Comienza
el curso y me pongo a hablar de alumnos con algún conocido, cosa que
hago poco, todo hay que decirlo (eso de tenerlos presentes a todas
horas no puede ser bueno para el tracto intestinal), y siempre salen
a colación mis preferencias. “¿Los de primero de la E.S.O. o los
de segundo de Bachillerato? ¿Los de tercero o los de cuarto? ¿Los
del A o los del C?” Yo tuerzo el morro y contesto con cara de duda
“Todos porque cada uno tiene sus cosas buenas y malas...”
“¡Venga, ¡mójate!...” increpan, “Todo el mundo dice que
prefiere a los mayores, que no dan tanto la lata...” “Sí, dan
menos la lata en el día a día, pero también es cierto que tienen
más ambiciones y por tanto son más pesados con las calificaciones.
Son más retorcidos y están más contaminados por el mundo adulto.
La mayor parte de los problemas que he tenido en esta profesión
siempre han estado relacionados con los alumnos de cursos
superiores.” Zanjo.
En
el trayecto a casa me pongo a cavilar sobre el tema del favoritismo.
Se me vienen a la cabeza mis alumnos de primero. Sus caras de
ratoncicos asustados el primer día de curso. Sus mil y una preguntas
sobre temas que parecen obviedades. Vergüenzas y miedos... Conforme
pasa el tiempo, las aulas se caldean y las maneras van despuntando.
Risitas por allí, codazos por allá. Que si me ha dicho, que si me
esconde el estuche. Tu quieres a este y yo a aquella.... Siguen los
meses y lo que era una balsa de aceite ahora es una madriguera.
Seguirán pasando y las aulas se tornarán cuadras, y finalmente,
selvas. Y como en todas las selvas abundan los primates, Gorilas,
chimpancés, titís y orangutanes, también babuinos, macacos y
gibones... Giro la llave, abro la puerta y me topo con un libro en la
mesa. Tres pequeños monos,
uno de esos pocos libros escritos por Quentin Blake, el ilustrador de
cabecera de Roald Dahl, que en este ocasión viene acompañado de las
imágenes de Emma Chichester Clark.
Editada en castellano por
Siruela, esta divertida historia que tiene como protagonistas a tres
pequeños simios y su madre adoptiva, además de hacer uso de la
repetitividad de situaciones cotidianas que a modo de retahíla
ingresan al lector en la narración de situaciones cotidianas,
destaca dos formas narrativas más. Por un lado está la dualidad de
lo esperado-inesperado, esa de lo predecible-impredecible, una que
desemboca en juego cuando el lector expectante pasa las páginas
aguardando con una mezcla de sorpresa y antelación qué nueva
travesura se traerán entre manos unos pequeños protagonistas con
los que seguramente se sentirá identificado. Por otro lado me ha
encantado la in-expresividad (autómata diría yo) de estos monos
incansables que, con ojos abiertos como platos e inmutables, se
enfrentan a la desesperación de la señora Hilda, lo que imprime
ironía y parodia a cada situación, algo que seguramente es un guiño
al “Yo no he sido” que frecuentemente apelan los niños cuando
alguna de sus correrías no tiene un final feliz.
Pues eso, que mañana me
tocan unas cuantas horas con los chavales de primero..., y me
persigno.
¡Qué monos tan monísimos y guarretes! ;-)
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