Conforme se aproxima este
día, las bibliotecas bullen de fervor. Se organizan multitud de actividades
enmarcadas en estos, se supone, espacios plurales, las redes sociales a
rebosar de mensajes que ensalzan las bondades de esta institución, la
Administración derrocha optimismo cultural, los políticos babean
entre libros y un servidor prefiere quitarse la venda y hacer otro
análisis que echa mano de realismo en vez de tópicos.
En un país como este en
el que la miseria y la envidia nos corroen (no se ofendan, pero cada
cosa tiene su nombre), no es de extrañar que nos hayamos contaminado
tan pronto del capitalismo que impera en occidente, uno que hace gala de tanto patrimonio y propiedad privada. Atrás (si es que
alguna vez sucedió) quedó eso de disfrutar de lo público. Con las
bibliotecas ocurre lo mismo que con los parques, que si vemos a
alguien en ellas lo tachamos de pobre o excéntrico en vez de lúcido
y pragmático. La de veces que habré escuchado lo de “¡Será
piojoso! Mira que sacar el libro de la biblioteca... Uno que ha
pasado por tantas manos... ¡So guarro!” o aquello de “Es un
tacaño, ¡con su sueldo y yendo a la biblioteca...!” Y así nos
va, las casas llenas de libros (que de vez en cuando alguien se
atreve a leer), las bibliotecas vacías de gente y nuestros impuestos
inutilizados sobre las estanterías.
Tatsuro Kiuchi
Además hay que tener en
cuenta que si se fomentara del uso de la biblioteca, no sólo como templo
de saberes, sino como lugar de esparcimiento, habría una
disminución en el consumo de otras ofertas culturales y de ocio. Esto iría en detrimento de espacios como librerías o ludotecas infantiles originando el cierre por bancarrota de estos negocios (Sí, sí, díganme aquello de que
las librerías también viven de las compras institucionales, pero
seamos francos, un libro en una biblioteca, aunque tiene una vida útil
mucho más breve, también es mucho más intensa y diversa)... No interesa que la
gente utilice las bibliotecas, sino que acuda a ellas y haga bulto.
Por otro lado, y como
razón recurrente, tampoco interesa que los ciudadanos se formen en
un conocimiento rico donde la objetividad sea una constante. Los
poderosos sólo desean formarse a sí mismos y sus allegados para que
nadie les pueda tocar las pelotas y cagarse (sí, no me he saltado ninguna consonante) en sus intereses creados.
No obstante hay que decir que, por el momento, nadie nos prohíbe el
acceso a las bibliotecas y que, si no vamos a ellas es porque no nos sale del
pijo. Eso sí, a todos nos encanta parecer muy leídos a base de
repetir como guacamayos lo que cuatro charlatanes dicen en los
teledebates, pero de Trotsky, Margulis, Saint-Saëns o
Peter Seeger, no sabemos NA-DA.
Daniel Rodríguez Quintana
Veo a diario cómo
algunas bibliotecas pierden usuarios (sobre todo aquellas que no
poseen salas de estudio), una realidad que en parte de debe a la
escasa, en ocasiones nula, afluencia de público infantil a ellas. A
pesar de talleres, dramatizaciones y narradores orales veo pocos
niños en las bibliotecas públicas que, como las de mi barrio, hacen su labor en la periferia. Debemos
apuntar que la causa tiene mucho que ver con la modificación en los
hábitos de vida familiares. Los
niños viven encerrados, casi secuestrados en sus hogares, y el poco
tiempo que salen de ellos lo tienen saturado con todo tipo de
actividades que les impiden, no sólo jugar con sus iguales (la lacra
del individualismo), sino acudir a la biblioteca a leer o esparcirse,
a respirar de su propio aire y desgastar las páginas de los álbumes
o libros informativos que allí moran.
Oliver Jeffers
Por último me gustaría
apuntar hacia una realidad que poco va a gustar (coloquen mi cara en
una diana y apunten bien con los dardos). Al igual que ocurre con el
mundo de la escuela o la medicina, la biblioteca es un fiel reflejo
de sus trabajadores, gente que, lo creamos o no, tiene sus intereses
y problemas personales, que, algunas veces, miran hacia derroteros
completamente opuestos a los de la institución para la que trabajan.
He visto más bibliotecarios pasivos y aburridos que pro-activos y
comprometidos, algún que otro predicador (¡Ejem!) y, como en todos
los sitios, mucho desencanto. Esta claro que crisis de toda índole nos
ha pasado factura a todos los que trabajamos para la Administración, a mí el primero, pero eso de boicotear la biblioteca desde
sus propias entrañas, no indica mucha pasión por la cultura, la
magia de la lectura o el servicio al ciudadano.
Así que nada: ¡Feliz
Día de la Biblioteca! manque pierda...
Molly Cornelius
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