De un tiempo a esta parte
vengo topándome con todo tipo de amigos imaginarios dentro de esta
parcela fantástica llamada LIJ. A pesar de ser una realidad que en
un principio me llamó la atención (aunque es cierto que en mi
imaginación cabe de todo, nunca ha existido un hueco para este tipo
de entelequias), me he acostumbrado a encontrármelos en las páginas
de los libros infantiles.
Tras indigar en las bases
de datos y en alguna que otra revista especializada, no he hallado
ningún estudio monográfico que se adentre en esta curiosa
coincidencia de la Literatura Infantil, así que, una vez más, me
lanzo a mis análisis de andar por casa con una serie de apuntes para
tal efecto y que comparto aquí para todos aquellos interesados en
este punto de convergencia “lijera”.
Unas
pinceladas generales sobre amigos imaginarios
En primer lugar hay que
preguntarse “¿Qué es un amigo imaginario?” En la mayor parte de
los casos no es ni más ni menos que la creación fantástica de un
personaje con el que niños o jóvenes establecen una relación
lúdica y/o tutelar. Esto quiere decir que un amigo imaginario puede
adoptar formas y naturalezas múltiples (desde un dinosaurio con
lunares hasta una escoba voladora) con el que surge una relación en
la que generalmente existe el diálogo y tiene que ver con el juego
infantil o con la toma de decisiones de su creador.
Los amigos imaginarios no
sólo se relacionan con la infancia, sino que también pueden
presentarse en la adolescencia, algo que cada vez ocurre con más
frecuencia. Si tenemos en cuenta que en torno al 65% de los niños
menores de siete años en Estados Unidos afirman haber tenido algún
amigo imaginario, la cuestión no debe ser tratada como anecdótica,
sino como un condicionante más en la etapa infantil y la pubertad.
Las razones de la
existencia de estos seres imaginarios son muy variadas y no existe un
consenso unánime entre psicólogos y psiquiatras para explicarlos.
Algunos estudios aseguran que los amigos imaginarios son otro proceso
más en el progreso lúdico-afectivo del niño, es decir, forma parte
del desarrollo de aspectos como el lenguaje, el pensamiento
lógico-deductivo, la memoria y la inteligencia emocional, es decir,
todos aquellos parámetros cognitivos que ayudan a discernir entre el
mundo real y el fantástico y que, generalmente, no se afianzan hasta
sobrepasar la barrera de los once años.
Otros estudios encuentran
su origen en los modelos familiares occidentales donde las carencias
afectivas se acrecentan por la abundancia de hijos únicos, la
patente presencia del mundo adulto, la ausencia de compañeros de
juego de edad similar, y el gran salto generacional entre padres y
vástagos (no es lo mismo un padre que roza la treintena que uno con
cuarenta y cinco palos). También hay que llamar la atención sobre
la omnipresencia de la televisión y los medios audiovisuales
informativos y lúdicos, ya que inspiran y fomentan la construcción
de estos amigos en los menores por ampliar y desbordar su
ideario/imagiario. Es por ello que muchos autores empiezan a notar
como la proliferación de amigos imaginarios entre la población
infantil ha sufrido un aumento durante los últimos lustros.
Y, ¿cómo es un amigo
imaginario? Los expertos los clasifican mediante dos criterios. En
base a la toma de consciencia de su irrealidad (hay niños que saben
que sus amigos son un mero espejismo y otros que se los toman a pies
juntillas) y en base a su presencia física (por un lado están los
que sólo ven a estos compañeros en su mente y por otro los que son
capaces de dotarlos de una presencia física indistinguible del resto
de las personas de su entorno e incluso personalizarlos en objetos).
Y ahora que sabemos todo
esto, falta preguntarse ¿Es positivo o negativo tener un amigo
imaginario? Como en botica, hay de todo... En muchos niños la
construcción de un amigo imaginario ayuda a desarrollar las
habilidades comunicativas y la creatividad, ya que estar a cargo de
los dos actores, el niño real y el amigo imaginario, enriquece el
vocabulario, ayuda a descentrarse, a comprender la realidad del otro,
empatiza, alterna puntos de vista, dialoga, especula o revisa
interpretaciones, además de facilitar la expresividad y la
comunicación verbal de los sentimientos. Resumiendo, un amigo
imaginario funcionaría como un modelo catártico del comportamiento.
Por el contrario, en
otros niños, tener un amigo imaginario puede suponer problemas a la
hora de sociabilizarse con sus iguales como resultado de un ejercicio
de timidez e introspección, o por servir como excusa para dar rienda
suelta a la agresividad. Ello puede desembocar en desórdenes
afectivos, conductas violentas o trastornos de personalidad, algo que
es más preocupante en niños o adolescentes que no encuentran su
lugar dentro de su microcosmos social.
