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jueves, 16 de marzo de 2017

Del individuo y la sociedad


Aprovechando que el invierno se asoma por las rendijas, nos hemos sumergido en el periodo de evaluaciones. Mientras echamos la tarde discutiendo sobre aprobados o suspensos, y constatando que son muchos los casos de ansiedad que se dan entre los alumnos de cursos superiores, me ha dado por cavilar sobre ciertos asuntos que, aunque asoman la cabeza en el ámbito escolar, sí se relacionan con lo mundano, a mi juicio todavía más importante.
De unos años a esta parte empiezan a crecer entre/sobre/bajo los pupitres chicos de toda condición que, hastiados por el presente futurible, sumergidos en variopintas frustraciones (de origen ficticio casi siempre) y unas expectativas (de las que se han adueñado sus familias y la sociedad aunque digan que no), empiezan a sufrir los sinsabores de lo adulto, esa condición que nos hace mártires en vez de actores.


Estas generaciones de “millennials” (así los llaman), a pesar de estar muy preparados en lo académico (les aseguro que yo no hincaba tanto los codos), no les va igual en lo que atañe a su relación con el mundo. Sí, ya sé que muchos lo van a achacar a la desestructuración familiar, a internet y sus males (¿Y ustedes? ¿Qué hacen ustedes en un bitácora digital como esta?), o al Sálvame Deluxe, pero la cosa va más allá...
Lo primero de todo es admitir que nuestros niños y adolescentes (occidentalmente hablando) están demasiado expuestos a los problemas de los adultos, conviven con ellos y eso les hace partícipes de algo que, lamentablemente, no les pertenece y que en parte es resultado de una serie de privilegios.
En segundo lugar hay que hablar de la disyunción que existe entre el mundo real y el mundo fiticio, y no me refiero precisamente a literatura, sino a toda una suerte de mensajes inconexos que se relacionan con discursos erróneos que se vierten a diestro y siniestro sobre nuestras cabezas (Al final llevaba razón Vercingétorix) desde el mundo de la política, la cultura o los medios de comunicación, y que tienen poco que ver con lo que se vive de primera mano.


Ejemplos... Hago cola para pedir un litro de calimocho (sí, me encanta) y escucho a los quinceañeros de al lado vomitando las mismas consignas que los tertulianos de la Sexta... Riego las jardineras del pasillo y me sorprendo mientras dos compañeras de trabajo dicen que para tener hijos nunca se es viejo (N.B.: ¿Qué científico habrá dicho esto? ¿No sabrán que los ovarios comienzan a degenerar a partir de los 27 años de edad?)... Me pongo a hablar con el Pacote (de libros) y tengo que buscar un afilalápices con el que segarme las venas ¿Pos no me dice que supone que El señor de las moscas tendrá moraleja?... Y si no otra coleguita mía, aficionada a las artes escénicas, que se pasa el día diciendo que la derecha se está cargando la Cultura (Se ve que no se ha enterado de la que ha liado Podemos con la programación teatral de Matadero-Madrid...) porque aboga por el sistema económico liberal (¿Perdona? Si algo tienen claro todos los políticos es que “Lo mío para mí y lo de los demás, a repartir”).
Vivimos capados por lo que nos dice la opinión publica y cohibidos por los idearios de los círculos cercanos (y lejanos). Esto conlleva a una lucha contra nosotros mismos (¿Lo podemos llamar autocensura?), lo que, desgraciadamente, hace naufragar nuestras esperanzas y trunca el disfrute de los días (si es que en algún momento existe). Lo políticamente correcto y las paradojas llenan el mundo que pisamos, lo engullen y de paso vuelven locos a muchos ciudadanos, incluidos los jóvenes.


Todo esto me ha llevado hasta uno de esos libros muy sesudos (Sí señores, como los que nos gustan) que habla de la relación entre el individuo y la percepción que éste tiene del mundo. El niño raíz, un álbum de Kitty Crowther (Lóguez) la mar de interesante y con el que hasta hoy no había alimentado a los monstruos, además de hablar de soledad, de introspección y del hombre como ser social, también habla de los lastres personales y de las hermosas catarsis que surgen cuando percibimos el mundo lejos de clichés, prejuicios o propagandas. Es así como su protagonista deja de ser la misma, muta su percepción de lo que ella creía que debía ser el mundo y decide explorar nuevos caminos.
Sí, es cierto que podemos hacer una lectura meramente argumental, y que, indagando en las capas discursivas que subyacen en esta historia donde la fantasía desempeña un papel fundamental, podemos encontrar referencias a la evasión de la realidad a través de los sueños (acuérdense de Max y del libro que da nombre a este blog), el viaje iniciático y personal, o incluso la muerte, una asociaciones de ideas bastante turbadoras, pero que, en cualquier caso (y por suerte) tienen que ver con el individuo y sus decisiones fuera de esas burbujas creadas por y para sí mismo.
Es por ello que, a través de este álbum para mi estupendo, animo a dejar de lado a lo teórico, lo que debería ser y a la opinión pública y sus instrumentos de poder y homogeneización, para experimentar por nuestra cuenta y riesgo lo que es la vida. En pocas palabras, que disfrutemos de la libertad (si es que alguna vez ha sido nuestra...).


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