No hay nada nuevo en
afirmar que el mundo de los libros infantiles está lleno de
nostálgicos. Como el de los juguetes, el de los cromos o el de los
videojuegos, el universo de la Literatura Infantil está lleno de
niños grandes, sí de esos hombres y mujeres que a pesar de calzar
un cuarenta y tres, disimular las canas con tintes de diferente
origen, padecer alopecia o dedicarse a cambiar pañales, recuerdan
con añoranza sus años escolares. Lo divertido de todo esto viene
cuando idealizamos, no sólo porque nos viene bien (hay mucha gente
que vive de espejismos, y a pesar de haberlas pasado putas en el
recreo o en los columpios, necesita sonreír unos años más tarde),
sino porque siempre encontramos conexiones hermosas con el pasado.
Esa sonrisa que se
despliega cuando maduritos como un servidor acudimos al trastero, ese
repleto de todo tipo de artilugios, y en vez de dar con una de las
múltiples cafeteras que se incluían en el ajuar, nos reencontramos con un
par de libros de lectura de la antigua EGB, no tiene precio. Recuerdo
que, aunque algunos nos entreteníamos con ellos un día antes de que
comenzaran las clases allá por septiembre (en aquella época
también había padres que no daban a basto para tanto libro de
texto), otros ya tenían más que trilladas las historias de estos
libros coloristas y amenos con muy poco que ver con los libros de
matemáticas, áridos y llenos de números que decían más bien nada (por lo menos a mí).
Aunque algunos abominen
de este tipo de artefactos aduciendo que son textos comerciales, que
no dan una visión de conjunto de una obra literaria y que encorsetan
al libro en un ambiente educativo y poco propicio para la lectura
ociosa, he creído conveniente darles protagonismo en este lugar de
monstruos lectores por varias razones...
En primer lugar creo que
estos libros, aunque adolecían de cierto regusto pedagógico y no
eran nada transgresores, sí pienso que favorecían la diversidad de
lecturas, tanto en lo que se refiere al género y a la temática
(aunaban poemas clásicos y contemporáneos, cuentos y leyendas de
aquí y de allí, canciones y fragmentos de obras más extensas),
como en lo que se llama niveles de complejidad lingüística y
comprensión lectora, por su carácter de miscelánea.
Sí, muchos de ellos
tomaban como hilo conductor una historia cercana en la que se
insertaban todo tipo de textos de la literatura española y
universal, llevaban al lector a un derrotero próximo, con el que se
pudiera identificar, no para que se sintiera un bicho raro en mitad
de un mundo cambiante, sino para que hiciera suyas las lecturas que
allí coexistían.
También tenían algo de
metaliteratura, lo literario dentro del libro. Quizá sea un recurso
manido para acercarnos la pasión por la lectura, pero creo que
todavía se sigue utilizando en un mundo de relaciones donde casi
todo esta inventado. Si a ello añadimos que este libro era una
especie de oasis en mitad de un yermo paraje de materias que
configuraban la enseñanza primaria de entonces (contenidos y más
contenidos), afianzaba mucho más el sentimiento por la lectura de
los estudiantes.
Por último cabe decir
que gracias a estos libros, muchos de los mejores ilustradores
españoles del siglo XX, como Juan Ramón Sánchez o Ulises Wensell pudieron experimentar
nuevas formas narrativas en lo que a imágenes se refiere con este
tipo de productos, les proveyó de sustento (que la profesión de
artista ha estado muy mal pagada toda la vida) y les ayudo a penetrar
en el ideario colectivo de los niños de aquel entonces.
Todo tiene su parte buena
y su parte mala (Sí, amigos, sí, las preguntas sobre lo leído,
los ejercicios, los mapas conceptuales, los análisis textuales y
otras metodologías pedagógicas que muchos aborrecemos y que tanto
han mermado nuestro amor por las letras, también aparecen en muchos
de estos títulos). Muy pocas cosas son extrapolables a la anacronía
que nos depara el tiempo (No sé qué pensarán los niños de hoy
ante este tipo de libros, habrá que preguntárselo...), ya que todas
pertenecen a un lugar y un tiempo, pero sí creo que Mundo Nuevo
(Anaya, 1979) y sus personajes Charolín y Mediasuela han hecho mucho
por los que hoy somos lectores, también que Borja y Pancete (Antos,
Anaya) ayudaron a muchos a resolver su lectura a trompicones, o que los
famosos libros Senda de la editorial Santillana nos
descubrieran los secretos de la caja de Pandora.
Así que, por todos estos
y muchos más (seguramente ustedes recuerden otros
provenientes de todas partes del mundo y diferentes épocas aunque
yo me ciña a los de mi etapa escolar) me queda despedirme con un
“¡Vivan los libros de lectura aunque ya no estén de moda!”
Hola, ¿tienes más libros de Egb o de la Eso de antes del 2000?
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