Grandes amigos
imaginarios en la LIJ
Una vez hecho el
recorrido sobre estos conceptos básicos de los amigos imaginarios,
toca detenerse en aquellas obras de la literatura infantil donde
estos seres tienen un protagonismo especial y a los que podemos
circunscribir muchos de los aspectos tratados con anterioridad.
Comienzo con Los
imaginarios, una novela de A. F. Harrold publicada en España por
Blackie Books a la que han sucumbido miles de niños y que resulta
ser un gran compendio sobre amigos imaginarios, no sólo por la
cantidad de estos entes que habitan sus páginas, sino porque en ella
se da buena cuenta de muchos de los puntos que hemos tratado en la
primera parte de esta entrada. La aparición de un amigo imaginario,
de dónde vienen, adónde van, o la aceptación o no de estos por
parte del entorno del niño, convierten a este libro en una oda a los
amigos imaginarios contextualizada en una intrigante aventura que
auguro tendrá secuela.
También podemos hablar
de Las aventuras de Beekle: el amigo (no) imaginario (Bruño),
una idea de Dan Santat que en este caso se decanta por hablarnos
desde el punto de vista de nuestros amigos imaginarios, dónde
habitan, que hacen allí, sus anhelos..., algo que comparte con la
obra anterior y que amplía el concepto del niño sobre estas
“criaturas”. Una conmovedora historia con final feliz. Un viaje
para encontrar a la otra mitad. Una suerte de coincidencias que
muchos niños sin amigo imaginario como un servidor, envidian de
manera sana (o insana).
Sin lugar a dudas, la
obra sobre compañeros imaginarios, y a mi juicio, más compleja es
(para variar) el Donde viven los monstruos de Sendak
(Kalandraka). En este libro Max insufla vida a un mundo repleto de
amigos imaginarios (en este caso monstruos) como parte de un
ejercicio de catarsis emocional donde una personalidad dual (miedos y
anhelos al unísono) es capaz de tomar una decisión final bastante
lógica a pesar de la desaforada violencia inicial. El protagonista
expone ante sus súbditos, tanto el conflicto que lo ha transportado
allí, como las diferentes versiones de sí mismo, sopesa pros y
contras, y, por último, decide. Quimérico y humano. Una genialidad,
vamos.
Otros amigos imaginarios,
en principio con honda tristeza, son los Lenny y Lucy de
Philip C. Stead y Erin E. Stead (Océano Travesía). Aunque tangibles
gracias a estar realizados con objetos tales como edredones, mantas y
almohadas, el protagonista de esta historia les insufla cierta vida
para no sentirse solo dentro de un nuevo vecindario. Su nacimiento,
aparte de cierta compañía, supone el establecimiento de una amistad
real con una niña, es decir, Lucy y Lenny son el vehículo para
establecer relaciones sociales tras nacer como un supuesto refugio a
la soledad.
En lo que amigos
imaginarios tutores se refiere tengo una preferencia irrefrenable por
el Gorila de Anthony Browne. Para mí es el “suplente
imaginario” por excelencia. La falta de la figura paterna hace
crecer a un pequeño gorila de juguete que se convertirá en su
compañero durante toda la noche. Tras la aparición del progenitor
real a la mañana siguiente, este padre imaginario de naturaleza
simiesca recobra su tamaño real (más y más pequeño). Ya no es
necesario porque la hija recupera la atención perdida de su ser
querido.
Una relación parecida
tiene lugar en la acción del todavía no traducido al castellano
Ted, un álbum de Tony DiTerlizzi donde aparece un monstruo de
color rosa con un par de enormes orejas que viene a sacar a un chaval
del aburrimiento que conlleva una desidia paterna muy patente. En
mitad de mucha diversión y problemas varios, Ted, que así se llama
la criatura, le confiesa a su compañero que también conoció a su
padre en los años de niñez, una coincidencia con Los imaginarios
de Harrold que dan buena cuenta de esa infancia perdida pero
instantáneamente recuperada de los progenitores.
Otro de los amigos
imaginarios más intimistas que han visto la luz en nuestra
lengua es El perro que Nino no tenía de Edward van De
Vendel y Anton Van Hertbruggen (publicado por la editorial argentina Limonero).
Nino se ayuda de un perro imaginario para hacer frente a la ausencia
de su padre. Es este animal imaginario el que le divierte y el que
seca las lágrimas hasta que un perro real llega a su vida. Así es
como el protagonista, tras darse cuenta de que tener un perro no se
parece demasiado a lo que el había imaginado, logrará el equilibrio
entre el mundo real y el mundo fantástico que le ha servido de evasión. Terapéutico y hermoso a partes iguales.
