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jueves, 30 de noviembre de 2017

Juego de tronos (sin dragones zombis)


Me encantan los jueves. No sólo porque parece que huele a viernes (¡Y yo sin afeitarme!) sino porque voy solo al trabajo. En esa paz que me acompaña por la carretera tengo media horita para pensar en todo lo que tengo que hacer cuando llegue al trabajo (¡Qué ganas de una primitiva! A quien le guste trabajar que se lo mire, o está loco, o es medio tonto), qué voy a contarles hoy (A ver que se le ocurre a este...), en apostar conmigo mismo (¿Seguirá lloviendo?), o en qué es el poder... Y así sigo, enfrascado en este último punto, a ver si me aclaro con poderosos y serviles, yo, un muerto de hambre.


Como la palabra “poder” es muy firme y severa, me van a permitir que utilice “mangoneo” como sinónimo, no sólo porque suena más canalla y cotidiana, sino porque se ajusta más a la realidad en la que vivo que la primera. El vocablo “poder” tiene más fuegos de artificio, es más rígido y aristocrático (en sentido figurado, claro), mientras que el “mangoneo” es más voluble y se puede extrapolar a todos los ámbitos de la vida.
Mientras que yo sólo aspiro a manejar mi casa (y a veces ni eso, que se lo cuenten a las pilas de libros que crecen sobre cualquier superficie horizontal), otros aspiran a controlar un terreno mucho más amplio, algo para lo que hay que desarrollar numerosas estrategias. Unas más honestas, la mayoría más deleznables, pero todas van encaminadas a levantar el estandarte (¡Porque yo lo valgo!). Hay poderosos más dignos que otros (¡Faltaría más!), pero seguramente todos anhelan lo mismo: una ¿merecida? placa en la entrada.


También los hay que no se pueden coronar jerifaltes, bien por inutilidad, falta de tiempo o desinterés, y se recrean con otros menesteres. Los inútiles prefieren colocarse al abrigo de un mandamás y revertir dichos favores, los que carecen de tiempo hacen trabajillos por las tardes y sólo se preocupan cuando les tocan el horario, y los desinteresados ni se les ve ni se les oye.
Lo divertido del juego de tronos (sin dragones zombis, que me producen pánico) llega cuando asoma la cocorota otro que aspira a cetro y báculo. Los cuernos van creciendo, los ánimos caldeándose y las palomitas en el microondas. ¡Agárrense los machos que empieza la función! La solución siempre pasa por el mismo lema “A ver quien la tiene más grande”.
Y ya saben, cuando termina la fiesta, unos ganan, otros pierden y los de en medio se quedan como estaban, igual de inermes.


Y así llegamos auno de los libros que más me ha gustado durante los últimos meses, no sólo por su intensidad y fidelidad a lo que son las cuestiones de poderosos y/o manejantes, sino a la forma de contárnoslo. Un rey de quién sabe dónde de Ariel Abadi es la segunda apuesta de la editorial A fin de cuentos que, para mi gusto, ha entrado por la puerta grande. Este libro nos plantea la eterna lucha de poderes con una sencillez maravillosa. Crítico pero económico (¡Dice tánto en tan poco!), humorístico y veraz, tiene todo lo que se le puede pedir a un álbum ilustrado. Y lo mejor de todo es que tras leerlo, he decidido pasar de ser de esos que no tienen tiempo a desinteresados. 


2 comentarios:

  1. Líbrenos el cielo del poder que en este país es, como bien dices, mangoneo: cutre y ruín. Cómo sólo puede serlo el mangoneo.Amén.

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  2. Te noto ligeramente disgustada... Será el tiempo :P...

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