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lunes, 2 de enero de 2017

¿Qué libros infantiles queremos? Re-pensando la LIJ


Hace nada que ha empezado 2017 y creo que es el mejor momento para plantearse de qué hablar en este lugar los próximos 364 días. Para ello, lo mejor es dar unos pasos hacia atrás y recapitular lo vivido. Todo ello pensando en voz alta, que es lo que mejor se me da...
Durante las últimas semanas me enrolé en una pequeña reforma de este sitio. He dejado atrás el fondo oscuro y le he dado una mano de pintura blanca (luz, mucha luz) para facilitar la lectura y dotarlo de más espacio. También he combinado el negro, los grises y el tono frambuesa para imprimir cierta armonía visual al texto. Unos cambios importantes han sido el de añadir unas pestañas/páginas para resaltar algunos temas (muchos se quejaban de que entre tanta información les resultaba difícil buscar cosicas de su interés) y el de incluir mucho más “feedback” por todos lados.
Mientras realizaba todas estas tareas (todavía no finalizadas por completo), iba echando el ojo a entradas antiguas, a reflexiones en torno a los libros infantiles que publiqué hace seis o siete años. Eran miradas divertidas, tontas, absurdas, osadas, desorbitadas..., pero al fin y al cabo opiniones, preguntas y creaciones contextualizadas en la Literatura Infantil.
No obstante y aunque sigo siendo igual de incisivo y hablo de lo que me viene en gana, quizá con una formación mayor (el estudio nunca viene mal), es cierto que por aquel entonces estaba menos contaminado por el mercado. Prestaba mucha menos atención a las novedades editoriales, apuntaba de manera caótica a los catálogos, me fijaba en joyas literarias cubiertas de polvo, obviaba muchas de las opiniones vertidas por los gurús "lijeros", y no hablaba jamás con editores o autores.
Me temo que este lugar en el que viven los monstruos deriva de una pasión personal y de un ejercicio de responsabilidad para con los que lo visitan -hay que estar al día y ofrecer contenidos aceptables que puedan servir de guía a otros-, pero también he de decir que, cuanto más me interno en este tinglado mercadotécnico, el negocio de la LIJ se me empieza a figurar algo cansino y desmedido.


El ritmo de publicación de las novedades es frenético. Cada semana aparecen unos cuantos títulos nuevos sobre las estanterías de las librerías. Montones de libros con temáticas y estilos similares se disputan la atención de los consumidores. Y la gente, incluido yo mismo, nos vemos abocados a elegir entre una marabunta de títulos difícilmente manejables y clasificables (créanme que, a pesar de tener muy claras mis preferencias, tardé más de tres semanas en calibrar y equilibrar mi selección anual). Así, no es de extrañar que el mercado de la LIJ se esté volviendo -si me permiten lo hiperbólico- insoportable para todos los sectores...
He visto cómo editoriales que empezaron con un catálogo modesto, publicando tres o cuatro libros anuales, han pasado a editar quince títulos al año en todas las lenguas peninsulares, algo que no sólo supone un mayor esfuerzo vital si tenemos en cuenta que muchas de estas editoriales están formadas por una o dos personas, sino también económico (gastos de producción, anticipos a los autores, edición, impresión, almacenamiento, transporte, pagos de "royalties", etc.). Si a ello añadimos que los editores pugnan por cuotas de atención cada vez más difíciles a base de apuestas promocionales cada vez más costosas, la cosa se agrava. 
No negaré que la oferta se ha ampliado considerablemente y que era necesario editar y/o reeditar muchos clásicos desconocidos/olvidados en nuestro país, pero también hay que tener en cuenta que, aunque el consumo en libros infantiles ha ido creciendo en los últimos años debido, en parte, a un mayor interés social, no es lo suficientemente grande como para poder sostener un volumen de publicaciones semejante. Todo esto es algo directamente relacionado con la disminución de los tirajes, ya que, de los 1500 ejemplares por título, hemos pasado a 750 ejemplares en el mejor de los casos (es preferible re-imprimir a comerse con patatas los excedentes).