Seguramente Kevin, el amigo imaginario en el que realmente puedes creer, de Rob Biddulph (Andana editorial), es el amigo imaginario más pedagógico de toda esta tanda. Con cierto deje a Donde viven los monstruos (el mundo imaginario toma apariencia tras una bronca entre madre e hijo) y Los imaginarios (nos habla de un mundo habitado por estos seres), esta obra se interna en el amigo imaginario como espejo y antítesis del protagonista, Sidney, haciendo que comprenda que los comportamientos poco deseables no nos ayudan a ser aceptados ni mucho menos a ser buenos colegas. Kevin es un amigo de lujo (de color vainilla, lunares rosas y un solo diente) y yo ¡quiero uno igual! (o en su defecto una copia de peluche).
Por otro lado, en El Sr. Pocket. Un amigo imaginario, Susanna Isern y Miren Asiain Lora (editorial Flamboyant) indagan en la necesidad de que adultos y familiares se impliquen en este fenómeno tan infantil. Dar credibilidad a esas fantasías, no solo ayuda al proceso psicológico que está experimentando la protagonista, sino que sumerge a su padre en una aventura muy creíble. Llámenlo intuición, magia o amigo imaginario, pero el caso es que seguir la pista de un niño perdido no es ninguna tontería. Habrá que hablar con la profesora después de esto y explicarle que el Sr. Pocket forma un todo con Noa, esa cría tan especial.
Dejamos a un lado unos
amigos imaginarios para divertirnos con otros (esto no quiere decir
que los anteriores no tengan su punto tierno, sino que son mucho
menos dicharacheros que el que viene). Fred, mi amigo imaginario,
es una creación de Eoin Colfer y Oliver Jeffers (también en la editorial Andana)
donde convergen, además de risas aseguradas, relaciones de pareja
entre niños imaginativos y sus respectivos amigos imaginados. Aunque
el final es poco previsible, se puede observar cierta evolución
lógica en los protagonistas de este cuarteto atípico. Para mí, una
hermosa historia que aúna amistad, amor y, sobre todo, fantasía.
Como el más ingenioso de
todos los fantásticos tenemos al Hobbes de Calvin y Hobbes,
la tira cómica de Bill Waterson que tanto bueno ha hecho por un
servidor (ya saben que me va la sorna canalla con algo de chispa) y
tantos lectores que mezclamos en la vida lo caústico con lo crítico.
Hobbes si existe, es en realidad un peluche con forma de tigre (que
por cierto siempre me ha recordado al Tigre de A. A. Milne) que cobra
vida en manos de su dueño, Calvin, un niño ingenioso que tiene
mucho que decirle al mundo a través de un amigo que, cuando no le
conviene, adopta su forma más inanimada.
Por último y como amigo
imaginario patrio, no me puedo olvidar del MOT (o lo que es lo
mismo “Movimientos Orgánicos Telúricos”) de Nacho (guión) y
Alfonso Azpiri (dibujos), un cómic infantil que comenzó a
publicarse en prensa a finales de los ochenta (El Pequeño País)
pero que más tarde se editaría en forma de colección (Planeta
DeAgostini) y que tenía como protagonistas a un chico y un
gigantesco y monstruoso ser. En este caso y aunque en ningún caso se
dice claramente que Mot sea un amigo imaginario, las capacidades para
abrir puertas fantásticas, adquirir poderes sobrenaturales y
escabullirse siempre de la presencia de los adultos, dejan entrever
que este personaje es producto de las fabulaciones de un adolescente
solitario que muchas veces duda de su misma cordura.
Una consideración para terminar
Seguramente muchos de
ustedes sabrán de más amigos imaginarios en esto de la LIJ, seres
creados por nuestra imaginación en diferentes contextos. Bien en lo
que respecta al mundo de los sueños y deseos, bien por las
características de la obra, intervienen de forma directa o indirecta
en la acción. Realmente todos los personajes fantásticos,
quiméricos o surreales de los libros infantiles podrían ser
considerados “amigos imaginarios”, ya que la mayor parte de ellos
pertenecen a la esfera de la ficción y nos hablan de nuestro propio
yo desde la experiencia como personas y como lectores.
Eso sí, lo más difícil
de todo está, como siempre, en verlos.
Bonito tema. Mi favorito es Hobbes, o la imaginación desbordante de Calvin. No es casual que se parezca a Tigger en la vida real.
ResponderEliminarCreo que los adultos buscan en las redes amigos imaginarios con los que relacionarse. Es posible que la ¿futurista? "Her" no lo sea tanto.
Gracias por la entrada. Tiene mucha chicha que iremos desgranando.
Una entrada muy completa. ¡¡Gracias!!
ResponderEliminar¡Me alegro de que os haya gustado, Lola y Miriam! ¡Un caluroso (no puede ser de otra forma con estas temperaturas) abrazo!
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