Con lo que me gusta un
Lobel no he podido resistirme a la tentación de reseñar la última
re-edición de El libro de los guarripios por parte de
Kalandraka, un clásico entre los clásicos de este señor que tanto
bueno ha hecho por los monstruos de uno y otro confín (Hablo en
presente porque para mí, Arnold sigue más vivo que nunca). Ya
sabemos que lo de Lobel con los animales se puede definir como pura
pasión y que, excepto en contadas ocasiones, deja al ser humano de
lado para dedicarse a lo faunístico. Ratones, búhos o elefantes protagonizan unas historias donde, cómo no, no podían faltar los
cerdos.
Esta deliciosa creación
que viera la luz en 1983 en su lengua original (dentro de nada casi
treinta y cinco años), aparte de dar buena cuenta de la creatividad
y buen hacer de su autor, es un claro tributo a The book of
nonsense, la obra cumbre de Edward Lear por varias razones que he constatado...
En primer lugar llama la
atención el título original de la misma, The book of pigericks,
muy parecido al original de Lear, al que además se añade una palabra
híbrida a modo de juego (cosa muy típica en la lengua inglesa) que
hace referencia a otras dos, “pig” (naturaleza porcina de los
personajes) y “limerick” (construcción poética de referencia en
la obra de Lear que tiene una estructura básica de AABBA y que aquí
rescata Lobel).
Aparte de este guiño,
Lobel también se decanta por presentar sus versos de la misma forma
que Lear en The book of nonsense: un limerick por página
acompañado de una ilustración en la parte superior. Si bien el
estilo es muy diferente en ambos, si cabe hablar del carácter
caricaturesco que acompaña/complementa al texto. De esta forma se
suceden las imágenes de una forma rítmica y se imprime un tono
desenfadado a la lectura.
Si a todo ello unimos que
Arnold y Edwar (en su juventud) tenían un aspecto físico algo
coincidente (a continuación dos fotografías de ambos), el juego de
parecidos da en qué pensar.
Edward Lear
Arnold Lobel
No obstante y a pesar de
estas similitudes hay que llamar la atención sobre varios puntos en
los que Lobel desborda imaginación y sabe integrar todo tipo de recursos nuevos dentro de una
creación donde el humor está más que presente. Cabe llamar la
atención sobre el hecho de que el autor se autoretrata en tres
lugares/momentos de la obra: en la portada, en la primera página
narrativa y en la última. En ellos se puede ver a un cerdo con las
típicas gafas y el bigote de Lobel en diferentes situaciones y que
introducen y concluyen la acción, algo que, en cierto modo, me lleva
a la misma estructura de Historias de ratones en la que una serie de
historias quedan englobadas en otra inicial. Si a ello unimos que
este recurso también e inevitablemente, me recuerda a Sendak, ese genio que
protagoniza también su Chancho Pancho encarnado en un alter
ego porcino, la cosa ya es de lujo.
No hay que olvidar
destacar la perspectiva de las ilustraciones, su gran colorido, su
composición. Llenas de guiños al texto, a otros hechos, muchos
detalles, que lo convierten en un texto enriquecido y más que
apropiado para diferentes niveles de lectura.
Por último y apuntando a
las dificultades que presenta la edición de un libro como este en lo
que a traducción se refiere, mi reconocimiento a Miguel Azaola, porque teniendo en cuenta que este libro se llena de sinsentido y
referencias a multitud de aspectos del mundo anglosajón, queda
próximo a los lectores en castellano sin irse demasiado de madre.
Y poquito más...
Rebócense en el lodo, que teniendo en cuenta el rigor de estos
calores, es la mejor manera de buscar fresquito aunque sea gracias a
nuestro lado más gorrino.
¡Larga vida a Lobel!!!
ResponderEliminar¡Hip hip hurraaaa!
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