Con esto del calor los
cuerpos están más que asorrataos, y a quien no se le calienta la
cabeza, le arden las pelotas. ¡Y qué desértico todo! A la una de
la tarde no hay ni Dios por la calle, ni un alma en los parques (Sí,
par-ques . Que no bares. Que se note que somos españoles).
Y con tanta temperatura y
trajinando (que aquí se trabaja a cuarenta grados), nos liamos a
sudar y no hay quien nos pare. Que si nos chorrea por la frente, que
si la espalda, que si el cuello o el sobaco... Sudar es una lata,
sobre todo en verano pero, aunque muchos no lo sepan, también es muy
práctico.
Como el vello púbico
(algo de lo que parece carecer la juventud con la dichosa moda de la
depilación láser), sudar es la mar de sano. Un mecanismo ancestral
para termoregular el fuego que llevamos dentro y no entrar así en
combustión espontánea. Nuestras glándulas sudoríparas excretan
este líquido transparente formado por agua (en un 97%) y diferentes
electrolitos cuando el hipotálamo lo decide, que es generalmente
cuando la temperatura corporal es superior a 37º C (no se olviden
que también nos ponemos a sudar en situaciones de estrés o de
pánico, el consumo de alcohol, sobre todo de cerveza, o de comidas
picantes, situaciones en las que intervienen las vías del sistema
nervioso simpático). Y así, cuando sopla la brisa (que ojalá
siempre fuera marina...) sobre la piel y el sudor se evapora, una
sensación de fresquito nos recorre y alivia, ademas de producir una
capa de aire a temperatura menor que nos rodea y aísla del infierno
exterior.
Como todas las cosas
animales, el sudor también guarda su punto anti-higiénico y
bizarro, ya que además de perder el lustre (no se olviden de las
nubes de polvo sahariano que avistan nuestras costas, de las
partículas microscópicas en suspensión que se van depositando
sobre la piel y, junto al sudor, configuran una suerte de masilla que
se puede moldear como pelotillas) y tener que convivir con los
antiestéticos rodales axilares (hace años estaba esa moda de
ponerse una camiseta encima de otra para no evidenciarlos, una medida
poco práctica, más todavía si tenemos en cuenta que a doble capa,
doble temperatura), hay que poner freno a los olores corporales y
que, aunque el sudor no huele por sí solo, las bacterias que habitan
nuestro tegumento, al mezclarse con esta matriz acuosa, producen un
inmejorable caldo de cultivo que desprende efluvios acres y
desagradables.
Es por ello que para que
nadie ande sufriendo sensaciones tan tumefactas (N.B.: Cuando tienes
que pasar seis horas al día con adolescentes hormonados, tu bulbo
olfatorio se sensibiliza en exceso), lo mejor es no ponerse tan tonto
como la protagonista de la historia de hoy, colocarse bajo el grifo y
frotarnos la geografía con una buena dosis de jabón. Y si alguno se
resiste, sólo tiene que leer ¡La paloma necesita un baño!,
un álbum muy humorístico (en estos días necesito reír) de Mo
Willems y publicado por Andana que, además de advertir sobre las
consecuencias de la falta de higiene, es una excusa inmejorable para
meterse en la ducha.
El olor a sudor añejo,absorbido y secado a las horas en la zona de origen, emulsionado y fijado con el aliento putefracto de fumador compulsivo,negado a los necesarios cepillados de dientes,dan un resultado insoportable y vomitivo a su paso.
ResponderEliminarUna más que visual descripción de lo que vulgarmente denominamos "ser un guarro". ¡Gracias Anónimo!
ResponderEliminar¿Esta no es la paloma de "No dejes que la paloma conduzca el autobús?.
ResponderEliminarUn saludo.
Carmen