Perdonen
mi ausencia durante la última semana. Anduve por tierras zamoranas
con una caterva de alumnos y mi atención no daba para más.
Afortunadamente la cosa fue bien (¡Qué descanso!) y hoy puedo puedo
empezar de nuevo a darles la tabarra con estos libros míos, aunque
sea a expensas de mis estudiantes, esos que me inspiran no pocas
veces....
Por
fortuna o por desgracia, tratar con adolescentes da mucho quehacer.
Mientras que a los niños les hace carantoñas todo el mundo, a los
púberes nadie las hace caso. Achacando que lo suyo es insoportable
(cosa que es verdad, ¿para qué vamos a mentir?), la sociedad se
deshace en remilgos y los deja de lado. Con un carácter a caballo
entre pequeños y grandes (transicional lo llaman), los jóvenes de
este país, querámoslo o no, son un problema menor. Lo que acabo de
llamar “imposibles invisibles”, algo que no es excusa para
intentar entenderlos. ¿Padres? ¿Profesores? A ver quiénes son los
guapos que se atreven...
Padres,
como hijos, hay de todas clases... Unos, más que hartos, no saben
qué hacer con los descarrilados (“A ver si tú, Román, hablas con
él, que a mí, ni caso...” Y yo, sigo flipando), mientras otros,
ignorantes, viven en la inopia (“Román, de verdad de la buena, que
estudia un montón, ¡se pasa todo el santo día metido en su
cuarto!”). También están los desconfiados (“¡Como me enteré
de que falta un día a clase, la engancho del moño y la arrastro!”
dijo la madre, y en el baño del instituto, la hija, de un ataque de
pánico, en las venas se hizo un tajo -verídico y sin exagerar-),
los orgullosos (“El otro día se vino mi hijo a una capea y ¡no
veas! El campeón toreo una becerra ¡y a un par de chavalas! ¡Ese
es mi niño! ¡Ole, ole y ole! ¡'Puto arte!”) y los buenos amigos
(¿Que mi hijo quiere un cigarro? ¡Toma un paquete! ¿Que mi niño
quiere un cubata? De eso nada, ¡que sean diez!)...
Mientras,
los profesores, esos que dejamos a un lado los paños calientes y las
vendas oculares, damos buena cuenta de que los adolescentes siguen
siendo los mismos inexpertos, los mismos incomprendidos que éramos
nosotros. De que nadie les escucha (¿Quién lo diría? Sobre todo
cuando los llevas de excursión, te enganchan y no te sueltan...)
pero todos quieren captar su atención (las primeras, las marcas
comerciales, y los segundos, los políticos). De que sus problemas no
son importantes aunque les condicionen el resto de la vida. De que,
en medio de la travesura y la pillería, sólo quieren que los
quieran. Como a todos los humanos.
Eso
debió pensar Remy Charlip, el artista multicisciplinar (de todo hizo
este señor: bailarín, coreógrafo e ilustrador, y que además posó
como modelo para que Brian Selznick diera vida al personajes de
George Mèliés en su premiado libro La invención de Hugo
Cabret, una obra que también se
le dedicó) cuando ideó Afortunadamente, un libro de
dichas y desdichas infantiles que, gracias al cielo y como bien dice
su título, acaba de rescatar la editorial Lata de Sal en su
colección Vintage para que demos buena cuenta que todas las venturas
tienen una parte de desventura. En él, su autor, además de hacer
hincapié en una secuencia rítmica de fortunas y contratiempos, de
color y blanco y negro (vean como alternativamente aparecen las
páginas grises y nubladas), de luz y oscuridad, nos presenta la
historia de un niño que ha sido invitado a una fiesta y que, con una
mezcla de humor, ingenio y sinsentido, acaba topándose con una grata
sorpresa.
Así que hoy y para
empezar la semana con dicotomía y dicha, recomiendo este libro
dirigido a los niños a todos aquellos padres de quinceañeros que
esperan (desesperados algunos) que terminen el acné, los cambios de
humor desorbitados, y las discusiones, porque, afortunada o
desafortunadamente, es lo que toca.
Es lo que toca. Pero, nos toca aguantar lo que otro aguantaron primero.
ResponderEliminarY si no aguantas, ¡haberlo pensado antes! jejejeje
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