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martes, 19 de septiembre de 2017

De monos juguetones


Comienza el curso y me pongo a hablar de alumnos con algún conocido, cosa que hago poco, todo hay que decirlo (eso de tenerlos presentes a todas horas no puede ser bueno para el tracto intestinal), y siempre salen a colación mis preferencias. “¿Los de primero de la E.S.O. o los de segundo de Bachillerato? ¿Los de tercero o los de cuarto? ¿Los del A o los del C?” Yo tuerzo el morro y contesto con cara de duda “Todos porque cada uno tiene sus cosas buenas y malas...” “¡Venga, ¡mójate!...” increpan, “Todo el mundo dice que prefiere a los mayores, que no dan tanto la lata...” “Sí, dan menos la lata en el día a día, pero también es cierto que tienen más ambiciones y por tanto son más pesados con las calificaciones. Son más retorcidos y están más contaminados por el mundo adulto. La mayor parte de los problemas que he tenido en esta profesión siempre han estado relacionados con los alumnos de cursos superiores.” Zanjo.


En el trayecto a casa me pongo a cavilar sobre el tema del favoritismo. Se me vienen a la cabeza mis alumnos de primero. Sus caras de ratoncicos asustados el primer día de curso. Sus mil y una preguntas sobre temas que parecen obviedades. Vergüenzas y miedos... Conforme pasa el tiempo, las aulas se caldean y las maneras van despuntando. Risitas por allí, codazos por allá. Que si me ha dicho, que si me esconde el estuche. Tu quieres a este y yo a aquella.... Siguen los meses y lo que era una balsa de aceite ahora es una madriguera. Seguirán pasando y las aulas se tornarán cuadras, y finalmente, selvas. Y como en todas las selvas abundan los primates, Gorilas, chimpancés, titís y orangutanes, también babuinos, macacos y gibones... Giro la llave, abro la puerta y me topo con un libro en la mesa. Tres pequeños monos, uno de esos pocos libros escritos por Quentin Blake, el ilustrador de cabecera de Roald Dahl, que en este ocasión viene acompañado de las imágenes de Emma Chichester Clark.


Editada en castellano por Siruela, esta divertida historia que tiene como protagonistas a tres pequeños simios y su madre adoptiva, además de hacer uso de la repetitividad de situaciones cotidianas que a modo de retahíla ingresan al lector en la narración de situaciones cotidianas, destaca dos formas narrativas más. Por un lado está la dualidad de lo esperado-inesperado, esa de lo predecible-impredecible, una que desemboca en juego cuando el lector expectante pasa las páginas aguardando con una mezcla de sorpresa y antelación qué nueva travesura se traerán entre manos unos pequeños protagonistas con los que seguramente se sentirá identificado. Por otro lado me ha encantado la in-expresividad (autómata diría yo) de estos monos incansables que, con ojos abiertos como platos e inmutables, se enfrentan a la desesperación de la señora Hilda, lo que imprime ironía y parodia a cada situación, algo que seguramente es un guiño al “Yo no he sido” que frecuentemente apelan los niños cuando alguna de sus correrías no tiene un final feliz.
Pues eso, que mañana me tocan unas cuantas horas con los chavales de primero..., y me persigno.


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