Respecto a lo que salpica a los autores, hay que decir bastante... El abanico de autores que se dedican a los libros para niños ha aumentado considerablemente desde hace unos años, aunque también hay que apuntar a su carácter endogámico (es frecuente ver cómo bailan sus nombres de unas editoriales a otras). Esto denota la influencia que tienen estos grupos dentro del sector editorial y la poca participación que tienen las editoriales en la búsqueda de escritores y/o ilustradores noveles que amplíen el campo de visión en una LIJ que debería ser cada vez más diversa.
Está claro que la LIJ es secundaria, una mera afición para muchos profesionales (no sé cuánto de bueno o malo ha hecho la ósmosis por los libros para niños) y, teniendo en cuenta la imperiosa necesidad de engendrar un libro en unos pocos meses para hacer frente a la celeridad de las temporadas de novedades, tenemos gran cantidad de obras hechas ad hoc para un consumo rápido y de mala digestión.
No se puede vivir sólo de la literatura infantil a no ser que cuentes con un título superventas o un contrato vitalicio con un gigante editorial. Es por ello que no son pocos los autores que han decidido aparcar a un lado un mundo que, no sólo no presta la suficiente atención promocional a sus creaciones tras desinflarse como novedades, sino tampoco a la hora de remunerar económicamente un trabajo (Estamos hablando de adelantos cada vez más paupérrimos que rondan los 700-1000 euros... ¡Sería necesario publicar doce títulos a lo largo de un año natural para poder malvivir!) cuyos derechos de autor están desprotegidos por leyes cada vez más injustas. En este apartado también hay que destacar que ese pequeño porcentaje que cobra el autor (del 14% del precio sin I.V.A. como máximo), en el caso del álbum, hay que dividirlo entre escritor e ilustrador, lo que reduce todavía más la posibilidad de subsistir gracias a la Literatura Infantil.
Cambiando de sector, hay que llamar la atención sobre las distribuidoras, empresas que tienen mucho que ver en este lío... Las novedades se han convertido en una doble “necesidad”. Por un lado estos intermediarios (sobre todo los grandes) “recomiendan” a las casas editoriales cierta continuidad a la hora de publicar sus productos. Hay que estar en el candelero y seguir en esta carrera de fondo. Por otro, el mercado de novedades escalonado permite a los editores el cobro de sus porcentajes sobre las ventas de forma regular ya que muchas distribuidoras realizan sus pagos con demora (una media de 6 meses).


De aquí nos vamos a los mediadores de lectura... Instituciones y profesionales que tienen como objetivo ampliar el abanico de lecturas, se ven abrumados por la imposibilidad de manejar toda la información que les llega y ofrecen un servicio de promoción y orientación lectora bastante convulso. ¿Cómo es posible que en las selecciones anuales de libros, muchos blogs y revistas especializadas sólo se refieran a las novedades del último trimestre del año? Y aquellos que se publicaron en marzo, ¿dónde están? La responsabilidad de la crítica, de los especialistas y los medios de comunicación no es la de contribuir al enriquecimiento de la industria gracias al consumo rápido de productos caducos, sino de aupar los productos de buena calidad, se pergeñen estos el mes pasado o hace cincuenta años.
Otro daño colateral de la ingente cantidad de publicaciones sobre librerías y bibliotecas es, indiscutiblemente, la falta de espacio... Es difícil moverse entre las estanterías, unas que están atestadas de libros literalmente. Miles de volúmenes se agolpan en ellas y pierden su razón de ser dentro de un universo donde se las debería tratar como piezas relevantes. Es así como caen en el olvido títulos que se publicaron unos meses atrás. Así es como se vuelven invisibles libros maravillosos. Y es de esa forma como se expurgan los depósitos de archivos y bibliotecas para desterrar al cubo de la basura obras maravillosas de nuestro patrimonio cultural.
Todo esto, cómo no, redunda sobre los lectores, receptores últimos de un proceso bastante complejo que gesta unos libros que poco trascienden. Lo que debería traducirse en calidad, no es más que un espejismo, una suerte de coincidencias que tienen más que ver con altavoces y medios de comunicación, con modas pasajeras, con tipos de papel y formatos, con tipografías e ilustraciones efectistas, que con lo literario.
Allanar todo este escarpado relieve que se presenta ante la dulce pero amarga LIJ, no será nada fácil a menos que todos los implicados hagamos un poco de autocrítica, que seamos conscientes de nuestras capacidades y de la realidad que nos envuelve. Necesitamos reflexionar sobre qué Literatura Infantil queremos, sobre qué modelo es el más adecuado. Si no lo hacemos, probablemente, el que hoy vivimos, acabará por autofagocitarse, por engullir, no sólo a las empresas que de unos años a esta parte tanto bueno han traído, sino también a una parte de nuestro pensamiento, de nuestra cultura.
Por todas estas razones relacionadas con el mundo del libro infantil y algunas de carácter personal, aunque no abandone del todo el mercado de novedades, necesito regresar a los libros del ayer, unos que se masticaban despacio y que me permitían disfrutar. Reencontrarme con mi Literatura Infantil, a dejarme llevar por las cosas que me emocionan. Leer y soñar... Sencillamente, volver.


3 comentarios:

  1. Muy buena reflexión. Pusiste en palabras exactas algo que vengo pensando desde hace un tiempo luego de haber estudiado sobre LIJ. Evidentemente menos es más, pero cuando las editoriales siguen estrictamente las reglas del mercado, ya que obviamente necesitan estar insertas en él, entonces estamos en problemas porque lo único que se pretende es la acumulación de capital sin importar la calidad del producto. Mientras haya mediadores que comprendan de qué va la mano, entonces la LIJ tendrá sentido, de lo contrario, estamos perdidos.

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  2. Gracias por seguir escribiendo. Hay honestidad, conocimiento y originalidad en cada entrada...un placer leerte.

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  3. Gracias por vuestros comentarios. Estoy contigo, Gimena. Rocío, ¡qué buena eres conmigo! ¡Espero veros a menudo por aquí!

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